Parte 18

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— ¡Un momento! —gritó Fernanda.

¿Es que no podía tener ni un momento de paz en su apartamento? Primero la había llamado su padre al móvil después de dejarlo en su casa, después había llamado Edgardo para contarle tonterías y preguntarle si estaba en su casa y ahora había alguien en la puerta.

Bajó las escaleras de su loft. Por lo menos había vuelto la electricidad y no tenía que preocuparse por lo que le ocurriría a Mayte en la oscuridad.

A pesar del regreso del aire acondicionado, seguía haciendo mucho calor. Se había duchado y se había puesto zapatos de correr y una camiseta.

Estaba limpia, pero el cabello desordenado le daba aspecto descuidado, lo cual encajaba mejor con su humor.

Abrió la puerta, y se arrepintió enseguida. Era Mayte. La miró. Llevaba un vestido de verano que realzaba sus curvas y el cabello recogido encima de la cabeza. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos. En la espalda llevaba una mochila negra pequeña.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó Fernanda con brusquedad.

—Puede que no hayas tenido buenos padres, pero seguro que te educaron mejor que eso. ¿No vas a invitarme a entrar?

—Entra —Fernanda se pasó las manos por el cabello, pero se hizo a un lado. No tenía un buen día y no se sentía especialmente bien educada—. ¿Qué haces aquí? —repitió.

Dejó la puerta entornada a modo de indirecta.

Mayte cerró la puerta y se subió las gafas de sol a la cabeza. Le brillaban los ojos. Estaba radiante.

—Vengo a cobrarme una promesa.

Se acercó más, y el olor combinado de su perfume y de su cuerpo hizo que a Fernanda le resultara muy difícil pensar.

—Yo no te prometí nada.

—No fue una promesa exactamente, sino más bien una intención — se quitó la mochila y la sujetó con una mano. La miró de arriba abajo con malicia.

Fer no sabía qué pensar. Esa mañana la había dejado y ahora May la miraba como si fuera un polo en un día de calor. Y ella sabía muy bien lo que hacía con los polos.

— ¿Has bebido? —preguntó.

La sonrisa de Mayte le subió la temperatura del cuerpo.

—Sólo café.

— ¿Y cuál es esa intención?

—Tú dijiste que si conseguías a tu amor sabrías qué hacer con ella —se acercó un paso más a Fernanda—. Pues bien, estoy aquí y espero que me poseas como una loca durante una semana.

Aquello le excitó en el acto. Fernanda sabía que tenía que sacarla de allí enseguida. Cuando se ponía a hablar así...

Tenía que mantener la cabeza fría.

— ¿Y por qué crees que tú eres ella? —era imposible que lo supiera; no se lo había dicho a nadie.

—Dime que no lo soy —Mayte sacó una foto de su mochila y se la pasó. Era una foto de ella sorprendida en un momento de debilidad... mirándola—. Convénceme de que esto es mentira —insistió.

Fernanda sabía bien el poder de una fotografía. ¡Qué ironía! Tantos años escondiéndose detrás de una cámara para que ahora la desnudara una foto.

No podría convencerla de que no la quería. Pero sabía bien que ella no la amaba de verdad. No era posible. Le puso las manos en los hombros y la apartó.

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