Parte 4

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Fernanda se había criado en México y nunca había visto a un ciervo atrapado por la luz de unos faros, pero ella se sentía así en aquel momento. ¡Maldición! Si hubiera pensado con la cabeza en lugar de ir olfateando en torno a Mayte como una adolescente enloquecida por las hormonas, habría visto acercarse aquello y habría podido anticipar la pregunta. Pero como no había sido así, Mayte le había pillado desprevenida y en aquel momento se sentía bastante tonta.

—Es un misterio para mí —era una embustera terrible.

—No me digas.

Estaba claro que Mayte no le creía. Y Fernanda podía jugar un poco con la verdad para protegerle de lo que percibía como egoísmo por parte de Edgardo, pero no quería mentirle conscientemente. Sin embargo, el modo exacto en que él pensaba manejar aquello sí era un misterio para ella.

Mayte tomó su teléfono móvil.

—Vamos a llamar a Ed. Si está encerrado en la galería sin luz, no puede estar muy ocupado.

Fernanda se encogió por dentro. A Mayte podía destrozarla saber lo ocupado que podía estar Edgardo en aquel momento.

Mayte marcó el número y tamborileó con los dedos en la mesa.

—Hola, Ed. ¿Está todo tranquilo por allí? Bien... nada. Hemos comido pizza fría y fruta. Le he preguntado a Fer de qué querías hablar esta noche y parece que ella está tan a oscuras como yo. No, eso no pretendía ser una broma... pues hablemos ahora. Ya sé que querías estar aquí, pero puedes decírmelo por teléfono. Siento mucha curiosidad. No me hagas esperar. Tienes que satisfacerle... sí, está aquí. De acuerdo.

Mayte respiró con fuerza y pasó el teléfono a Fernanda.

—Quiere hablar contigo.

Ella agarró el aparato de mala gana.

Mayte puso los brazos en jarras y le miró de hito en hito. Genial. Nada de conversación privada. Aunque no le extrañaba nada. Seguro que empezaba a pensar que le tomaban el pelo.

El instinto le decía que no le iba a gustar lo que se avecinaba.

— ¿Edgardo?

—Mayte quiere saber de qué quería hablarle esta noche — él sonaba claramente asustado.

Fernanda se apoyó en la encimera y cruzó un pie encima del otro.

—Sí.

—No puedo decírselo por teléfono —él hablaba como si él acabara de exigirle que hiciera precisamente eso.

Ella miró el rostro firme de Mayte.

—Me parece que no tienes elección.

—Sí la tengo. La mejor elección posible. Díselo tú.

Fernanda estuvo a punto de soltar el teléfono.

— ¡NO!

—Sí. Cuanto más lo pienso, mejor me parece.

Tal vez para él sí. ¿Pero y para los demás?

—Por supuesto que no.

—Oh, vamos. Ustedes se caen mal. ¿Y de qué otra cosa van a hablar? ¿Qué van a hacer atrapadas juntas en la oscuridad? Este apagón puede durar varias horas.

—No lo haré.

—Piénsalo. Sería mejor así.

¿Sólo hacía doce horas que pensaba que Edgardo no podía hacer nada que pusiera en peligro su amistad? Empezaba a cambiar rápidamente de idea.

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