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Para cuando se cumplió un año valinoreano de nuestra llegada a Tirion, Maitimo y yo conocíamos cada detalle del cuerpo del otro. Yo sabía que él prefería observarme mientras me desnudaba, que le gustaba cepillar mi cabello hasta que las ondas habían casi desaparecido, que adoraba tocarme por debajo de la mesa para enredar su pierna alrededor de la mía... Él sabía que a mí me encantaba escucharlo hablar en los debates, que me fascinaba la forma en que sus ojos destellaban cuando se corría, que yo aprovecharía el primer rincón disimulado para plantar un beso en su boca y luego escaparme de su agarre. Supongo que mi padre se percató tempranamente de lo que ocurría entre nosotros; pero como yo no dejé de frecuentar la compañía de las jóvenes disponibles, no dio muestras de preocuparse. En todo ese tiempo, sin embargo, ninguno de los dos propuso avanzar hasta la entrega final. Intenté conversar con Turvo; pero mi hermano solo enrojeció y huyó de mí, lo cual me confirmó que a pesar de sus inclinaciones, mi pequeño hermano no había pasado de los preliminares con nuestro primo... nuestro otro primo, quiero decir... ¿olvidé mencionar que Turukáno y Carnistir eran más que buenos amigos? No era algo que todos supieran; pero una tarde los sorprendí demasiado cerca y los dedos de Carnistir estaban todavía enredados en los cabellos de mi hermano, así que...


La curiosidad me volvía loco – una de mis debilidades, lo admito. Ansiaba tanto como temía descubrir cómo consumaban el acto sexual dos varones. A pesar de mi curiosidad y mi reconocida coquetería, había sido bastante conservador en mis relaciones con hembras, así que, aunque conocía los preceptos básicos, era tan ignorante respecto al sexo como un niño de cinco años. No es bien visto entre nuestra gente tener relaciones... eh... íntimas con menores de edad y, a pesar de su evidente deseo de mí, Maitimo parecía dispuesto a aguardar hasta mi adultez para consumar el acto sexual en sí. Sexo oral: todo el que quisiéramos. Masturbarnos mutuamente o delante uno del otro: sírvase usted. Pero nada de penetración.


Entonces Fëanáro se retiró a su vivienda en Formenos durante unos meses y mi primo le acompañó durante el inicio de su viaje. Como no habíamos hablado nada respecto a fidelidad – y ciertamente yo no creía que lo nuestro pudiera considerarse una relación – retomé mi amistad con Lúnelindë. Así que el día del aniversario de mi abuela Indis, estaba yo enfrascado en una interesante conversación con mi amiga mientras girábamos en la pista de baile cuando mi primo arribó a la fiesta tan elegantemente ataviado que por un momento opacó a la homenajeada. Mis ojos fueron invariablemente tras él mientras Maitimo saludaba a la reina y le presentaba un obsequio que con toda certeza no provenía de Fëanáro. Mi abuela lo agradeció graciosamente – de todos los hijos de Fëanáro, Maitimo y Macalaurë eran los únicos aceptables, según su opinión. En cuanto terminaron las exigencias del protocolo, mi primo se volteó al salón y paseó la mirada por los invitados, gracias a su magnífica estatura. Nuestros ojos se encontraron y por un segundo creí percibir que su hermosa boca se crispaba; pero Maitimo solo hizo un saludo imperceptible y acto seguido, desapareció entre la multitud. No lo vi más en toda la fiesta y era cerca de la Mezcla de las Luces cuando me dirigí a mis habitaciones, luego de despedir a Lúnelinde con un casto beso en el dorso de la mano: por algún motivo, la presencia de Maitimo me había hecho sentir que flirtear con ella era incorrecto.


Me detuve en seco al llegar a mi alcoba: junto a la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho y la cabeza apoyada en la pared, estaba Maitimo.


- ¿Estás esperándome? – inquirí. Como si no fuera evidente. No me miró.

- Llegué a pensar que te habías ido con ella.

- No seas tonto -, deseché la suposición, sonriendo y ahora sí él se volteó para observarme a través de las pestañas.


Hermosos Pecadores V. AtadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora