Parte 10

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—Parece contento con su nuevo nombre. ¿Tú qué piensas? —preguntó Mayte.

Fer, el gato, estaba sentado encima del frigorífico con los ojos cerrados y sin hacerles ningún caso. Fer, la humana, pensaba que Mayte estaba loca, pero le resultaba adorable.

—Está loco de alegría.

Mayte se echó a reír y Fernanda hizo mentalmente una foto. Quería recordar siempre aquel momento. Estaban metidas en una conversación absurda en una cocina que era un horno sin electricidad, y no recordaba haber sido nunca tan feliz.

Mayte se puso de puntillas y la besó en los labios.

—Aunque no te guste admitirlo, eres muy agradable.

Su ternura la sorprendió.

— ¿No me has llamado idiota hace poco?

—Pero no eres exclusiva. Puedes ser las dos cosas.

May miraba a Fer de un modo que hacía que se le acelerara el corazón. Pero la rubia se equivocaba. El noventa y nueve por ciento del tiempo Fernanda era idiota y Mayte estaba despechada por lo de Edgardo y le adjudicaba cualidades que no tenía.

—Tendrás que hablar con Ed —dijo.

—No, no tengo que hacerlo. Pero supongo que lo haré.

—Tienes que cerrar ese punto o tendrás que buscarlo más tarde para quitarte una adicción al Rivotril —comentó.

—Me conoces muy bien —Mayte le tiró un paño de cocina a la cabeza.

Fernanda lo atrapó con la mano.

—Parece que lo has asimilado bien.

—No soy propensa a la histeria.

Fer enarcó las cejas, recordando la escena que había hecho Mayte cuando ella había vuelto a la habitación. Había estado al borde de la histeria. Por ella. Todavía le costaba creerlo.

—Bueno —rectificó —. Si creo que alguien que me importa puede morir, eso es distinto, pero en líneas generales no soy propensa a la histeria —la miró de arriba abajo y detuvo los ojos en la parte delantera de su camisa—. Y tú me has ayudado a superar mi dolor por el rechazo.

—Me alegro de haber servido de algo.

—Puede que no me creas en absoluto, pero casi me siento aliviada. No de que Edgardo sea gay y me haya engañado, eso me cuesta aceptarlo. Pero creo que los dos sabíamos que algo no funcionaba. Y cuando empecé a soñar contigo... bueno, eso hace que pienses que no estás preparada para meterte en el matrimonio.

A Fernanda la sorprendía todavía haber sido el objeto de sus fantasías.

—Los sueños no son un buen indicador —musitó—. ¿Habrías anulado el compromiso si él no se hubiera acostado con otra persona?

Maye pensó un momento la pregunta.

—No lo sé. Espero que no. No lo odio, pero no me gusta su infidelidad ni que te haya encargado a ti a contármelo.

— ¿Todavía lo quieres? Es evidente que lo has querido.

—No estoy segura — se tocó el punto del dedo donde había estado su anillo de compromiso—. Lo quería. Y supongo que, cuando se me pase el enfado, lo querré todavía —Fer sintió un nudo en el estómago—. Pero no como debería quererlo para casarme con él. Nos divertimos juntos, pero entre nosotros no hay pasión auténtica.

Miró a los ojos a la morena.

—No hay intensidad. ¿Me comprendes?

Fernanda apartó la vista. La comprendía muy bien.

—Edgardo y yo no tenemos eso.

Cierto que era una mujer adulta y podía tomar sus propias decisiones. Pero en algún punto había estado lo bastante segura para querer casarse con Edgardo Gazcón. Él sabía de primera mano que podía ser ilógica y emocional y no quería que tomara una decisión de la que luego se arrepintiera.

—La pasión no dura. Se quema y evoluciona a otra cosa —dijo, haciendo de abogada del diablo.

—No soy ninguna ingenua. No creo que la gente siga teniendo eso después de veinte años. O quién sabe. A lo mejor sí. Pero sí sé que debes tenerlo al principio. El amor no puede ser algo completamente cómodo, como unas pantuflas viejas. Tiene que ser como unos zapatos de tacón de aguja, sexy, excitante y que valga la pena la incomodidad. Y si eso es lo que ha encontrado Edgardo, mejor para él.

Se encogió de hombros y sonrió.

—Eso es original —comentó Fer—. Nunca había oído comparar el amor con zapatos.

—Yo no sabía que me sentía así hasta que... bueno, hasta que empezaron los sueños. Y ahora que él me ha obligado a reconsiderarlo todo... No sé lo que pensarás tú, pero yo creo que el sexo entre nosotras ha sido increíble.

Fernanda tendría que haber sido tonta o haber estado muerta para no haber sentido orgullo. Sonrió.

—Lo ha sido, ¿verdad?

—Y ya que hablamos de Edgardo, quiero que sepas que no tengo intención de contarle lo que ha pasado esta noche.

Aquello borró la sonrisa de su cara.

— ¿Por qué? ¿Te avergüenzas?

— ¡NO! —la miró como si estuviera loca—. Porque es tu amigo y no quiero interponerme entre ustedes. Pero, sobre todo, porque no quiero que pienses que me he acostado contigo para vengarme de él. Me he acostado contigo porque me volvías loca en mis sueños y cuando te tuve aquí... fue aún peor.

— ¿Peor?

—Tú ya me entiendes. El sonido de tu voz, el contacto de tus manos en mis hombros, tu olor...

Mayte la excitaba sin ni siquiera tocarla. Y sólo había una respuesta lógica para eso.

Fernanda la hizo retroceder hasta la encimera y la besó.

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