MENTIRAS ENTRE CARTAS Y POEMAS

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CAPÍTULO 14.

El silencio incómodo se instaló entre los presentes. James les instó a tomar asiento y comenzó a ordenar las carpetas de documentos sobre el escritorio. Candy apretó las manos sobre su regazo, los minutos pasaban despacio entre toses, carraspeos y el ruido de los papeles sobre la mesa. Justo cuando el reloj marcó las diez en punto, el secretario anunció la llegada del último de los citados.

—Señor Britther, el Duque de GrandChester ya está aquí.

Como si hubiese recibido un golpe en el pecho, Candy dirigió las manos donde había empezado a bombear con fuerza su corazón. Miró al abogado buscando que rectificar a su secretario, pero James evitó su mirada, se puso en pie y esperó.

Sin comprender nada Candy giró la cabeza con brusquedad para comprobar que había sido un error, que quizá había entendido mal y que por supuesto, no vería a Terrunce traspasar las puertas de aquel despacho.

Terrunce accedió a la habitación con paso firme. Lo primero que vio fue al señor James Britther de pie, apartó la mirada y la buscó.

Sus ojos se encontraron. De nuevo después de cuatro interminables años, y volvió a tener la misma sensación que la primera vez que la vio. Estaba seguro que, si pudiese, Candice se dejaría caer al suelo y se escondería de él. Para su sorpresa. ella se levantó despacio y lo encaró.

—¿Qué-qué... significa esto? —Candy se odió por su tartamudeo. Aquel que sólo tenía cuando estaba Terry delante—. ¿Qué hace este «señor» aquí?

Terry no pudo evitar que la comisura de sus labios se estirase en un amago de sonrisa cuando la oyó balbucear la primera pregunta. No respondió. Se limito a contemplarla, a asimilar el cambio que los años habían obrado en ella. Estaba diferente, más mujer.

Las formas de su cuerpo que se escondían debajo del vestido negro abotonado hasta el cuello no podía disimular la redondez de su pecho, mucho más generoso de lo que él recordaba. La tela negra no hacía justicia en el tono de su piel. Sin embargo también aquella oscuridad hacia resaltar el tono rosado de sus mejillas. Estudio el rostro, elegante y delicado. Sus pupilas absorbieron la voluptuosidad de sus labios y la grandeza de sus ojos ahora más verdes y brillantes de lo que recordaba, parecía no quedar nada de la Candy que él conocía, al menos físicamente. Aquella era toda una mujer.

Candy también comprobó cómo los años habían cambiado en Terry. Durante todo aquel tiempo había fantaseado con la idea de que las preocupaciones por su precaria situación lo hubiesen hecho perder el cabello, incluso descuidar su físico. Aunque se había cortado el pelo. el mismo mechón rebelde que ella apartó con cuidado una vez le caía sobre la frente no daba ni un atisbo de canas, otra de las fantasías que había creado. Lo seguía teniendo de ese intenso color castaño igual que sus hermosas cejas, y ni que hablar de los ojos con ese azul índigo que la habían hipnotizado, ahora estaba más brillante e igual de peligrosos, su cuerpo más potente. En resumen y para su disgusto, el hombre frente a ella, estaba mucho más apuesto de lo que lo recordaba. Mantenía el porte erguido mientras aguardaba a que ella terminase de haber pormenorizado su examen visual. Al igual que estaba haciendo él.

—-Lamentó el retraso, pero tuve que hacer frente a un incidente de última hora --se disculpó.

Ah, el tono de su voz grave junto con la pronunciación pausada y suave de la frase, provocó un escalofrío en la joven marquesa.

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