MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 22.

—¿ Dónde estabas? —Terrunce la tomó por el codo y la apartó lejos de oídos indiscretos.

—Ahora no, Terrunce. No es buen momento.

—¿ Qué sucede? —Vio la palidez de su rostro y se percató de su nerviosismo.

—Vuelve a la fiesta. No puedo hablar.

—Esta noche cuando vaya…

—¡ No! —lo interrumpió—. Será mejor que lo dejemos para mañana. No me siento bien.

—Cuidaré de ti. —Terrunce acarició con suavidad su mano enguantada. Candice suspiró, agotada. Alargó la mano y la posó sobre su pecho. Le hubiese encantado que la abrazara, que la llevase a casa y poder desahogarse con él. Pero si le contaba lo sucedido a Terrunce, no dudaría en ir en búsqueda del marqués. Aquello tenía que resolverse con la máxima discreción posible.

—Te echaré de menos. Pero hoy necesito descansar. Por favor, Terry.

Terrunce dudó, pero la vio realmente agotada. Aquella sería la primera noche en meses que no acudiría a su cama.

—Mañana —Terrunce prometió y Candice asintió.

En aquel momento llegó Emilia, disgustada por las prisas, y tuvo que lidiar con sus protestas.

Bajo la atenta mirada de Terrunce, abandonaron la mansión de los Wellington.

El marqués Neil Legan llegó a casa de Candice a la hora del té. No obstante, en lugar de hacerlo pasar al salón, el mayordomo lo guio hasta la biblioteca. Ella lo esperó sentada en el sillón que había detrás del escritorio, por lo que Neil corroboró lo que ya sabía, que no sería una visita de índole social, sino de negocios.

—Lady Andry. —Neil realizó una reverencia y le tomó la mano para depositar un beso. Tras aquel roce, ella se apresuró a retirarla.

—Tome asiento, por favor. —En cuanto el marqués lo hizo, Candice no se anduvo con rodeos—. ¿Qué quiere a cambio de su silencio? Neil se retrepó en la silla y sonrió con malicia. Él tampoco tenía intención de demorar más sus intereses. Cada día que pasaba corría en su contra, ya había esperado lo suficiente y necesitaba reclamar lo que era suyo.

—Quiero los negocios de mi tío. Candice se sorprendió, pero no lo demostró. Había esperado que le pidiese una suma ingente de dinero, pero desde luego no que ella renunciase a la parte de la herencia de Albert.

—Eso es algo del todo imposible. Dígame un precio —respondió resuelta.

—No quiero una cantidad de dinero que tenga caducidad. Quiero una fuente de ingresos constante y eso solo me puede proporcionar ser dueño de los negocios de mi tío.

—Entonces mucho me temo que poco tenemos que tratar. Arreglaremos el matrimonio entre nuestros hermanos y yo le daré una cantidad de dinero para que pueda invertirla y sacar beneficios donde considere. Neil borró la sonrisa de su rostro y acortó las distancias con ella apoyando las manos en la mesa.

—Hablemos claro, Candice —dijo cortante a la vez que la tuteaba—. Existe un pequeño inconveniente, y es que mi hermano no se casará con su hermana. La reputación de la joven Pati está comprometida. No solo yo fui testigo, el duque de Sussex también. Andrew no aceptará casarse con ella hasta que tú, querida, lo hayas hecho conmigo. Algo que me concederá todo el control sobre los negocios.

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