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Desperté solo. De la presencia de Maitimo en mi alcoba solo quedaba su olor flotando en el aire y las marcas en mi piel. Bueno, y el escozor en mis entrañas, que hacía casi insoportable estar sentado. Con un esfuerzo, tomé un baño y bajé a la sala común.


Encontré a mi hermano allí; pero no le hablé de lo ocurrido y en cambio, me dirigí a los establos para salir a cabalgar un rato. Apenas llegué a las afueras de la ciudad y ya sentía la necesidad de regresar. Ni siquiera analicé mi repentino apego hogareño: estaba agotado todavía, así que precisaba descanso. Y mi trasero opinaba que cabalgar había sido la peor idea de mi vida. Regresé al palacio y antes de considerar lo que hacía, casi corrí a la sala del Consejo. Esperé en el pasillo, paseando de un lado al otro, impaciente. ¿Por qué quería tan desesperadamente ver a mi padre? Sí, él y yo éramos cercanos de forma que nadie era capaz de sospechar; pero esto era... ridículo. En especial porque nunca había esperado a mi padre a la salida del Consejo. Si habláramos de Maitimo... Entonces lo comprendí: no era a mi padre a quien esperaba; era a Maitimo.



Maitimo. Maitimo. Nelyafinwë.

El nombre retumbó en mi interior, rodó en mis huesos y mi sangre... y mi cuerpo se inflamó con la posibilidad de verle.


Nelyafinwë.


Seguía llamándole así en mi cabeza, repitiendo su nombre paterno – un nombre que yo odiaba porque ya había aprendido que era un desprecio de Fëanáro hacia mi padre – y lo supe en ese instante: lo que había ocurrido la víspera, solo ocurriría con él.


En el momento de mi descubrimiento, la puerta de doble hoja se abrió y mi padre salió al frente de un grupo de representantes de los diferentes Gremios. Al verme allí, y en evidente estado de agitación, mi padre despidió a los demás Consejeros y se dirigió a mí.



- Findekáno, ¿qué ocurre? – inquirió tomándome por un brazo; pero seguí observando al grupo que salía de la sala.

- ¿Y Nelya... Maitimo? ¿Dónde está Maitimo? – exigí entrecortadamente.

- Salió para casa de su madre temprano. Es el aniversario de Nerdanel. ¿Necesitabas verle?

- No me lo dijo -, fue lo único que conseguí modular mientras las lágrimas acudían a mis ojos.



Mi padre pestañeó, confundido por mi repentina vulnerabilidad y me rodeó con un brazo para conducirme de regreso a mi habitación.



Ese día, mi padre se excusó de las labores en el Consejo y permaneció a mi lado. Intentó hacerme tocar un poco; pero yo solo permanecía echado bocabajo en la cama, echando de menos la presencia de Nelyo. Quería sentir sus manos en mi cuerpo, sus besos, su piel, su calor colmándome... Necesitaba a Nelyafinwë. Lo necesitaba.


Transcurrieron varios días en que no abandoné mi cuarto y apenas comí. Mi madre acudió a cuidar de mí, preocupada, y hasta sugirió que me llevaran a los Jardines de Lórien para que me recuperara de este mal que nadie comprendía. Atto se negó a sacarme de la casa, mucho menos a los Jardines de Lórien. Un día les escuché discutir.

Hermosos Pecadores V. AtadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora