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Tal vez debía de haberme intrigado el hecho de que mi abuela no escandalizara o me reprochara mi falta de decoro; pero todo ocurrió tan rápido que apenas tuve tiempo de pensar antes de encontrarme a medio vestir sentado en el estudio de mi padre.


Mi madre había llevado a Elenwë a tomar un baño y luego mi abuela le mandó a buscar un vestido nuevo. Mientras me dirigía al despacho paterno, escuché los planes para anunciar los dos compromisos – el de Findaráto y el mío – en el Festival. La reina estaba exultante. Yo apenas conseguía entender lo que estaba ocurriendo: por una parte estaba feliz - ¡iba a casarme con Elenwë, maldita sea! – pero por otra...


- Mírame, Findekáno.


Alcé el rostro para enfrentar la mirada de mi padre.


Nolofinwë Finwion siempre me dejó claro que estaba orgulloso de llamarme "su hijo". Desde mi nacimiento, me llamaba "mírya": mi joya. Yo era su tesoro más preciado. Él amaba a mis hermanos; pero entre nosotros era diferente. Éramos tan parecidos físicamente, tan opuestos en carácter – al menos en apariencia – que podíamos haber pasado por dos mitades de un mismo elfo. Sin embargo, en ese instante, percibí su decepción. Mi padre estaba decepcionado de mí.


- ¿Por qué? – exigió solamente.


Sentí las lágrimas llenar mis ojos.


- No lo sé. No sabía lo que estaba haciendo. Yo...

- ¿La amas? ¿Amas a Elenwë?

- No!... Sí... Tal vez. – Me llevé las manos a la cabeza, desesperado -. ¡No lo sé! ¡Ya no sé nada! Me gusta Elenwë. Pero él... No puedo sacarlo de mi mente, ¡de mí! Es él quien está en mi... corazón cuando... cuando yo... - Me interrumpí con un rugido de rabia y volví a mirar a mi padre. - Sabes cómo es, ¿cierto?

- Lo imagino -, admitió, con voz tersa.


Fruncí el ceño; pero no lo analicé más: después de todo, mi padre estaba casado con la persona que amaba y nunca le había sido infiel.


- ¿Qué va a pasar ahora? – inquirí, lastimosamente -. ¿Qué voy a hacer?

- ¿Qué quieres hacer? – preguntó él.

- Esconderme parece una buena opción.

- Sin duda. ¿Qué crees que debas hacer?


La táctica de mi padre no había variado en años. Él nunca me impuso un castigo sin antes analizar lo ocurrido conmigo. Muchas veces, era yo mismo quien elegía mi penitencia: incluso si era demasiado leve, mi padre lo dejaba pasar; pero luego de unos días, me obligaba a reflexionar si tratándose de otra persona, yo elegiría el mismo castigo.



- Debo hablar con Nel... Maitimo. – suspiré -. Si va a enterarse de esto, debo ser yo quien se lo diga. Es... es mi deber, ¿no?

- También tienes un deber con Elenwë. Tanto si te casas con ella como si no, le debes tu sinceridad.


Hermosos Pecadores V. AtadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora