La moción de los seguidores del Príncipe Heredero quedó en nada cuando mi abuelo renovó sus votos matrimoniales con Indis en presencia de toda la Corte y juró que eligiera esta unión por libre voluntad. A pesar de ello, Fëanáro demostró que no había estado detrás de la moción al expulsar a Tasarendil – quien presentara la propuesta al Consejo para deslegitimizar a los hijos del segundo matrimonio del rey – de Formenos y de entre su círculo privado. Sin embargo, la distancia entre él y mi padre se mantuvo. Maitimo y sus hermanos regresaron a Formenos para acompañar a su padre, que parecía haberse aislado de todos. Los rumores de los numerosos amantes de mi tío recorrían los pasillos del palacio real, haciendo alzar las cejas con disgusto a Findis y Arafinwë, en tanto mi tía Lalwen reía maliciosa cada vez que se cruzaba con su medio hermano. Solo mi padre parecía indiferente a la vida de Fëanáro, cual si al fin hubiese renunciado a cualquier conexión con él.
Cerca o lejos, mi lazo con Maitimo siguió lo mismo, disimulado bajo la apariencia de una amistad que desafiaba las tensiones entre nuestras respectivas familias, unas veces él demandando mi aceptación de mi destino y yo revolviéndome contra su exigencia, otras ambos devorándonos hasta que mi rebeldía se adormecía y sus celos se apaciguaban. No guardé fidelidad a mi compañero. El número y variedad de mis amantes competía con el de Fëanáro, al punto que en ocasiones me pregunté si no habríamos compartido a alguien. Fue entonces que comenzaron los rumores de que mi padre tenía una amante.
Los comentarios apuntaron a una joven aprendiz de Nerdanel. La chiquilla – hija de uno de los cortesanos de mi padre – estaba fascinada por el Gran Príncipe Nolofinwë: todos sus bocetos, todas sus estatuas, se parecían a él. El enamoramiento de la muchacha solía ser motivo de bromas en nuestra casa.
Curufinwë y Tyelkormo ayudaban a fomentar la creencia de que la chiquilla era la amante de mi padre. Mi hermana llegó a pegarle un puñetazo a su primo favorito que le dejó un ojo morado por varios días. Discutí con Maitimo la actitud de sus hermanos; pero él solo me dijo que no hiciera caso de esos idiotas. Mi madre ni siquiera se inmutó ante la situación.
Cuando mi tía Findis le preguntó por qué estaba tan tranquila, mi madre no alzó la vista de su cuaderno de dibujos para decir:
- Esa chiquilla no es su tipo. Ni vestida de oro atraería la atención de Arakáno, y tú deberías de conocer mejor a tu hermano.
Pero no todos reaccionaron tan calmadamente: mi tío Arafinwë – el eterno conservador, el mediador, el defensor de los valores familiares – se marchó a Alqualondë con toda su familia, para disgusto de Artanis y Findaráto, que adoraban estar en Tirion.
Tampoco Fëanáro lo tomó bien. ¿Pueden creerlo? Sus amoríos eran del dominio público: en una ocasión, un poema alabando la resistencia del Príncipe Heredero había sido la obra literaria de moda en Tirion, ¿y él cuestionaba la fidelidad de su medio hermano? Cierto que mi tío y Nerdanel se habían separado desde antes de que yo naciera; pero, ¡por favor!, era el colmo de la hipocresía. Lo peor de todo era ver como mi padre no respondía a sus ataques.
En una ocasión, la disputa entre ellos durante la cena en el palacio fue tan fuerte que mi abuelo le ordenó a mi padre abandonar el salón.
Por un momento, todos quedamos atónitos. Fëanáro había comenzado; mas, era mi padre quien debía retirarse. Recuerdo la mirada herida que mi padre dirigió al rey antes de incorporarse y hacer una reverencia. Mi abuelo quiso continuar la cena; pero la reina echó su silla atrás y anunció que se retiraba con su hijo. Sin embargo, antes de que ella pudiera levantarse, Fëanáro se puso en pie y abandonó el comedor. Finwë quedó sin palabras ante las sillas vacías de sus dos hijos. Indis hizo una mueca irónica y sólo le señaló al rey:
- Tu amor por Fëanáro te ciega en muchas maneras, Finwëya.
Muchas horas después - habiendo dejado a Maitimo en su alcoba luego de discutir, tener sexo y de nuevo discutir - me dirigí al antiguo estudio de mi padre y como esperaba, lo encontré allí.
Mi padre yacía acostado en el diván, su túnica encima de una silla y descansaba la mejilla en un antebrazo. Parecía sorprendentemente joven así y una vez más fui consciente de lo mucho que amaba a mi padre. Al acercarme a él, tropecé con una botella vacía: con razón dormía tan profundamente. Me arrodillé a su lado y le acaricié los cabellos, apartándolos de su frente... Mi mano se congeló al comprobar que estaba usando el aro de oro blanco con el zafiro, el regalo de Fëanáro. Ni siquiera me había percatado de eso antes... o, ¿en realidad no lo estaba usando antes de abandonar la cena?
La respiración de mi padre se alteró y se volteó para quedar bocarriba. Alzó ligeramente los párpados, apenas lo justo para vislumbrarme a través de las pestañas, y una sonrisa curvó sus labios.
- Mírya -, dijo, con voz enronquecida por el sueño -. ¿Qué haces aquí?
- Esperaba dormir contigo -, respondí, con tono ligero.
- Ya estás demasiado alto y ancho para que los dos quepamos en este diván -, declaró, volviendo a cerrar los ojos.
- Entonces, ven a tu cuarto conmigo. – propuse, tomándolo de la mano para obligarlo a levantarse.
Mi padre se echó a reír y volvió a caer de espaldas en el diván, arrastrándome con su peso hasta encerrarme en un abrazo.
- No voy a dormir contigo, mírya -, declaró travieso -. Hueles como Avar en festival de verano.
Lo observé, confundido por su tono desenfadado y estuve a punto de señalar que ¡él también olía como Avar en festival de verano! ¡Y ni siquiera estaba seguro de lo que quería decir con esa descripción!
- ¿Hablaste con... Fëanáro? – inquirí, comprendiendo que solo ese podía ser el motivo de su aparente dicha.
Sus facciones se ensombrecieron y aunque siguió con los ojos cerrados, pareció sobriamente despierto.
- Él quiere... una prueba de mi lealtad -, murmuró. Eso era nuevo, pensé.
- ¿Qué prueba? – pregunté, frunciendo el ceño.
- Una... que no le puedo dar. No ahora. No todavía... aunque él no pueda entenderlo.
- Pero tú esperas que lo haga -, concluí, con lógica.
- Yo espero que volvamos a ser como antes -, confesó, con un profundo suspiro de fatiga.
Como antes. No era una gran mejoría; pero sería mucho mejor que esta guerra en que vivíamos día a día.
Sea cual fuera la situación entre ellos, sus seguidores llevaron la enemistad a los más terribles extremos, llegando a liarse en trifulcas en las calles de la ciudad. Ambas facciones empezaron a vestir armaduras y portar armas a todas horas.
Cuando pareció que una guerra estaba a punto de estallar en Tirion, Arafinwë regresó de Alqualondë para mediar en una tregua.
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Hermosos Pecadores V. Atado
FanfictionDesde Valinor hasta la Nirnaeth Arnoediad. Hoy cuentan que allá en Valinor los había unido una profunda amistad; pero, de hecho, Findekáno quería estar lo más lejos posible de su primo. Si tan solo hubiese conseguido alejarse lo suficiente... Los...