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Elenwë no lloró cuando le dije que no podía casarme con ella. Vi el dolor en sus preciosos ojos lavanda y percibí el soplo de sus emociones; pero cualquier sentimiento había sido arrasado en mi interior por la tormenta del sufrimiento de Maitimo y ahora no quedaba nada. Apenas podía sentir a mi "compañero" latiendo en el otro extremo del lazo y aunque debía de haberme sentido aliviado, eso me asustó. Le había dicho que nunca lo amaría y llegué a preguntarme si no había sido demasiado cruel. En realidad, yo sí amaba a mi primo; solo que no del modo que él deseaba.



Más difícil fue convencer a mi abuela. La reina Indis no podía creer lo que escuchaba cuando mi padre le dijo que ya yo estaba unido a alguien más. Sus ojos azules me inspeccionaron como dagas que desearan atravesar mi cerebro y desmenuzar mis pensamientos – y en ese momento supe de dónde lo había heredado mi padre. Finalmente, dejó escapar un siseo, disgustada.


- Chiquillo tonto -, dijo -. Ese lazo será tu perdición. Pero tenemos otro asunto de vital importancia que atender. Elenwë, mi prima, pariente de Ingwë Ingweron, ha sido desvirgada por tu hijo, Arakáno. Él no puede reparar su falta, y por desgracia tampoco tú. ¿Qué haremos al respecto?

- Tengo otro hijo, madre -, replicó mi padre, inalterable.

- ¿Y este está libre? ¿O también ha estado jugando con lo que no debía y con quién no debía?

- ¡Padre, no puedes! – me incorporé yo, entendiendo lo que se planeaba -. ¡Turvo no puede...!

- Turukáno está de acuerdo en desposar a Elenwë. – declaró mi padre, sin mirarme -. El compromiso será anunciado durante el Festival y, a menos que otro acontecimiento nos obligue a adelantarla, la boda se celebrará cumplido el tiempo protocolar. Espero que estés de acuerdo en representarnos ante los padres de la novia, madre.


Indis observó a su hijo favorito durante unos minutos antes de asentir. Luego se me acercó y me acarició los cabellos.


- Chiquillo tonto. Ojalá llegue el día en que recuerdes este momento con alegría.


Y allí estábamos mi hermano y yo: yo, heterosexual, vinculado a un varón; él, homosexual, comprometido con una chica. El destino es un hijo de...



No hubo que adelantar la ceremonia de matrimonio. Turukáno y Elenwë contrajeron nupcias y cuando el tiempo se cumplió, ella dio a luz una preciosa chiquilla de cabellos dorados y ojos grises: Itarildë.


Cada vez que veía a mi sobrina, pensaba que podía haber sido mía. Debía de haber sido mía. Por supuesto, mi vínculo con Maitimo no se debilitó. Durante estaciones enteras, él se contuvo de convocarme; pero la tensión del lazo seguía ahí, quemando y doliendo. Cuando volvimos a encontrarnos, por más que hubiese querido resistirme, fui a él y lo arrastré al primer rincón lo suficiente privado como para tomar su verga en mi interior sin el peligro de ser sorprendidos. Él tenía razón: nadie más podía darme lo que él me daba. Nadie más podía darme esa mezcla de dolor y placer, odio y amor, desesperación y sosiego que mi fëa anhelaba. Pero no era amor.




Durante años jugamos a ese "tira y afloja", la tensión de nuestro vínculo complicada por los altibajos en la relación de nuestros padres. Después de que Fëanáro creara los Silmarilli, los rumores acusando a mi tío de querer desplazar del todo a sus hermanos crecieron hasta llegar a consolidarse en una propuesta para invalidar el segundo matrimonio del Noldóran. Nunca vi a mi padre tan dolido.


- Él no puede hacerme esto -, dijo mi padre cuando quedamos solos en su estudio -. Él no puede... hacerme a un lado de esta forma.

- Padre...


No me escuchó y salió de la habitación. Quise seguirle, seguro de que se dirigía a enfrentar a su medio hermano; pero a mitad del corredor encontré a Maitimo. Mi cólera y humillación al evocar la actitud y las palabras de los seguidores de Fëanáro regresaron con todo ímpetu, encontrando en quién volcarlas.


- No deberías de estar aquí. – repliqué, dándole la espalda, convencido de que me seguiría a mi alcoba.

- Findekáno, no tenía idea de lo que planeaban. – se defendió. – Ellos...

- ¡Todos lo sabían! ¡Tu padre orquestó esta farsa! ¡Y ni siquiera tuvo el valor de presentarse para darle la cara a mi padre! ¡Su hermano!

- Mi padre no tuvo nada que ver con esto. Lleva días sin salir de su taller.

- ¿Es así como juega ahora? ¿Moviendo los hilos de su conspiración desde las sombras? ¿Por qué no viene y nos dice en la cara que somos unos bastardos? – Lo estudié con fingida preocupación -. ¿Sabe que estás aquí? ¿Sabe que viniste a ver a tu amante bastardo? Tal vez deberías considerar el terminar nuestro vínculo, Príncipe Nelyafinwë. No sería bien visto que te relacionaras con gente de baja categoría, hijos de una ramera servidora de los Valar...

- ¡No me importa nada de eso! – rugió, agarrándome por las ropas -. No me importa tu sangre o tu nacimiento. No me importa tu nombre o tu estatus. Yo te amo, Findekáno, y jamás te traicionaría de esa forma. Puedo haber forzado nuestro vínculo; pero cuando lo elegí, lo hice consciente de que me unía a ti para toda la eternidad, y tomé esa decisión con alegría en mi corazón.


Por un momento, no supe qué responder. En medio de aquella locura, sus palabras parecieron lo único seguro, lo único inmutable. Maitimo me amaba. Maitimo me amaría siempre. Maitimo no cambiaría nunca. Tal vez yo no consiguiera amarlo; pero al menos él era mi roca de salvación.


Asalté su boca con salvaje pasión, ahogando cualquier pensamiento en la delicia de sus besos. Nos desnudamos con ademanes febriles y caímos juntos en el lecho. Nuestras manos exploraban y herían, marcándonos mutuamente. Abrí las piernas y conminé a mi primo y amante a tomarme sin más preparación. Como cada vez, su posesión fue una gloriosa tortura que hizo arder mi espíritu.


Permanecimos en mi recámara todo el día, teniendo sexo cual si el mundo fuera a terminar en unas horas. Era bastante avanzado en las horas de Telperion cuando sentí a mi padre. Me cubrí con una bata y dejé a Maitimo dormido para correr a verlo.



Lo encontré en su estudio, de pie ante la ventana y por un segundo, temí llamarlo y que, cuando me enfrentara, pudiera ver en su rostro las huellas de su enfrentamiento con Fëanáro.


- ¿Atto? – llamé en un susurro, avanzando hasta estar a su lado. - ¿Qué ocurrió? ¿Hablaste con... Fëanáro?


Durante largo rato, no recibí respuesta. Finalmente, mi padre ladeó el rostro y moduló, quedamente:


- Él no... Él me ha rechazado del todo, Findekáno. Él... eligió.


Tragué en seco, incapaz de entender por qué ese descubrimiento provocaba tal dolor en mi padre. Alcé una mano para descansarla en su hombro y atraerlo a mi pecho. Cuando se dio la vuelta, obediente, y se dejó abrazar, noté que no usaba el aro de oro blanco que siempre llevaba. La prenda había sido el regalo de Fëanáro por su mayoría de edad. En ese momento supe que la brecha entre mi padre y su hermano no podría subsanarse jamás.




Nota: Vale, que muy heterosexual... Fingon no es.

Hermosos Pecadores V. AtadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora