MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 12.

Cuatro años después.

Enero 1833.

Terrunce subió los escalones de su oficina de dos en dos, ancioso al saber que tenía correspondencia. Tras aquella primera carta de Candice se sucedieron otras muchas. Lo que en un principio se suponía que era una mera transacción comercial, se había convertido en la única ilusión de Terrunce. Con el paso de los años se avía ganado la confianza de la que una vez fue su prometida, y que para él, ahora era el amor de su vida. Imposible por supuesto.

Ella le hablaba sobre su vida en Chicago, la plantación y sobre todo lo que había aprendido desde que hacía cuatro años se había mudado a vivir con su esposo. Se alegraba de que fuera feliz, lo merecía, pero no podía evitar sentir sierta tensión, cuando le hablaba sobre su marido. Él también había hecho sobre la suya por que en una de aquellas cartas Candice le preguntó si estaba casado y se negaba a mentirle más de lo que lo había hecho en el pasado.

Ansioso, abrió la carta y leyó:

Estimado señor Jason.

No se como expresarle mi pesar por su pérdida. Lamento mucho la muerte de su esposa y lo que debió significar para usted acompañarla en su enfermedad y sobre todo en su triste final. Espero conocerle en persona alguna vez y poder agradecerle como es debido su dedicación y preocupación por nuestros negocios. Pese a que su situación personal era complicada. Por favor, mi marido y yo insistimos en que se toma el tiempo que necesite para intentar recuperarse.

de nuevo le expreso mi gratitud y todo mi cariño. Atentamente.

Candice Andry.

A Terry le supo a poco aquella escueta carta. Candice no le contaría información sobre ella, no le contaba nada sobre cómo habían sido sus últimos meses. Sólo se centraba en la muerte de Susana. Un hecho que no podía decir que le hubiese sorprendido. Desde su llegada a la India, la vida de su esposa había sido un descontrol de alcohol y libertinaje que acabó primero con su salud física al contraer la sífilis y luego mental. No cabía duda de que aquellos años habían sido duros. Su único escape había sido el trabajo duro en el puerto, las negociaciones, y las cartas de Candy.

Chicago.

Marzo 1833.

Lady Andry:

Gracias por sus condolencias y la sincera preocupación por mi bienestar. Los últimos meses de mi esposa fueron muy duros. Espero no sonar demasiado insensible, pero siento que con usted puedo confiar y que sabrá entenderme. Su final fue un alivio para ambos, dado el sufrimiento del que ella aquejaba, y la impotencia por mi parte de no poder ayudarla en su desenlace. Pese a que nuestro matrimonio, como tantos jamás estuvo basado en sentimientos. Lamento profundamente su muerte. Ahora más que nunca agradezco sus cartas Lady Andry, son lo único que me evade de la en ocasiones dura realidad en este lugar. De nuevo gracias por su sentir.

Atentamente. Jason R.

Candy despertó y se estiró en la cama rozó con el brazo el cuerpo de Albert, sonrió y el mismo tiempo un sonrojo cubrió sus  mejillas al recordar todo lo que había aprendido la noche anterior, jamás pensó que una mujer pudiese tener tanto poder al satisfacer de ese modo a un hombre. Albert era un amante atento pero también era un maestro.

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