Intangibles Emociones

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La chispeante y aventurera sensación nocturna, alentaban la satisfacción que presta la mirada humana, y no había mirada más humana que la mía, pues todo se me hacia nuevo, todo se me hacia único. Desde el inicio de la semana mi asombro asomaba a las cercanías de los lugares de moda, visitando bares con auténticos mostradores de madera, donde eran alineados los más variados y amplios licores, los cuales no me limite a probar, martinis, whiskys, cócteles y vinos provenientes de todas partes del mundo, hacían vida ahora en mi garganta.

Las calles se inundaban de extensas luces de colores, que guiaban mi camino a las calidas mesas de los restaurantes más finos, donde el jamón curado se presentaba ilustremente como entrada para darle paso, al auténtico festín de carnes y ensaladas preparadas por conocedores de los gustos más mundanos.

Admití que ese constante revoloteo de hombres, mujeres y máquinas del que finalmente era parte, resultó ser al inicio todo lo que necesitaba.

Gustaba de pasear por la ciudad, en un nuevo auto que había decidido comprar pues el que tenía resulto completamente destruido, elegí alejarme de ese modelo estirado que representaba el Mercedes Benz, por algo un poco más propio de mi situación, un BMW M760Li del año, color plata.

Prestaba también atención a los demás placeres, pues mis oídos eran seducidos por las orquestas de la ciudad, una sinfonía completa de oboes, trombones, guitarras, violines, saxofones, tambores y flautas, tratando de acallar los malos ratos que había pasado, sustituyendolos con las melodías de los grandes autores.

Pero para los fines de semana ese nuevo auto que tanto adoraba se convertia en un fiel taxi de las compañías que resaltaban a mi alrededor, el primero que recuerdo conocer fue a Víctor Preston, un corredor de Wall Street en apogeo, era alto, rubio, de buena complexión y ojos azules, quien me abordó inmediatamente al apenas reconocer mi rostro.

Retuvo mi mano indiferentemente, con una promesa de que cuidaría de mi, por supuesto, pensé que luego de tanta soledad se hacía imprescindible que me uniera a alguien, fuese bien o mal escogido, pero mi fortuna era mejor compañera pues siempre terminaba por alejarse por algún asunto, hasta que solo se convirtió un olvido flotante.

De los pocos que recuerdo también se encontraba la señorita Elizabeth Bennet, una feliz coincidencia que tuve pues la mujer, no solo llevaba el nombre de un personaje literario sino que su estructura y su comportamiento se alineaban con el de dicho personaje. Desperté en su cama en dos oportunidades completamente complacida de la feliz coincidencia.

Otro de los testimonios de la romántica expectación que inspiraba, era la señorita Casandra Volka, una bailarina Rusa que admire desde que la vi en su dulce danza, su cuerpo era ignotico, parecía tener tan pleno dominio de él como era humanamente posible.

Con ella compartir varias noches, hasta que se marchó de nuevo a su madre patria, todo inició después de que su actuación en el teatro concluyera, y terminarámos compartiendo el ascensor, su mirada era especial, cargada de vigor, sentía su atrayente aura hacia mí, por lo que no me extraño, que en lugar de dejarme bajar en la primera oportunidad, se inclinaría a sostener mi brazo con una invitante sonrisa.

Su partida dio el inicio inevitable de que todo lo bueno concluye, aunque me diera a la más ruidosa hilaridad, la digna homogeneidad de mis acciones se diseminaron, asumiendo la circunstancia más penosa, de que no, me encontraba donde debía estar.

Esto por supuesto solo lo asumi, después de despertar en una caótica situación, realmente no sabía cómo unos tragos mal puestos me habían llevado a un estado en que solo podía describirme como una "Vil borracha", pero tan inquieta fue mi puesta en escena, que terminé en un hotel de alta categoría con dos mujeres en la cama, de las cuales vergonzosamente me trataba de separar.

El Error De Eros.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora