Capítulo 1: El árbol de los muertos

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Escocia 1845

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Escocia 1845

Vieron la figura tres veces a intervalos de tiempo distinto, era como si el cielo la escupiese y de pronto aparecía como una mancha negra en la luna llena. No estaban seguros de qué se trataba, pero no era de este mundo. Marco, un adolescente apenas, iba de primero en el grupo, temblando de pies a cabeza, apenas mirando hacia adelante, pues estaba más concentrado en escudriñar el horizonte delante de ellos, y más aún el cielo. Tenía miedo de que llegara de pronto y no estaba seguro de poder completar esa tarea.

Apenas el brillo de la luna traspasaba las ramas de los árboles y servía como luz para lograr andar dentro del bosque donde reinaba tal manto de oscuridad. Las raíces de los árboles dejaron la profundidad de la tierra y habían ocupado gran parte de la superficie, por lo que el grupo compuesto de mujeres, hombres y niños, debían estar alertas para no tropezarse y con esto llamar la atención. Porque estaban tratando de pasar desapercibidos, y ese día incluso en el bosque, por la razón que fuese, las lechuzas no ululaban, no había grillos, ni otro tipo de aves. Todo estaba en silencio, como muerto.

Marco contó el grupo dos veces. Uno por uno y para cuando llegaron a un claro en medio de tantos árboles, se sintió satisfecho porque había logrado llevarlos sanos y salvos a todos. Intactos. Por ahora.

—¿Cuánto falta para llegar al cementerio? —preguntó un hombre alto, vestido con traje negro y un sombrero que hacía juego con la noche.

—Sigo pensando que fue mala idea venir aquí —dijo una mujer regordeta, ya entrada en años, a quien todos le decían Paty—. Marco, hijo, esto es una locura. No sabemos si funcionará o no. Caray, ¿hay alguien aquí que esté seguro de esto? —jadeó y puso las manos en la cintura.

—Nadie lo está —protestó una mujer morena, llamada Lucía—. Pero por alguna razón fuimos elegidos y habrá que seguir hasta el final, pienso yo.

Todo el grupo frunció el ceño y siguió avanzando en cuanto Marco dio la orden. El terreno comenzaba a subir en pendiente, mientras los árboles eran cada vez más escasos y la colina por la que subían se hacía más visible. Hubo un relámpago y el cielo se tiñó de un rojo parecido a la sangre, nadie puedo evitar estremecerse y hasta el más pequeño sintió escalofríos por todo el cuerpo y el miedo se hizo más presente que nunca. La lluvia vino después de un trueno y comenzó a caer sobre ellos como una cortina de hielo punzante y gélido como la muerte.

—Esto era lo que nos faltaba —dijo Paty fatigada mientras notaba que el terreno era cada vez más empinado—. Bueno, si no logramos nada pescaremos un gran resfriado.

—Deberíamos estar en nuestras casas disfrutando de tocino frito y salchichas —dijo un joven corpulento, llamado David—. Todo por hacerle caso a un chico de 14 años...

— ¡Cállate, ya! —protestó el hombre del traje—. Todos vinimos por voluntad propia. Nadie aquí fue obligado ¿O sí? Naturalmente, me parece que el chico fue muy claro.

Resurrección Luna LlenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora