Parte 9

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— ¡No! ¡Vuelve!

Fernanda se incorporó de golpe, desorientada por la cama extraña, las velas y una mujer que gritaba. Claro. Mayte. Su cama. El apagón.

— ¿Qué pasa? —se puso en pie y agarró a Mayte, que temblaba como una hoja.

—Peaches — tragó aire con fuerza y señaló la ventana—. Ha salido al alféizar —se aferró a Fernanda—. No tiene uñas en las patas de delante. ¿Y si resbala?

Mayte quería a aquel gato. Fernanda no vaciló, no pensó, se asomó a la ventana.

— ¿Lo ves? —preguntó May.

Peaches parecía haberse dado cuenta del error cometido y estaba inmóvil en el saliente, un par de metros más allá.

Mayte bajó la voz.

—Ven, precioso. Ven aquí. Tengo algo para ti —le temblaba la voz.

Peaches aulló con histeria felina, pero no se movió. Genial. Si la gente del siguiente apartamento abría la ventana, el gato seguramente se asustaría y caería a la calle.

La rubia volvió a aferrarse a su brazo y ella intentó calmarla.

—Tranquilízate.

—Voy a salir a por él —dijo.

—De eso nada.

—No puedo dejarlo ahí.

—Iré yo.

—No. No puedo dejar que hagas eso. Y además, a ti no te conoce.

Fernanda no pensaba permitirle que saliera a aquel alféizar mojado. Bajó la vista... había siete pisos hasta el suelo y no, no le permitiría salir de ningún modo.

—Los animales asustados responden mejor a los extraños en una situación de peligro. Lo vi en un documental —mintió para mantenerla alejada del saliente. La apartó de la ventana—. Espera aquí y yo te lo pasaré.

No le dio ocasión de discutir. Subió a la ventana y salió al alféizar. Era mucho más estrecho de lo que parecía desde dentro.

Se agarró al marco de la ventana con la mano izquierda y se puso en pie despacio, luchando por mantener el equilibrio. Apoyó la mano derecha en la pared de ladrillo y deseó que el saliente estuviera hecho del mismo material y no de mármol mojado y resbaladizo. Abrazó el edificio.

Cometió el error de mirar abajo y el vértigo se apoderó de ella. La cabeza le dio vueltas. Apretó los dientes y recuperó el equilibrio. No le gustaban nada las alturas.

—Fernanda Meade, vuelve aquí —la cabeza de Mayte asomó por la ventana, cerca de sus rodillas.

—Volveré cuando tenga al gato —mantuvo los ojos fijos en el edificio y en Peaches.

— ¿Y cómo lo vas a hacer?

Mayte había elegido un mal momento para iniciar una conversación.

—No lo sé. Lo estoy pensando.

— ¿Y no crees que deberías haberlo pensado antes de salir ahí?

Fernanda avanzó hacia Peaches, y la toalla, cuyo nudo se había aflojado al subir a la ventana, resbaló un poco por su pecho. Genial. Sólo llevaba una toalla y se estaba cayendo. Moviéndose muy despacio y con mucho cuidado, se la quitó y se la echó al hombro. Mejor enseñar su desnudez a siete pisos de altura que tropezar con la toalla.

¡Maldición! Ni siquiera iba a morir con dignidad. Con honor, tal vez, pero con dignidad no.

Pero Fer podía hacer aquello. La clave para no morir estaba en moverse despacio. O al menos eso esperaba.

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