Parte 5

666 31 8
                                    

¿Era posible que Fernanda no captara que aquello era una invitación clara a que volviera a besarla y siguiera donde lo habían dejado, con sus dedos rozando las bragas mojadas de ella?

Era evidente que las dos se deseaban. Fernanda había sentido su humedad y Mayte había sentido el deseo de ella. Y acababa de decirle, en términos claros, que ya no tenía un futuro con Edgardo.

—La gente dice muchas cosas cuando está enfadada —repuso Fernanda en tono conciliador.

¿Quería insinuar que Mayte era irracional y debía perdonar que Edgardo le pusiera los cuernos? Já. Ella no tenía nada de irracional.

—No estoy enfadada.

Fernanda la miró sin decir nada.

—De acuerdo. Puede que esté un poco enfadada porque me ha engañado —se encogió por dentro; se sentía gorda, fea y poco deseable—. Y mira que con la persona que lo ha hecho... ugh. ¿Cómo voy a competir con eso si no estamos equipados igual?

Fernanda movió la cabeza con cierta irritación.

—Tú no tienes que competir. Por mucho que te cueste creerlo, tú no tienes nada que ver en eso.

Para para ella era muy fácil decirlo.

— ¿Alguna vez has tenido una novia que te dijera que había descubierto su heterosexualidad interior contigo?

—Ah... no.

—Lo suponía. ¿No crees que eso puede hacer que te sientas un poco deficiente?

Fernanda parecía una mujer que tuviera que enfrentarse a un pelotón de fusilamiento.

—Sé que puedes sentir eso, pero esto no sucede porque haya un problema contigo. El que tiene el problema es Edgardo, pero no por estar con un chico... solo. Olvídalo. Me gustaría que hubiera hablado conmigo antes de hacer una estupidez que puede poner en peligro su relación contigo.

Su vehemencia y su crítica al comportamiento de Edgardo la sorprendían.

Normalmente los amigos se apoyaban entre sí, tuvieran o no razón. Y su reacción la sorprendía todavía más porque siempre había creído que no le caía bien a Fernanda.

Tomó una revista del arcón de bambú y se abanicó con ella.

—Me sorprende que no pienses que ha sido una suerte que haya podido librarse de mí.

Fernanda se sentó más recto en el sofá.

—Siento que hayas interpretado mal mis acciones en ese sentido.

¿Qué? ¿Ahora implicaba que era una neurótica que había malinterpretado su comportamiento amistoso? Mayte estaba enfadada, sudorosa y tenía mucho calor. Fernanda había elegido el día erróneo para salir con aquellas tonterías. Se incorporó con una rodilla en el sofá y los brazos en jarras.

—Alto ahí. Espera un momento. ¿Sientes que haya interpretado mal tus acciones? Si te vas a disculpar, hazlo bien. Si no, ahórrate la saliva. Pero no se te ocurra insultarme con la disculpa.

Fernanda tuvo el buen sentido de parecer algo avergonzada, pero todavía arrogante. Y muy sexy a la luz de las velas.

—Tienes razón. Me he portado como una imbécil y sigo portándome como una imbécil.

Aquello sorprendió a Mayte. Aunque, por otra parte, nunca sabía lo que podía esperar de Fernanda.

—Yo no te he llamado imbécil. Bueno, a lo mejor sí que era eso lo que insinuaba —ya estaba harta de todo aquello. ¿Qué sentido tenía? —. Vamos al grano. Yo nunca te he caído bien. Tú apenas has podido mostrarte educada conmigo y nunca he sabido por qué. El día que me fotografiaste pensé que era diferente... pensé... bueno, no importa. Ya soy mayorcita y, después de enterarme de que mi prometido prefiere a los chicos que a mí, supongo que esto ya no puede ser peor, así que ¿por qué no me lo cuentas? Dime por qué nunca te he caído bien. Dicen que la confesión es buena para el alma.

Tentaciones...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora