Parte 3

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Tal vez se hubiera pasado un poco al presentarle a los vibradores por su nombre, pero lo había hecho, en parte por nerviosismo, y en parte por la desaprobación que notaba en el tono cortante de Fernanda. Según Edgardo, la altanería de Fernanda se de debía a que era Potosina de primera generación. Su padre de San Luis Potosí, había sido trasladado a México como conservador de un museo antes de que naciera ella. A Mayte no le importaba a que se debiera, pero estaba harta de su actitud altiva. Y, si había de ser sincera, tampoco le gustaba que la afectara tanto. Cuando estaba con Fernanda no podía pensar en nada que no fuera sexo. Había estado a punto de hacer el ridículo cuando le había puesto las manos en los hombros y después, cuando le tocó el pecho, le faltó poco para suplicarle que la poseyera allí mismo, contra la pared del pasillo. Fernanda hacía aflorar en ella una sensualidad que no había conocido nunca y cuya intensidad a veces la asustaba.

Fernanda puso las pilas a la radio en silencio. Sus manos no parecían muy firmes. A lo mejor aquella proximidad también la afectaba a ella. La radio cobró vida...

— "...Y parece que el apagón se debe al aumento de la demanda debido al uso mayoritario del aire acondicionado con este calor. Por desgracia, ha fallado la electricidad en todo el estado y las autoridades no están seguras de cuándo volverá la luz. Parece que va a ser una noche caliente, así que quédense donde están y no se muevan. Debido al apagón, vamos a abrir las líneas para peticiones y dedicatorias que tengan que ver con el verano y el calor. Y supongo que dentro de nueve meses habrá muchos recién nacidos. Eh, de alguna forma hay que pasar el tiempo. Vamos a empezar con un clásico..."

Mayte extendió la mano y apagó la radio.

¿Atrapada toda la noche con Fernanda en su apartamento? Intentó reprimir el pánico. Señales de peligro explotaron en su cerebro. Ella, la luz de las velas... y ya tenía la sensación de que la temperatura en su apartamento había subido varios grados.

—Bien, podemos olvidarnos de la comida tailandesa —dijo—. ¿Tienes hambre?

Por supuesto, tenía que ser ella, la gorda, la que sacara el tema de la comida. Pero estaba hambrienta y al menos dejaba de pensar en sexo. Y en Fernanda. Y en sexo con Fernanda. Bueno, no dejaba de pensar, pero era cierto que tenía hambre.

La morena sonrió y a ella la desarmó el brillo de sus dientes blancos en la penumbra.

—Estoy muerta de hambre. Podría comerme las uñas.

—No tengo mucha comida en casa. Hay un super a menos de dos manzanas. ¿Crees que seguirá abierta?

—Debería. En el apagón de 2003, las tiendas de comida vendían barato porque no sabían cuánto tiempo duraría el apagón. Mejor vender la comida que dejar que se estropeara. Yo llevo algo de dinero encima. Vamos a intentarlo —sonrió de nuevo—. Y no me importaría comprar también unos carretes de fotos.

Por supuesto que no. Era fotógrafa y era normal que le apeteciera hacer fotos. Y también era increíble cómo cambiaba su actitud cuando hablaba de fotografía.

—Bien. Comida y carretes. Por mí de acuerdo —dijo Mayte.

Apenas acababa de hablar cuando vieron un relámpago, que fue seguido de un trueno. Empezó a llover a cántaros. Al parecer, esa noche no ocurría nada en pequeñas dosis.

—O no me da lo mismo. Pero se acabó. No pienso planear nada más esta noche porque todo lo que planeo sale mal —Mayte soltó una risita nerviosa. Tomó una vela gruesa y se dirigió a la puerta—. No tengo una despensa muy surtida, pero será necesario para que no comamos uñas.

No dijo nada al ver que Fernanda apagaba las demás velas de la habitación antes de tomar la radio y seguirla. Tenía velas suficientes en el armario para que les duraran una semana, pero no tenía sentido discutir por eso.

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