Capítulo 11: Oscuro

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Impelido por la urgencia aceleré el paso

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Impelido por la urgencia aceleré el paso. Estaba sorprendido de haber caminado tanto. Aquel día me había levantado a las tres de la madrugada, al borde del abismo, bajo la espada de Damocles. Acelerado, nervioso, no pude aguantar ni un minuto más en la mansión Mortinzzon, así que decidí irme caminando a Oxford. Una completa locura. Pero todo fuera por apaciguar un poco la ansiedad que me carcomía. Caminando tardaría horas en llegar a la universidad. Todo ese miedo contenido era el que impulsaba cada movimiento lento y torpe que yo daba sobre la carretera.

Ya había caminado tres kilómetros. El cielo estaba oscuro y encapotado de tinieblas. Los árboles a cada lado de la carretera se alineaban formando siniestras figuras fantasmales, que con sus diminutos ojos negros parecían observarme, condenarme, hasta tal punto de sentir la necesidad de cerrar mis ojos o mirar el suelo.

Procuré no mirar hacia atrás. Desde que abandoné la verja a la carretera principal habrían pasado a lo sumo tres autos. Tuve la ardiente tentación de pedirles un aventón hasta donde terminara su camino, no obstante quién en su juicio se detendría y llevaría aun completo extraño. Otro loco, pensé.

Orienté la mirada a un atajo que atravesaba el bosque. ¿A dónde iría?, me pregunté; y cuando lo adiviné supe que fue lo más sabio no haber acortado el camino por allí. En ese preciso momento, una manada de lobos devoraba algo que no logré saber que era, debido al manto de sangre que lo cubría y que las bestias degustaban frenéticamente. Un escalofrío descendió desde la nuca hasta la parte baja de mi espalda; se transformó en un choque eléctrico que hizo aminorar mi paso. Tenía que dejar de mirar ese tenebroso sendero y alejarme de allí lo más pronto posible, antes que los lobos olfatearan mi olor.

Lo último que quería era terminar siendo carne fresca para lobos. Sentí pasos. No sé por qué, pero luego de agitarme recordé a los demonios. No era el lugar ni el momento, me dije. Viéndome rodeado de árboles y una carretera delante de mí interminable; además, cubierto por la oscuridad absoluta, te hace pensar que no fue buena idea haber abandonado la casa. Si pasaba algo nadie podía ayudarme. Nadie se había percatado de mi ausencia. Nadie sabía que estaba allí.

Había sido tan imprudente al aventurarme a recorrer un camino, que no sólo debí transitarlo de día, sino además en auto; arriesgándome a ser encontrado por ellos. Por el chico que meses antes, porque fue real, había querido matarme.

Sentí una fuerza anormal en la atmósfera. Mi pie dio contra una roca y me precipité contra el asfalto. Algunas lechuzas ulularon y salieron disparadas de lo más alto de los penumbrosos árboles. Me puse de pie, tambaleante, sentía algo de vértigo, y tuve la sensación de que él, más temprano que tarde saldría de entre los árboles y me haría sentir, antes de matarme, ese desagradable frío previo a la muerte.

Producto del miedo y de la cruel expectativa, mi corazón latía muy rápido. No pude evitar acelerar mi paso, pero lo único que conseguí con eso fue agotarme más de lo que estaba, hasta sentir cada músculo agarrotado. De modo, fuera del cansancio el frío también hacía lo suyo, ya que una brisa helada calcinaba mis pulmones cada vez que inhalaba aire.

Resurrección Luna LlenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora