MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 20.

—Sin embargo, lo haré. Después del teatro nos encontraremos en el invernadero. Sin prisas, sin urgencias y sobre todo sin interrupciones. Candice pudo decir muchas cosas. Como por ejemplo que no. O que se lo pensaría. Pero hizo lo que Albert le había insistido tantas veces, se dejó llevar por lo que realmente quería.

—Acepto.

Neil Legan estrujó la carta entre sus manos y lanzó una maldición, Elisa al ver la cara de Neil simplemente se excuso con un dolor en la cabeza y Andrew, su hermano menor testigo de su arrebato, permaneció en silencio a la espera de que le explicara qué tan malas noticias había recibido para propiciar aquella reacción.

—La viuda de nuestro tío ha rechazado mi invitación, después de que informase a la duquesa de Sussex de que Candice sería mi acompañante —escupió molesto.

—Quizá deberías haber esperado su confirmación para avisar a la duquesa. Neil lo taladró con la mirada.

—Si no consigo ponerla de nuestro lado, no podremos disponer de su dinero.

—Tiene a su padre y al duque de GrandChester. No veo cómo puedas conseguirlo.

Neil aborrecía el poco interés que su hermano parecía mostrar por recuperar el dinero que él consideraba suyo y que ahora controlaba Candice. Lo cierto es que él tampoco lo tenía claro. Solo sabía que White odiaba a GrandChester y viceversa. Tenía que considerar muy bien los pasos a seguir. Solo tenía que ejercer cierta presión y mover algunos hilos para que la débil alianza que de momento unía aquel curioso triángulo se desvaneciera. Y eso era justo lo que iba a hacer. De momento la opción del matrimonio no era viable, pero si todo salía como estaba calculando, más adelante Candice no tendría otra opción que aceptarlo.

—¿Cómo van tus avances? —cambió de tema y miró a su hermano, que se movió inquieto en el sillón.

—Bien —respondió evasivo.

—¿Crees que has suscitado el interés de la muchacha?

—Sí.

—¿Cuándo volverás a encontrarte con ella?

—Escuché que esta tarde acudiría a tomar el té a casa de su amiga lady Felicity Myers.

—Estupendo. Haz lo posible por encontrarte con ella y ya sabes cómo te tienes que comportar. Al menos hasta la fiesta. Andrew asintió, incómodo. Se excusó para marcharse de allí y prepararse para su salida, pero Neil lo detuvo.

El marqués se sentó frente a su escritorio y redactó una carta bajo la atenta y curiosa mirada de su hermano. Una vez hubo terminado, la metió en un sobre y la selló.

—Dile al mayordomo que con discreción entregue esta carta al señor Thomas Bridge.

—¿El reportero? —se sorprendió Andrew.

—El mismo.

—¿Qué vas a hacer, Neil?

—Voy a mantener ocupado a White, haré que baje la guardia porque tendrá que atender varios flancos, y mientras, empezaré a preparar el camino para mi matrimonio con nuestra querida tía. Y de esto ninguna palabra a Elisa.

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