Pasaron cuatro meses, con algún que otro contratiempo. Se acercaba cada vez más la hora en que los muertos saldrían de sus tumbas. Tenía que pensar en muchos asuntos que resolver, que prácticamente no me dejaban dormir. Por un lado estaba el repudiable hecho que Larry Thompson comenzaría con las clases de futbol. Fue él quien insistió, yo por mi parte mantengo que es una pérdida tiempo. Es casi como enseñar a un pez a trepar un árbol.
Por el otro, Robert no se dignaba a aparecer, y la fecha de la resurrección se aproximaba rauda y veloz, oscura e infatigable. Habían pasado varias semanas desde que Jasón Lewis, por fin, gracias a mí, claro está, se había dignado a creer que era un ángel; y desde ese momento no había quien lo aguantara, caminaba dándose aires de supremacía, demostrando en todo momento quién mandaba. El día que llegó a Oxford, levantó tanto la atención entre las chicas y algunos chicos gays, que tuvo que ponerles mala cara para lograr quitárselos de encima. La mayoría de los miembros del equipo de futbol, bromearon cosas, le preguntaron si se puso toda la caja de esteroides, a lo que él simplemente sonreía.
Tuve que advertirle a Jasón que bajo ninguna circunstancia podía dejar en evidencia lo que era, de lo contrario se tomarían medidas drásticas. Lo que odiaba preguntarme, puesto que había unos cuantos detalles que Jasón desconocía, era cuál sería la postura del ángel rebelde cuando supiera de su verdadera misión: ayudarme a traer a la vida a tres personas indudablemente muertas, y por si fuera poco, ayudar un montón, a que en todos los sentidos, terminemos salvos y enteros del furtivo ataque de los demonios; no sería una tarea fácil.
Posiblemente renunciaría. Dejaría de ser ángel, en el mismo instante en que Máximo le diga la verdad. Ojalá que el dios griego pueda convencerlo. A decir verdad, todavía no había llegado el momento para preocuparme por eso, salvo que faltaban dos semanas para que ese momento llegara. Lo que sí me tenía trastornado, era cómo, cuándo y dónde buscaría a Robert Lins.
Llegará la hora.
Lo mejor sería ir a desayunar. Necesitaría mucha energía para lo que me esperaba en mi primer entrenamiento. Me puse ropa cómoda, para la ocasión, y abandoné la habitación.
En la cocina, Larry Thompson ocupaba el mismo sitio de siempre, al lado de Steven y mi lugar. Me senté y miré con un ápice de nostalgia el asiento vacío de Robert. Me dio una sensación extraña cuando adiviné dónde estaba, y me propuse ir a buscarlo al día siguiente. No quería que la luna llena nos agarrara desprevenidos y hubiera uno menos en el grupo.
Máximo entró cuando una docena de empleados dejaron los platos en el fregadero y siguieron, mirando al suelo para evitar a toda costa esa mirada tan fría. El dios griego curvó los labios, me pareció que sonreía, cuando tomó asiento al lado de Steven, quien se enderezó incómodo. Eva y Úrsula terminaron de servirnos la ración de salchichas y huevos revueltos y se sentaron a la mesa.
—¿Alguien sabe algo de Robert? —preguntó Eva, mirando el plato.
—No —dijo Úrsula echándome una rápida mirada, quizás con la intención de que yo les diera una pista.
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Resurrección Luna Llena
Pertualangan¡¡Hey, tu!! ¡¡¡Siii, estoy hablando contigo!!! ¡Mírame! Quiero hacerte algunas preguntas. No tiembles, sólo responde ¿Dónde está la chica que se suicidó la semana pasada, la que se amarró una soga al cuello y se colgó del techo? ¿Cuántas personas cr...