Al día siguiente el clima mejoró drásticamente. El sol se alzó en las cumbres del cielo, mostrando su imponencia, su supremacía, destacándose para ser admirado. Robert manejaba el coche al límite de la velocidad permitida.
Steven se había ido a Londres, tenía coche propio, pero después del altercado de ayer con el gas, estaba un poco nervioso, por lo que prefirió tomar el autobús. No era el único.
Faltaban poco menos de treinta minutos para llegar a Oxford. Dentro del coche, todo iba en completo y supremo silencio, Robert, concentrado en la carretera, intentaba no querer hablar con nadie. Genial para mi agudo letargo de culpabilidad, que precisamente ese día en que estaba dispuesto a contarle sobre el sueño, Robert permanecía en un silencio sepulcral. Y a menos que no hablara de chicas, seguiríamos así por los próximos treinta minutos.
Y aunque generalmente yo amaba el silencio, aquel día haría una excepción y rompería esa calma que comenzaba a desquiciarme, porque ni siquiera el leve siseo del coche andando, podía oírse dentro. Miré a Robert de soslayo y contemplé una expresión de preocupación inocultable. Traté de ver algo en su mente. Lo conseguí. Vi las trágicas imágenes de sus padres muriendo en un accidente de coche.
Me fue inevitable sentir un apretón cortante en el estómago. Su dolor era mi dolor. Después de todo, los padres de Robert habían comenzado a trabajar para mis padres en la mansión Mortinzzon cuando tenía cinco años, yo recién cumplía los tres, y como no había nadie cercano a mi edad que saciara los arrebatos de la infancia, jugar y todo eso Robert, comenzó a ser como un hermano para mí. Ambos teníamos algo en común: éramos hijos únicos, y cuando se es hijo único, la soledad suele ser el mórbido alimento que trasforma el ego, en un monstruo, y que termina siendo tan recurrente que nos trasforma a tal punto de querer toda la atención... de quererlo todo. Punto en el cual se marcaba una gran diferencia entre ambos; Robert había sido víctima de carencias materiales, pero sus padres le habían dado todo lo que tenían a la mano: amor. En cambio yo, heredero de una gran fortuna, había carecido por completo de esa indispensable esencia.
Los rayos del sol se hicieron sentir sobre el vidrio ahumado del auto. Giré la manija y bajé el cristal un poco. El sol me dio en la cara de lleno. Era agradable. Me subía el ánimo. Observé caminos y los enormes edificios que lidiaban la carretera, de un pequeño pueblo estilo victoriano por donde pasábamos.
El tiempo pasaba con una deliberada lentitud. Eso me sacaba de mis casillas, y aún no llegaba a mí alguna ridícula protesta para iniciar una conversación. Entonces decidí nadar por los océanos turbios de la ansiedad. Porque algo malo debía significar comenzar en una universidad que no conocía, y que a pesar de la tradición familiar ligada a ella no me había atrevido a conocer. Y aun tentando a buscar referencias en Google, leí sobre Oxford todo lo que valía la pena investigar. Me dio un poco de miedo descubrir los tentadores planes fotográficos que la página ofrecía sobre la antigua universidad. La verdad era que estar en otro lugar que no fuera mi territorio en la mansión más grande de Europa, me aterrorizaba mucho.
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Resurrección Luna Llena
Adventure¡¡Hey, tu!! ¡¡¡Siii, estoy hablando contigo!!! ¡Mírame! Quiero hacerte algunas preguntas. No tiembles, sólo responde ¿Dónde está la chica que se suicidó la semana pasada, la que se amarró una soga al cuello y se colgó del techo? ¿Cuántas personas cr...