Parte 16

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Fernanda observaba dormir a Mayte. El sol le acariciaba las nalgas y las piernas, tenía un brazo encima de la cara y el cabello rubio sobre la almohada.

Ella salió de la cama y entró en el baño a buscar las bragas y los vaqueros.

Andar desnuda había estado muy bien durante la noche, pero ya no. La magia de la noche se había desvanecido con la salida del sol.

Tomó su cámara y la ajustó para la luz brillante que había en la habitación. A ninguno de las dos se le había ocurrido bajar la persiana cuando se habían metido en la cama cuatro horas atrás. Mayte yacía en parte a la luz y en parte en sombra. Hizo varias fotos, encantada con el juego del sol sobre su piel. Retirándose otra vez detrás de la seguridad de la cámara.

Ella abrió los ojos y le sonrió adormilada. Miró la cámara.

—Por favor, dime que no me estás haciendo fotos sin maquillar y con el cabello así.

—Estás hermosa —le aseguro Fer. Y era cierto.

—Sí, claro —Mayte levantó una mano—. No más fotos, por favor.

—De acuerdo.

Fernanda se acercó a la ventana y miró al exterior, para ofrecerle un momento de intimidad sin llegar a salir del cuarto.

Crujió el colchón, lo que anunciaba que May se había levantado. La oyó salir de la estancia y el chirrido de protesta de la puerta del baño.

La gente poblaba de nuevo las calles de la ciudad, pero se veían pocos coches.

Hizo varias fotos sin mucho interés. Su corazón no estaba en eso.

Oyó abrirse la puerta del baño y Mayte volvió a la habitación.

—Gracias por venir conmigo anoche al hospital —dijo Fernanda sin voltearse.

Mayte abrió un cajón de la cómoda.

—Me alegro de haber conocido a tus padres. Y de que tu madre esté bien.

—Sí — se encogió por dentro. Las dos hablaban como personajes de un guion malo.

—Me cayeron mejor de lo que esperaba —siguió ella.

—Estaban... distintos.

Pero eran tan egoístas como siempre. No la habían buscado porque se sintieran orgullosos de ella o se hubieran dado cuenta de que no la conocían. No, se sentían mortales y vulnerables y Fernanda era su refuerzo. Seguía ocupando un segundo plano con ellos. Y en cuanto su madre se sintiera bien, volverían a su mundo privado de dos.

—Tú también les gustaste —comentó.

— ¡Já! Les hubiera gustado cualquiera que te hubiera salvado de ser una amargada solitaria de por vida.

Fernanda se echó a reír.

—Eso tuvo gracia, ¿eh? Si nunca les había presentado a alguien, tenía que ser así para ellos. Pero no era eso. Tú sabes conquistar a la gente.

—No olvides a la señora Martinez. Y te aseguro que no conquisté a Carlos.

— Carlos y tú no han tenido un buen comienzo —comentó Fer—. ¿Arreglaste las cosas con Edgardo?

—Más o menos. He cerrado ese capítulo, así que puedo olvidarme del rivotril —sonrió Mayte—. ¿Y ustedes?

Fernanda se encogió de hombros.

—Creo que sí.

Mayte se acercó a Fernanda, le puso las manos en las clavículas desnudas y ella sintió que le ardía la piel.

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