Mayte miró el reloj de la cómoda. Faltaban quince minutos para que llegaran Edgardo y Fernanda. Dejó caer la falda en el suelo del armario y sacó un pantalón corto con gesto de desafío. Había llegado a casa con tiempo de sobra para ducharse y depilarse las piernas y ahora debatía consigo misma sobre lo que se iba a poner. Como si importara algo.
Su prometido y la mejor amiga de éste, una mujer a la que no le gustaba nada, iban a ir a cenar comida tailandesa a su casa. Después de un año viviendo allí, una de las cosas que todavía le encantaban de ciudad, era la variedad de comida fabulosa que había por todas partes.
Miró la ropa del armario. No iba a salir y no tenía que impresionar a nadie. Eligió una camiseta desgastada, pero no tardó en descartarla. No, a Edgardo le gustaba vestirse aunque no fueran a salir. Y la educación de ella le impedía recibir a alguien en casa vestida con eso.
Se rio de sí misma. Y no, tampoco podía vestir de blanco antes de Semana Santa ni después del Día del Trabajo. Aunque ahora viviera en el el corazón del DF, seguía siendo Mayte Lascurain Arrigunaga. Era curioso que hubiera tenido que ir a México para descubrir quién era. Sonrió. A su madre seguramente la sorprendería saber que la rebelde de los Lascurain - Arrigunaga respetaba así las normas del blanco.
Optó por un top de espalda desnuda y atado al cuello. Informal pero sexy. Y lo más importante: fresco, algo a tener en cuenta con el calor que hacía fuera. Terminó de vestirse y cerró la puerta del armario con la ropa descartada tirada en el suelo. Se recogió el cabello en alto y lo sujetó con un pasador gigante. A pesar del aire acondicionado, el calor parecía colarse en su departamento.
Se puso perfume detrás de las orejas y, en un impulso, también entre los pechos. Si no le gustaba a Fernanda, al menos quería que le gustara su olor.
Acompañó a voz en grito una canción de Gloria Trevi que sonaba en la radio y tiró del pantalón corto hacia abajo. Esa mañana no había salido a correr y lo notaba en el modo en que le apretaban los pantalones. Algunas mujeres se veían bendecidas con cuerpos esbeltos y delgados que parecían de sílfide, pero ella no pertenecía a ese grupo. Había aprendido hacía tiempo que comer la mitad de lo que había en su plato y hacer ejercicio todos los días era el único modo de conservarse. Las mujeres bajitas y con algo de curvas podían caer fácilmente en la gordura.
Cometió el error de mirarse el trasero en el espejo mientras cantaba. ¡Agh! Edgardo tenía razón. La última vez que se habían acostado le había dicho que su trasero se había hecho más grande. No era lo que ella quería oír, pero suponía que la verdad a veces podía doler.
Había pensado seriamente en hacerse una liposucción en el trasero, ¿pero y si esas células de grasa se trasladaban a sus muslos o a otros destinos igualmente odiosos? No se atrevía a correr ese riesgo.
Un aullido en la otra habitación apartó su atención de su trasero. Fue a la cocina y sirvió comida de gato en el bol vacío situado al lado del frigorífico.
—Ajá. Estás engordando tanto como yo — se echó a reír y levantó un momento a Peaches en el aire—. Pero te comprendo. Yo también tengo hambre.
El sonido del timbre resonó en todo el apartamento y a Mayte se le aceleró el corazón. Fernanda y Edgardo. La idea de encontrarse frente a frente con la chica la había atormentado toda la tarde. No la había visto desde que ella empezara a invadir sus sueños de un modo satisfactorio pero inquietante.
Tragó saliva y bajó la radio de camino a la puerta. Se asomó por la mirilla y el corazón le dio un vuelco al ver la cara de Fernanda.
Alejandro Fernández cantaba con voz ronca en la radio sobre el amor que llegaba por fin a matar su soledad, cosa que no hizo nada por apagar el nerviosismo de Mayte.
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Tentaciones...
RomanceEs una adaptación, pero no sé de quién es la historia original... sorry. No nos hacemos cargo de los traumas, lean bajo su responsabilidad.