Parte 14

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Mayte tomaba un café con hielo que sabía a agua de cloaca fría e ignoraba a Carlos, que estaba dos mesas más allá. No sufría mucho por la infidelidad de Edgardo, pero no estaba preparada para abrazar a su nuevo objeto de deseo. Se alegraba de que Edgardo y Fernanda estuvieran hablando fuera porque necesitaba también unos minutos para aclarar sus ideas.

No sabía si reír o llorar. Estaba enamorada de Fernanda. En algún momento de la noche se había enamorado de ella.

Sabía que había encontrado lo que quería... un amor de los de tacón de aguja.

Fernanda no tenía nada de cómodo. Era alternativamente cáustica y tierna, valiente y vulnerable. Y ella sabía con una certeza que casi la asustaba que diez años después o cincuenta años después sentiría todavía lo mismo por ella.

Tal vez todo aquello había empezado en la sesión de fotos de dos semanas atrás y los sueños eróticos habían querido decirle lo que ni su cabeza ni su corazón estaban preparados para escuchar.

Estaba tan inmersa en sus pensamientos que se sobresaltó cuando Edgardo se sentó a su lado.

—Fer dice que tenemos que hablar.

—Pues habla.

—Lo siento —dijo él.

—Y deberías. Eres un villano. No sólo me eres infiel sino que esta noche me mientes cuando te llamo por teléfono y me haces creer que sigues encerrado en la galería.

—Lo sé. He hecho mal. No puedes llamarme nada que no me haya llamado yo ya. Sabía que te enfadarías y, si se enteraba la negra, ella también. No quería hablar contigo esta noche. No quería lidiar con esto.

—Tú has creado un monstruo, doctor Frankenstein. Lidia con él.

—Tienes razón.

—Sí.

¿Cómo seguir riñendo a alguien que se mostraba de acuerdo con ella? Lo que antes quería decirle cuando lo viera cara a cara era que esperaba que se le cayera el pene, pero ahora... seguramente se mostraría de acuerdo con ella. ¿Y qué satisfacción podía haber en eso?

—Siento muchas cosas. No haber tenido el valor de decirte las dudas que tenía sobre mi sexualidad antes de enrollarme con Carlos. No haber sido lo bastante hombre para decírtelo personalmente. Y haberme portado como un idiota hace un rato.

Mayte no había sido nunca rencorosa. Perdonaba con facilidad. No sabía si era una bendición o una maldición. Y su facilidad para perdonarlo seguramente indicaba que no lo había querido como debía querer una mujer a un hombre para casarse con él.

Y sabía también que, de no ser por el comportamiento de Edgardo, jamás habría ocurrido aquella noche con Fernanda. Y ella se alegraba mucho de que hubiera pasado. De eso no se arrepentía.

—Acepto tus disculpas y ya no deseo que se te caiga el pene —dijo.

Él soltó una risita.

—No quiero que te enfades eternamente conmigo.

—No voy a decir que me caiga bien Carlos, pero si a ti te importa y te hace feliz, me alegro por ti.

—Gracias. Es más de lo que merezco.

—Sí que lo es —Mayte sonrió y Edgardo tendió una mano y le metió un mechón de cabello detrás de la oreja.

—Eres una mujer muy especial. A una parte de mí le habría gustado que lo nuestro saliera bien.

—Habría sido imposible, Ed. Y debo decir que me alegro de que hay pasado esto. Yo estoy bien, ¿pero tú has hecho las paces con Fer?

—Sí. Hemos hablado de lo que pasó antes. Ya le he pedido perdón. Y me ha hablado de sus padres.

—Es raro. Yo los detestaba por lo que me había contado ella y luego me han caído bien.

—A mí siempre me ha pasado lo mismo con ellos. Han hecho mucho daño a Fernanda, pero no son intencionadamente crueles, sólo distantes. Yo de adolescente nunca me sentía mal recibido en su casa, pero siempre había una distancia. Si eres el amigo, eso está bien, pero si eres su hija, no. Ella finge que no le importa, pero siempre ha querido que se fijaran en ella —parecía disgustado—. Ni siquiera vinieron a la graduación del instituto.

Mayte sufría por Fernanda.

—En cuanto ha llamado su padre, no ha dudado ni un segundo en venir. Se merece unos padres mejores.

Su vehemencia hizo sonreír a Edgardl.

—Eso le pasa a mucha gente, pero tenemos que conformarnos con lo que tenemos. Fer es una de las mejores personas que conozco, pero ellos le han dejado algunas cicatrices.

Mayte respiró hondo y se lanzó a la piscina de cabeza.

—Le quiero —le pareció que el sentimiento cobraba realidad al darle voz.

La conmovió la melancolía que vio en los ojos de Edgardo.

—Lo sé.

— ¿Lo sabes? ¿Cómo es posible...?

—Lo he sabido en cuanto les he visto juntas en la habitación.

Mayte soltó una risita.

—Ridículo, ¿verdad? Ayer tú y yo estábamos prometidos y ahora estoy aquí sentada diciéndote que me he enamorado de ella.

—Yo no diría ridículo. Yo diría que es como es, más o menos igual que lo mío con Carlos.

—Tú eres su mejor amigo. Necesito que a ti no te importe —a Mayte no le resultaba fácil pedirle su bendición.

—No puede importarme o tú no dejarías de atormentarme y darme la lata.

Los dos se echaron a reír. Edgardo se puso serio.

—Tendrás que luchar por ella.

A Mayte se le encogió el corazón.

—Sé que está enamorada de otra, o por lo menos eso cree ella. ¿Quién es esa chica?

—Sé que hay alguien. Alguien de quien no quiere hablar, lo cual no es raro en la negra ya que es muy reservada. Pero yo no me refiero a eso —sus ojos oscuros mostraban cierta lástima—. Tendrás que luchar con ella misma.

Tentaciones...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora