Maitimo probó ser tan bueno en las actividades físicas como en las intelectuales. Menos enérgico que yo, era, sin embargo, incansable. Podía caminar leguas enteras antes de sentarse a descansar y aunque ya no trepaba árboles, era un experto escalador y un consumado cazador. Pasamos jornadas enteras juntos, siempre que sus deberes en la corte se lo permitían y en todo ese tiempo, me pregunté en más de una ocasión por qué nunca escuchaba hablar de una aventura romántica que incluyera a mi apuesto primo. Yo en cambio, había causado más de un problema desde mi arribo y me había ganado una larga charla paterna. No era que mi padre pretendiera limitar mi carácter; pero sí le preocupaba enormemente que nos comportáramos como correspondía a la realeza. Mi padre tenía ideas muy específicas respecto a cómo debe de ser y actuar un gobernante. Un ejemplo: un gobernante debe de ser un ejemplo para sus súbditos; debe practicar toda aquella ética que espera de ellos y sus seguidores nunca deben verle como alguien prepotente, que se sienta con el derecho de tomar lo que desee. Sus palabras textuales, las cuales yo venía escuchando desde la más tierna infancia y que luego repitió tanto a lo largo de su vida que llegué a pensar que había enloquecido.
Maitimo nunca me dio una charla moralista; pero cada vez que se gestaba un pequeño alboroto por mis flirteos, mi primo se apartaba de mí y pasaba varios días "muy ocupado con sus deberes".
Un día – luego de un especialmente sonado asunto con la hija de uno de los oficiales de mi padre – me escondí en los aposentos de Maitimo a esperar su regreso del Consejo. Hacía dos jornadas que mi primo se retirara en medio de la velada, inmediatamente después de que un sirviente me entregara una nota de Lúnelindë, la joven en cuestión. No le había visto después de eso; pero los sirvientes no opusieron reparo en dejarme pasar, puesto que mi presencia en las habitaciones de mi primo era bastante frecuente.
Debo de haberme dormido en algún momento porque cuando abrí los ojos, la luz de Telperion se filtraba a través de las cortinas echadas y yo me encontraba echado en la cama de Maitimo. Alguien me había descalzado y desenredado mis trenzas. Cuando me volteé para examinar la habitación, descubrí a mi primo dormido a mi lado. Evidentemente había regresado tan agotado de la sesión del Consejo que prefiriera dormir a mi lado que despertarme. A diferencia de mí, él vestía una muda de ropa ligera que contorneaba su figura de forma casi... seductora. Los rizos color cobre se derramaban sobre la almohada y un bucle cruzaba su mejilla hasta tocar la comisura de la boca entreabierta.
La belleza de Maitimo me golpeó tan fuerte que mi estómago se retorció y mi sexo vibró contra el ajustado pantalón de terciopelo. Maldije entre dientes y me moví para incorporarme; pero entonces Maitimo se estiró levemente y la camisa se subió para mostrar la piel pálida y tersa del abdomen. Mis ojos se quedaron prendidos en ese fragmento de carne y mi boca se secó. El torso de mi primo ondeó de un modo demasiado sensual para que mi sangre permaneciera impasible. Con un esfuerzo alcé la vista y encontré la mirada de Maitimo.
La respiración se atascó en mi pecho. A través de las largas pestañas marrones percibí el brillo mercurial de sus ojos y sentí el calor ascender a mi rostro. Supe que él era consciente del efecto que estaba teniendo en mi cuerpo y la vergüenza me aturdió.
Maitimo entreabrió los labios y sin dejar de observarme por debajo de los sonrosados párpados, se movió de modo imperceptible. Pegué un respingo cuando sus dedos se enredaron con los míos; mas, no opuse resistencia mientras guiaba mi mano hasta que toqué su piel. Su vientre se sintió caliente contra mi palma y bajé la vista para seguir el recorrido que su mano obligaba a trazar a la mía. Lentamente, sus dedos liberaron los míos y aunque pensé que lo correcto sería apartarme, yo... bueno, nunca he sido uno para retroceder ante una nueva experiencia.
Seguí con la mirada el recorrido que las puntas de mis dedos trazaban en el abdomen de mi primo, dibujando las marcas de los músculos tensos, circunvalando el ombligo, delineando la banda del pantalón suelto... El vientre de Maitimo onduló y un gemido me obligó a alzar la vista.
El hijo mayor de Fëanáro se arqueaba hacia atrás, su boca entreabierta dejando escapar la respiración en cortos jadeos y la sangre ascendiendo a su cuello y sus mejillas en tanto su cuerpo se adelantaba para buscar mis caricias. Sin dejar de mirarlo, tiré lo suficiente de la cinturilla de la pieza para introducir la mano. Me frené en seco al sentir el sexo duro recibirme. Maitimo se retorció, gimiendo y jadeando desesperado, una de sus manos crispada junto a su cara en tanto la otra aferraba las sábanas. Tomé aire y decidido, empujé la pieza de algodón hasta que la verga de mi primo se irguió libre y demandante.
Oh cielos. Por un segundo, sentí envidia de que incluso en esto mi primo fuera perfecto. De cierto, "bien formado". Me erguí sobre un codo y me acomodé para rodear su sexo con mi diestra, e iniciar un ritmo lento, firme. En cuestión de minutos, Maitimo embestía en mi agarre, gimiendo en voz alta, arqueándose como un gato, jadeando murmullos entre los que solo distinguí mi nombre. El orgasmo sacudió a mi primo como un terremoto, disparos de fluido perlado empapando mis dedos y su torso, su verga temblando en mi mano.
Cuando por fin los estremecimientos cesaron y Maitimo yació con los ojos cerrados, respirando pesadamente, caí en cuenta de lo que había sucedido. Conociendo las inclinaciones de mi hermano menor desde que este era un infante, sería ilógico suponer que me disgustaran las relaciones entre varones; lo que realmente me tenía desconcertado era el hecho de haber participado en... esto. Me gustaba Maitimo - ya no tenía caso negarlo – pero jamás me pasó por la cabeza que lo tocaría de esta forma o, peor aún, que mi cuerpo estuviera tan ansioso por ser tocado por él.
Al cabo de un momento, Maitimo reabrió los ojos y me observó con interés que me hizo ruborizar. Incorporándose sentado en el lecho, se despojó de la camisa manchada por la eyaculación y deslizó los pantalones por sus largas piernas. Mi sexo se agitó en la restricción de mis ropas al contemplarlo desnudo y recuerdo haber pensado que debería de largarme, no permitir que esto – fuera lo que fuera – continuara. Sin embargo, mientras yo permanecía atascado entre el raciocinio y la lujuria, mi primo se inclinó sobre mí y unió su boca a la mía.
Fue el beso más delicado que jamás recibiera. Los labios de Maitimo eran suaves y tentadores; su lengua, una frescura que se deslizaba en mi boca y me invitaba sin exigirme. Le respondí instintivamente, enredando una mano en sus cabellos, siguiendo el movimiento con que me acercó a su cuerpo.
- Te deseo -, murmuró su voz ronca contra mi piel -. Te he deseado desde que te vi, Finno. Déjame... deja que te muestre lo que me haces sentir.
Mi única respuesta fue un gruñido ahogado mientras sus dedos desabrochaban mis ropas y las empujaban para descubrir mi pecho. Maitimo descendió por mi garganta, lamiendo y mordisqueando. Su boca jugó en mis pezones hasta que el mundo giró en mi cabeza como un remolino y entonces volvió a bajar por la línea de mi esternón hasta que mis calzas lo detuvieron. Se demoró en mi abdomen, recorriéndolo con su lengua y plantando leves mordidas en tanto abría mi bragueta y apartaba la ropa interior. Mi sexo dolía por la contención y el deseo casi animal que me aturdía. La mano de mi primo me acarició despacio durante un momento y de repente el universo desapareció en la cálida humedad que me acogió. Gemí y me doblé hacia atrás.
Estoy seguro de que le hice daño con mis descontroladas arremetidas en su garganta; pero en ese instante, nada podía importarme fuera de la escalada de éxtasis en mis venas, en mis entrañas, en mi espíritu. Ninguna experiencia anterior podía compararse a esta: todo mi ser ardía y cuando al fin estallé, mis fluidos colmaron la boca de Maitimo, escapando de la comisura de sus labios. La imagen terminó de llevarme al clímax, sumergiéndome en un mar de placer y oscuridad.
Volví en mí con la lengua de Maitimo moviéndose sinuosa contra la mía, su cuerpo pegado al mío y sus manos explorando mis cabellos y mis caderas.
Al otro día, nuestro abuelo en común sugirió a mi padre que sería bueno que Maitimo fuera mi tutor: eso ayudaría a reparar la distancia entre nuestras familias.

ESTÁS LEYENDO
Hermosos Pecadores V. Atado
FanfictionDesde Valinor hasta la Nirnaeth Arnoediad. Hoy cuentan que allá en Valinor los había unido una profunda amistad; pero, de hecho, Findekáno quería estar lo más lejos posible de su primo. Si tan solo hubiese conseguido alejarse lo suficiente... Los...