Capítulo 13: Euforia

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Eran un poco más de las once, casi la medianoche, y para entonces estaba más aburrido que una ostra. Lo que debía hacer ya estaba casi terminado, pues, después de todo, había logrado lo más importante: sembrar la duda en la mente de Jasón Lewis. Aún no se me borraba la expresión de su rostro cuando su puño, sin recibir ningún daño o dolor, había hecho un enorme hueco en la pared.

Estaba en la biblioteca arreglando un poco el desastre, que nos tomaría meses concluir, cuando un manto de nubes le abrió paso a la luna, que destelló. Los rayos entraron en la estancia. Acomodaba un montón de libros por las fechas y los autores; de vez en cuando anexaba alguna que otra página de un libro en otro que no estuviera tan carcomido por el moho. Todavía me faltaban una columna de libros a mi derecha, claro de los que planeaba ordenar, porque si veía al frente me encontraría cientos y cientos de volúmenes antiguos. Algo desanimado encontraba, que por mucho que hiciéramos aquí y allí, la biblioteca no lucía como esperaba. Tampoco podía decirse que yo le dedicara el tiempo que debía a su restauración. Lo bueno, al menos, era que Larry llegaría de un momento a otro a echarme una mano.

Resultaba desagradable para mí pensar en lo furioso que se había puesto el entrenador conmigo, y de cómo (no lo hubiera querido así) me había suspendido hasta tiempo indefinido, o hasta el mismo Jasón se dignara a permitir que le besara los pies. Después de todo, si comenzaba a creer que era un ángel, se le subirían las ínfulas hasta el tope y no habría muchos que le fueran a aguantar. Excepto yo, que me veía obligado a aguantarlo, ya que él era indispensable para la resurrección.

Atornillé algunas tablillas a estantes que habíamos vaciado, y luego le puse un capa de barniz. Creo que no estaba quedando tan mal después de todo. No tenía sueño, y aunque lo tuviera me había comprometido a trabajar toda la noche. Lo peor era que al día siguiente teníamos clases. Agité mis manos en un montón de papeles, que pensaba tirar, en busca de algo relevante. Algo que me pudiera servir. Lo único que encontré fueron algunos fragmentos de los poemas, que mi madre tanto disfrutaba escribir. Encontré una novela de Agatha Christie, que lucía un poco borrosa, y una carpeta de cuero de oveja que llevaba las iniciales de mi tatarabuela; la abrí y encontré media docena de brújulas con más agujas de las que le corresponden tener a ese tipo de objetos. Tuve una corazonada respecto a ello.

Acaso tendrían un uso las brújulas que se saliera de su propósito original. Observé intrigado, tomé la más antigua, que era de un desvaído color azul turquesa, y traté de probar si funcionaban en el reducido rincón donde estaba acurrucado. Las agujas indicaron que el norte estaba en la misma dirección de la puerta de cobre. Yo estaba en el sur. Así era. Funcionaba bastante bien. Sería muy útil en esos momentos sobre todo, cuando estás en el bosque y necesitas orientarte, en el peor de los casos un desierto mortal y cariñoso.

Útil o no decidí guardarla en el bolsillo de mi jersey. Esculqué entre un puñado de papeles, debajo de lo que parecía ser un ataúd de vampiros; era corto, debió ser de una persona pequeña, de un metro sesenta tal vez. No encontré más que un puñado de fotografías descoloridas, lo observé con atención; se trataba de mis abuelos rodeados de una pareja de ancianos tres veces más viejos que ellos. Estaba en la cima de un vistoso prado en Escocia. Tomé otra fotografía quemada a la mitad, la parte buena, era indudablemente la figura de mi padre, lo curioso era que tomaba la mano de alguien. No era la de mi madre. Quizás se trataba de una de sus novias, mi madre la había encontrado y decidió quemarla, borrar ese recuerdo dañino.

Me enfoqué en lo que había detrás de mi padre, y no fue difícil constatar que era un cementerio. Parecía ser un campo santo italiano, juzgando por el tipo de arquitectura del mausoleo que estaba a su detrás. Me llamó la atención el lenguaje, escrito en los bordes del techo de la edificación, evidentemente no fue escrito en lengua italiana. Cuando pegué más los ojos a la fotografía me di cuenta, que la expresión de mi padre era de frustración, su frente estaba cargada de sudor, como si el y la persona que tomaba de la mano hubieran hecho algo muy malo.

Resurrección Luna LlenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora