¡¡Hey, tu!! ¡¡¡Siii, estoy hablando contigo!!! ¡Mírame! Quiero hacerte algunas preguntas. No tiembles, sólo responde ¿Dónde está la chica que se suicidó la semana pasada, la que se amarró una soga al cuello y se colgó del techo? ¿Cuántas personas cr...
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Pensaba continuamente en lo débil que era yo, comparado con mi primo Máximo, eso sin sumarle lo lento y torpe que podía ser al la hora de tener miedo. Y desgraciadamente para mí, últimamente estaba dejando de ser un prodigio en la videncia y me estaba convirtiendo en un completo fiasco. Tenía serías dudas de lo que pasaría, porque el futuro no es temporal, cambia constantemente.
Revisé mis manos y mi cuello, lugares donde el demonio me había golpeado el día anterior en el lago. Me aterraba pensar en ello. Cómo nuestras vidas estuvieron a punto de esfumarse en sólo cuestión de minutos. Lo peor era que Alastor seguía vivo y la vida de mi primo Máximo seguía peligrando. Imaginé que los demonios no cesarían de su propósito original, único, ver al mensajero y al resucitador muertos.
Era lunes, y como no había clases porque era el día del trabajador, no tendría mucho que hacer escolarmente. Pero de no encontrar qué hacer, la sola idea de tener que resucitar tres personas en los próximos meses terminaría matándome.
Entonces se me ocurrió una gran idea. Una que logró subirme el ánimo. Por no mencionar que los entrenamientos de futbol se aproximaban, yo estaba aterrorizado, y después de que el entrenador me viera jugar, yo sería hombre muerto. No podía ser otra cosa que estar resuelto llevar a cabo cualquier cosa que me mantuviera ocupado por varios meses. Era mucho trabajo, pero valía la pena el empeño que le iba poner. Claro, pensé poco después, no podía hacerlo sólo y quién mejor para ayudarme, que un chico rubio, fuerte, y dispuesto.
A Robert nunca le había gustado ejecutar esa clase de trabajos, porque según él, lo bajaban de rango. ¿Ser chofer era un rango? Supuse. Steven ni hablar, era muy ordinario y terminaría destrozándolo todo.
Cuando entré a la cocina, noté que todos excepto Robert y Máximo estaban sentados a la mesa en forma de L. En las mesas alargadas el resto comían, bajo un estricto régimen de silencio. Steven bromeaba con Úrsula acerca de los frágiles que eran las mujeres, y del terror enfermizo que le tenían a las cucarachas.
Larry reía de sus payasadas, pero en cuanto se fijó en mi se puso serio, como si yo fuera una especie de Hitler. Se puso de pie y fue a la estufa a servirse más café, ya que Eva también estaba desayunando. De vuelta, aparte de su café trajo mi desayuno. Observo que llevaba un short rojo y una camiseta blanca. Me provocó darme un tirón; mis piernas eran palillos a comparación de las de Larry, que eran gruesas y músculosas. En su escuela fue un luchador, era lo obvio. Tuve la tentación de entrenar con pesas y mejorar mi aspecto. Mala idea, lo único que conseguiría sería desmoronarme como un pedazo de porcelana cuando le pones algo pesado encima.
Acéptate como eres Tom Mortinzzon, me dije. No soy feo, pero quizás, lo que más me molestaba era ser tan débil.
—Qué tal —dije tomando el asiento que Robert había dejado desocupado—. Por lo que veo algunos amanecieron muy alegres.
Steven sonrió. No habría amanecido así, si le hubiese contado el peligroso altercado que habíamos tenido con el demonio. Sabía de todo lo demás, porque Máximo así lo quiso. Faltaba Robert, quien por voluntad propia se marchó de la casa con la firme petición de no ser encontrado.