Cap. 13 - Los Perros de la Calle Elm.

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Esta es una historia que me parece relativamente graciosa. Hace mucho tiempo, en aquellos días donde, con los amigos de mi hermano, existía la tradición de ir a comer casi todas las noches, paso algo interesante. No solo era peligroso caminar por las calles del Puerto por los ladrones, había otras cosas a que temerles. Acostumbrábamos a ir a una cafetería a pedir dos baleadas cada uno, comíamos y nos poníamos al día. Contando los mejores chambres y rumores que escuchábamos, o simplemente hablábamos de mujeres, ya saben, cosas de hombres.

Pero tenían otra tradición completamente irracional y a mi criterio super estúpida. Justo después de comer, cuando todos tenían que regresar a su casa, nadie podía irse si no pasábamos la misma ruta de siempre. Caminábamos por lo que yo llamaba: "La Calle Elm", por la película obvio. Era una calle como cualquier otra, y era la primera parada para que uno de nosotros, Edgar, llegara a su casa. Bayron incluso vivía antes, pero le gustaba acompañarnos a dejar a Edgar solo para cumplir con la tradición. Pero la casa de Edgar estaba casi al final de la calle y en la entrada había casas alejadas de la orilla de la calle. En esas casas siempre estaban descansando aproximadamente cinco perros. Sin hacerle daño a nadie, sin mover un tan solo dedo, casi como estatuas en los porches.

Pero éramos jóvenes, hombres y estúpidos y una de las razones por la que los hombres viven menos que las mujeres estaba a punto de ser comprobada. El grupo variaba entre cinco a ocho personas, entre ellas mi hermano. Cruzamos lo más quedito la calle, pues todos los del grupo sabíamos lo que pasaría. Todos iban temblando del miedo, algunos se adelantaban e iban enfrente del grupo para no ser los primeros en ser mordidos y algunos trataban de quedarse en medio para usar a los demás de escudo. Pero al final del día solo importaba una cosa: quien corría más.

Así que entrabamos a esta calle y lo primero que hacían todos entre risas era caminar lo más pegados a la orilla contraria de la calle que podían. De un lado de la calle estaban los perros y del otro había un gran charco, como un lago de agua mugrienta estancada, así que básicamente, al llamar a los perros del lado contrario nos poníamos contra la pared y solo había una opción, correr hacia adelante. Yo era pequeño así que ellos mismos me ponían por delante, y cuando la hora de correr llegaba siempre terminaba siendo el último. Y no solo era el hecho de que un montón de perros me persiguieran lo que me daba miedo, sino el hecho que yo era el más lento. Incluso llegue a tener pesadillas con que me perseguían animales gracias a eso.

Pues pasábamos junto a los perros, y todos empezaban a silbar. Yo no lo hacía porque prefería mil veces no tener que ser perseguido por un animal de cuatro patas, pero siempre había alguien que los alertaba. Los perros levantaban sus cabezas y a correr, todos los días que salíamos a comer corríamos y los perros estaban a nada de mordernos, pero nunca lo lograban. Excepto este día, donde no corrí lo suficiente y cuando menos acordé todo el grupo estaba muy lejos, y en el campo de batalla era cada hombre por su cuenta. Corrí todo lo que pude, pero en un punto me di cuenta de que ya no podía avanzar. Los perros me habían rodeado, estaba con la espalda contra el charco gigante, los perros estaban ladrando y acercándose lentamente. Dejaron de seguir al grupo y se enfocaron en mí, me acorralaron. Empecé a gritar y a tratar de espantarlos, pero mi voz se quebraba al solo pensar que, si uno de esos desgraciados me mordía, tendría que ir al hospital y ser inyectado contra la rabia. Como dije, las inyecciones son mi peor pesadilla. Lloré.

Empecé a llorar, y tuve que meterme en el charco, un pie dentro y después el otro. Mis zapatos llenos de agua y muy seguramente de bacterias. Pensé en las infecciones que podría darles a mis pies. Pero nada era peor que ver los dientes de los animales que seguro no estaban vacunados, y yo tampoco. Un niño en un charco de agua sucia llorando con cinco perros rodeándolo y ladrándole, parecía el fin. Hasta que mi hermano dejó de correr, se dio la vuelta y se lanzó contra los perros haciendo como si recogiera una piedra del suelo. Los perros se hicieron para atrás y pude volver a la carrera, humillado y habiendo perdido la batalla. Mi hermano fue el único que se arriesgó a ser mordido por mí, ese día fue mi héroe. Y jamás volví a pasar por esa calle.

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