Horas después estábamos entrando en el vestíbulo de la casa en Londres de tía Margaret. Era una propiedad de tres pisos lo bastante grande, clásica y elegante como para que una persona soltera y sin hijos pasará sus últimos días. Tenía algo de gótico en la decoración y saltaba a la vista que recientemente había tapizado los muebles con tela negra, muy fina. Al igual que en mi casa las paredes estaban adornadas con lienzos, que sin importar el paso del tiempo en la larga vida de los videntes lograban conservarse tan bien como lo había hecho su dueña.
Una hermosa enfermera con el pelo recogido y parcialmente cubierto con una boina blanca, nos esperaba, sonriente a los pies de una suntuosa escalera.
—Síganme —dijo sin mirar a nadie en especial.
En el segundo piso abrió una puerta con delicadeza y nos indicó que pasáramos.
—Gracias —le dijo Úrsula a la enfermera.
Ella cerró la puerta después de abandonar la habitación. Vi en su mente que desconocía por completo nuestros dones.
—Está muy buena... ¿viste esas piernas, Steven? —dijo Robert con pensamientos sucios.
—Para Aullar.
—¡Quieren callarse! No es el lugar ni el momento —ordenó Úrsula golpeando a Steven en la nuca.
La habitación de tía Margaret ocupaba el segundo piso por completo. Había un juego de muebles de la época de María Antonieta, reposando frente a una bien elaborada chimenea, donde el fuego crepitaba, y aun así, hacía mucho frío allí. Vi sillones fucsias frente a la ventana, a la cual una oscura cortina cegaba completamente. Al final, casi en el rincón, se encontraba la cama sin dosel. Tía Margaret, cubierta con una sábana verde jade, nos observaba, sin perder detalle de cada uno de nuestros movimientos. A sus pies, amenazantes, había cuatro gatos angora, que se erizaron y gruñeron en cuanto vieron a Steven. Mi hermano odiaba los gatos, y ellos al parecer se daban cuenta de ello.
—Tranquilos, no como gatos —dijo sonriendo.
Me desagradó y entristeció ver un pañuelo manchado con sangre sujeto a la mano derecha de tía Margaret. Había varios, hechos bolas, en el fondo de una papelera, a un lado de la cama.
—Tom, me alegro de verte —dijo tía Margaret con dulzura—. Sabía que vendrías.
—Vine en cuanto lo supe —dije con aprensión.
—Gracias Úrsula, es bueno verlos a todos juntos —dijo Tía Margaret pasando la mirada de Steven a Robert—. Y la enfermera está comprometida.
Sonrió.
Era bueno ver que una persona moribunda aún conservara un poco de sentido del humor.
—Gracias a ti —le dije. Me dio dolor ver lo delgada que estaba. Su cuello y sus manos Lucían esqueléticos—. ¿En qué te puedo servir?
ESTÁS LEYENDO
Resurrección Luna Llena
Aventura¡¡Hey, tu!! ¡¡¡Siii, estoy hablando contigo!!! ¡Mírame! Quiero hacerte algunas preguntas. No tiembles, sólo responde ¿Dónde está la chica que se suicidó la semana pasada, la que se amarró una soga al cuello y se colgó del techo? ¿Cuántas personas cr...