Capítulo 7: Revelaciones

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Había oscurecido cuando llegamos a la mansión Mortinzzon, aunque no pasaban de las nueve y unas cuantas luces de la planta baja de la casa estaban encendidas

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Había oscurecido cuando llegamos a la mansión Mortinzzon, aunque no pasaban de las nueve y unas cuantas luces de la planta baja de la casa estaban encendidas. Máximo tenía cara de resignación y nos decía con su expresión fría y severa que había que seguir adelante. Yo no estaba de acuerdo con aquella postura, parecida a la manera de pensar de Robert, ya que a Steven se le veía consternado. A mí me costaba luchar contra mis deseos y anteponer la realidad, y la misma era que tenía que seguir con los misteriosos planes que ellos comenzaron.

Máximo contempló la llanura y el límite del bosque. El Ferrari se detuvo frente a la fachada principal.

—No deberíamos entrar por la puerta principal —dijo Robert mirándome—. La curiosidad tiene a los gatos atentos.

—No importa —dije. Estaba un poco mareado y me dolía el cuerpo como si un costal de piedras me hubiese caído encima; bueno, eso más o menos era lo que había pasado—. Es mejor que todos conozcan al nuevo miembro de la familia Mortinzzon.

Nos bajamos del auto. Robert aceleró y se perdió de vista en medio de una línea de setos hasta internarse en las profundidades de la casa, en donde estaba el estacionamiento. Máximo levantó la mirada hacia la casa y supuse que estaba recorriéndola con su mente.

—Magnífica residencia —dijo con voz apagada, aunque eso no disminuía en nada aquel tono varonil, acorde con su figura aplastante—. Veo que todos los Mortinzzon han sabido utilizar bien su tiempo... doscientas cuarenta habitaciones... sótanos, pasadizos, y hasta un...

—Así es —interrumpí, ante la mirada curiosa y al mismo tiempo enojada de Steven—. Lamento lo de tu desnudo.

—Mañana hablaremos —dijo Steven sin mirarme.

Asentí preocupado.

Miré la casa, lo había hecho tantas veces y aun así no cambiaba la firme opinión que tenía de las casas pequeñas, donde suele haber muchas personas, de modo que por la falta de espacio, todas permanecen unidas. El contraste de vivir en una casa grande es que cada quien tiene su espacio, quizá al grado de que nadie necesite de nadie y todos tomen su propio camino.

—Entremos —dije sintiendo escalofríos por el frío que hacía. Recordé el enigmático mensaje de la tía Margaret y pensé. ¿Qué tenía que ver eso con la muerte?

¿Qué pasaría?

Máximo, al momento de estar al borde de las escalerillas que no separaban de la puerta, clavó, como un cuchillo afilado su mirada en mí. Sabía lo que estaba pensando, no dijo nada, en cambio me miró con desdén y asintió.

Subimos la escalera y ascendimos hasta la entrada principal, que terminaba en un arco gótico, con un águila de mármol sobresaliendo en la punta. Había ángeles y demonios tallados en la puerta, y dos estatuas desnudas de Afrodita se alzaban de cada lado. Tal vez mis padres lo sabían, y trataron de advertírmelo mediante la intimidante y gloriosa decoración de la casa.

Resurrección Luna LlenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora