Parte 13

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Cuando Fernanda desapareció en el ascensor, Mayte salió a la calle y sacó su teléfono móvil, que no se podía usar en Urgencias. Respiró con fuerza. No le apetecía nada hacer aquella llamada.

Él contestó al segundo timbrazo.

— ¿Mayte?

—Estamos en el hospital Español —dijo ella sin preámbulos—. La madre de Fernanda ha tenido un infarto. Tienes que venir aquí lo antes que puedas —caminaba por la acera y pasó a una pareja que fumaba un cigarrillo sentados en un banco.

—Pero estoy encerrado en la galería —protestó Edgardo.

—Pues deja de estarlo. ¿No has oído lo que he dicho? La madre de Fernanda ha tenido un infarto. Te necesita aquí.

—No sé si...

Edgardo agotaba su paciencia.

—Yo sí. Yo sé que tu mejor amiga te necesita ahora más que nunca y más vale que vengas aunque tengas que arrancar los tornillos de la puerta con los dientes —llegó una ambulancia con las luces encendidas pero la sirena en silencio-. No me hagas ir a buscarte, Edgardo.

—Mayte...

—Esto no es un juego. Si es preciso, iré a sacarte de allí.

—Espera un momento.

Se abrió la puerta de atrás de la ambulancia y sacaron a una mujer muy embarazada y muy nerviosa. Mayte se alegró de no ser esa mujer.

Oyó una conversación apagada al otro lado y después Edgardo volvió al teléfono.

—Carlos viene conmigo —dijo con tono de desafío.

—Me importa un bledo si te traes a toda la coalición arco iris, pero ven aquí.

—Pero no hay taxis ni metro.

—Edgardo, tú eres mexicano, ¿verdad? Pues anda.

—Sé razonable. Llevo mis Bruno Ms.

Si un alguien volvía a decirle esa noche que fuera razonable... Mayte apenas podía contener su mal humor.

—Edgardo, sé que adoras esos zapatos y yo personalmente te pagaré unas suelas nuevas. Pero escúchame y escúchame bien. Finge que tú no eres el centro del universo y finge que tu amiga te importa por lo menos tanto como esos malditos zapatos. Esta noche has colocado a Fernanda en una posición espantosa y ella lo ha hecho por ti. Me importa un carajo si tienes que arrastrarte, pero ven aquí. Tienes una hora para aparecer o te juro que convertiré tu vida en un infierno.

—Está bien. Voy para allá.

—Y Edgardo...

— ¿Sí?

—No te quejes de los zapatos cuando llegues aquí.

Colgó el teléfono, bastante segura de que él aparecería antes de una hora.

Pedirle que acudiera por su amiga no había sido tan efectivo como prometerle una vida infernal si no acudía. Porque Edgardo sabía que ella cumpliría su promesa.

Apagó el móvil y volvió a Urgencias.

Se metió en el baño; después de orinar, se lavó las manos y se miró a espejo.

Estaba horrorosa.

Sin maquillaje. Sudorosa. Con el cabello sucio pegado al cuello por el sudor y ojeras oscuras por la falta de sueño. Se lavó la cara y arregló el pelo lo mejor que pudo, pero sabía que esa noche no ganaría ningún concurso de belleza.

Tentaciones...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora