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Ninguno de mis amigos de Endor podrá jamás imaginar lo que es una tertulia en Tirion. Si además le agregamos el hecho de que en aquella época considerábamos que teníamos toda la eternidad por delante... bueno, ¿qué decir?


La tertulia había comenzado con la Mezcla de las Luces que precedía al esplendor de Telperion y durante más de dos horas los Maestros de Lambë habían estado dando vueltas en torno a términos que, de hecho, ya ni se empleaban en Valinor. Yo, que solo había acudido para congraciarme con mi hermoso primo, estaba a punto de desvanecerme de tedio. Maitimo, sin embargo, se hallaba concentrado en el debate y al notarlo, me dediqué a observarlo. Dejemos algo claro: me gustan las hembras. Mi hermano prefiere los varones y mi hermana está tan loca como nuestra tía Lalwen; pero a mí... a mí me encantan las hembras. Digamos que entre mis constantes flirteos con las jóvenes solteras de Valimar y la infatuación de Turukáno con el nieto del Rey Ingwë, mi padre había encontrado la excusa perfecta para regresar a su hogar, a pesar de las quejas de mi madre y de la insistencia de Námo de que permaneciera en la ciudad de los Valar... ¿Ya mencioné que Námo tenía algo raro con mi padre? No es que yo lo critique: atto era... es impresionante. Pero me estoy desviando del tema.


El hecho es que nunca me había interesado en un varón. Como ya dije, la primera vez que un hombre mereció mi atención fue cuando vi a mi tío Fëanáro en esa comida; no obstante, ni siquiera me pasó por la mente tener con él igual trato que tendría con una hembra – en especial porque Fëanáro apenas me veía y en las escasas ocasiones en que su mirada se detuvo en mí, había en sus ojos tal confusión de emociones que ni siquiera estaba consciente de si podría encontrar una a la que corresponder. Tampoco en ese momento, mientras me sentaba junto a mi primo mayor en una de las incómodas sillas de la biblioteca de Tirion, pensaba que podría llegar a tener ninguna intimidad... erótica con él; sin embargo, mis ojos pronto se desviaron a su figura: era una vista mucho más interesante que esos elfos de rostro enjuto y grises túnicas talares. Maitimo también vestía sobriamente, aunque en su caso, el tono verde oscuro de sus ropas solo servía para resaltar el tono cobrizo de los cabellos que llevaba peinados en una red de finas trenzas, la cual mantenía los rizos recogidos en lo alto de su cabeza, en tanto la melena suelta descendía hasta la cintura. Por únicas joyas usaba un aro de oro en cada oreja y un anillo de esmeraldas en el anular derecho. Como detalle, usaba un prendedor con la estrella de ocho puntas de su padre cerrando la túnica debajo del cuello. Mi tía Nerdanel había elegido su nombre con exquisita precisión: Maitimo sobrepasaba en estatura a mi padre y, como él, sus miembros poseían un perfecto balance, haciendo que ser tan alto pareciera... correcto. En cambio, en tanto mi padre era musculoso y ancho de espaldas, incluso un poco tosco para su imagen de político, Maitimo era pura elegancia y gracia.


De sus exquisitas facciones, mis ojos descendieron a los largos dedos que descansaban en sus rodillas y recuerdo haberme preguntado cómo sería sentir esos dedos en el cuerpo de uno. ¿Tendría mi primo una amante? Las hembras de Tirion y Alqualondë estarían persiguiéndolo como polillas a la luz. En ese momento de mis pensamientos, Maitimo dejó escapar una especie de gruñido de protesta que curvó sus labios carnosos, mostrando un destello de la dentadura y un instante después, estaba de pie, rebatiendo el criterio de uno de los Maestros.


No me pregunten qué rayos dijo Maitimo en su alegato. Escuché su voz, no sus palabras. Escuché el fuego, la pasión con que defendía su opinión, el hechizo que derramaba sobre los demás al punto de que a mitad de su discurso la mitad de los oyentes asentía entusiasmado. Cuando terminó de hablar, Maitimo se sentó entre los aplausos de los presentes y cual si entonces recordara mi presencia, volteó a mirarme. Sus ojos resplandecían como las flores de Telperion y al percibir mi aturdimiento, sus mejillas se cubrieron de rubor. Entonces lo supe: Maitimo sería siempre para mí el epítome de la belleza.



Después de la tertulia, regresamos al palacio caminando. Mi primo vivía con nuestro abuelo debido a su posición en la Corte, representando a su padre y en tanto la construcción de nuestra vivienda no se concluyera, nosotros también viviríamos allí. Maitimo me acompañó hasta la puerta de mi cuarto y se detuvo allí, con las manos en los bolsillos de los pantalones por debajo de los faldones de la túnica.


- Ya estás aquí, primo -, anunció, sonriendo. Alcé una ceja, disgustado: tuve la impresión de que me consideraba un niño... lo cual no habría estado desencaminado, ya que Maitimo era solo dos estaciones menor que mi padre.

- Sano y salvo -, asentí, cortante. Él me contempló cual si analizara mi respuesta y al fin, sonrió suavemente.

- Sobreviviste la tertulia. – Comprendí que había notado mi aburrimiento y me apresuré a decir:

- Estuvo bien. En especial tu intervención...

- Pero tú eres más de actividades al aire libre -, concluyó por mí -. No lo hubiera pensado: tengo entendido que recibiste lecciones de Mandos en persona.

- Pudiera decirse -, me encogí de hombros -. No conoces al Vala, a juzgar por tu suposición. Námo puede convertir el tema más insignificante en una trifulca callejera... y el tópico más interesante en una tortura psicológica.

- Como tu padre.

- Como mi padre -, asentí -. Algo que según entiendo, aprendió del tuyo.


Maitimo estalló en carcajadas ante mi réplica y el sonido retumbó en mi interior.


- Tocado -, capituló. – Ya que has sido tan educado como para no echar a correr durante la velada, te permitiré elegir nuestra próxima excursión.

- ¿Iremos a dónde yo quiera? – vacilé: mi tía me había advertido sobre los trucos de los Fëanorion.

- Adonde tú quieras, Findekáno.

- Bien. Me lo pensaré y después te digo. Descansa bien, Maitimo.

- Puedes llamarme Russandol - ofreció casi... magnánimo –. Es como me llaman en casa.

- Está bien. Descansa... Russo.


Me observó unos minutos, repentinamente serio, antes de asentir.


- Descansa, Findekáno – susurró y giró sobre los talones para alejarse a largas zancadas.


Seis días después, sorprendí a mi primo a la salida del Consejo, invitándolo a que me mostrara las cuevas donde, según decían, su padre descubriera su primera mina.

Hermosos Pecadores V. AtadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora