Realidad 5.2 TU

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Monterville
Mayo 2103
Día 26
(Tarde)

Sentí un temblor a mis pies y una nube blanca se alzó como un fantasma.

Las vibraciones ascendieron por mis piernas como arañas me agarro al ala de una estatua cercana.

—¿Terremoto? —Guillén se izó de mi hombro.

Una bandada de pájaros escapo de la zona.

—No —el sargento estudio la nube que comenzó a colapsarse sobre sí misma—, un derrumbe.

A la distancia vi los restos de una fachada cayendo como un borracho al suelo. El estallido me hizo pestañear.

—Estamos a salvo aquí —Romo estudiaba la escena.

Ale tosió polvo y luego me miro.

—Menos mal que no fuimos allí primero.

—Menos mal —repitió Bárbara.

El suelo tembló unos segundos más, a lo lejos una roca transformaba escombros en más escombros y finalmente el silencio echó su manto sobre la escena.

—¿Están todos bien? —el sargento paseo la mirada por la zona.

Asenti con el resto de mis compañeros y vi cómo la nube blanca terminó por mimetizarse con el cielo, confundiéndose con las nubes.

—Ya ha acabado —sentencio y solté la estatua.

Guillén estiró el cuello entonces y miró en la dirección de la Cibeles. Se llevó una mano al mentón, observó los restos de la ciudad.

—¡Bah! —dijo con un suspiro.

Judha sigue el sonido.

—¿Qué pasa, Guillén?

—Nada, sargento, tonterías mías.

En ese instante una piedra cayo a metros de vuestra posición.

—Vale —Barbara dio un paso en la dirección por la que habíamos  venido—, esto es una gotera de rocas y ya no hay más nada que averiguar. Vámonos.

Unos minutos más tarde encontramos nuestro coche en el sitio donde lo dejamos, pero adornado con unos cuantos cascotes.

—¿Quién tiene ganas de caminar? —pregunto Guillén acomodándose la gorra.

El sargento carraspeo.

—Pues no ha sido una excursión muy… fructífera.

—Parece que no —añadí y comenzamos el largo camino a casa.

Caminamos por el medio de la calle flanqueados a ambos lados por una hilera de vehículos polvorientos. Nadie se asoma a las ventanas sobre tu cabeza.

—O zombis o fantasmas —masculla Guillén.

Bárbara chisto de nuevo.

Un viento repentino sacudió las ramas de un árbol cercano y la mujer estaba por rechistar cuando se percato del fenómeno natural. Guillén río entre dientes.

Un papel amarillento volaba  acarreado por el aire y aterrizo sobre una motocicleta. El vehículo llevaba una última pizza jamás entregada.

—Por aquí —dijo el sargento y giro a la izquierda.

Otra calle desierta nos envolvió y la procesión silenciosa siguió avanzando.

Romo se detuvo entonces y pego su cuerpo a una pared.

—Un segundo —oí su voz y luego su orina contra la pared.

Ale esperaba a mi lado pacientemente.

—¡Joder! —espeto el soldado y se limpio una mano en los pantalones.

¡GUILLÉN, PÉGATE A LA PARED!

La infectada miro hacia abajo gimiendo.

Un segundo después la mujer cayo encima del soldado con un restallido y escuche el aire saliendo de los pulmones de Romo. Levante mi pistola y la zombi abrio su boca. Alguien disparo antes que yo. Pestañee y vi al soldado quitarse la infectada de encima. También vi la mordida en su rostro.

—Tenemos que hacer algo, tenemos que salvarle —el pánico se apodero de Ale.

—Imposible —musito el sargento.

—¡¿Imposible?! —exclamo Ale.

—Está bien, está bien —Romo separo la mano de su mejilla, estudiando la sangre—. Ya no hay nada que hacer. Sargento, coja mi rifle y deme su pistola si es tan amable. Muchas gracias. Os aconsejaría que miraseis a otro lado. Vale, gracias. Adiós, ha sido un placer.

El estrépito provoco un temblor involuntario en mis músculos y, cuando me gire de nuevo, el sargento ya ha recogido su pistola.

Y entonces, cuando mí mirada se topo con el cuerpo exánime del soldado, lo recordé.

—Eras tú —mi voz sonaba como una plegaria—. En la entrada del metro aquel día, eras tú.

—¿Michael? —pregunto Ale.

—¿Te acuerdas del soldado que te conté?

—¿El de tu diario?

—Sí —devolví la mirada al cadáver—, era él.

—Vale —dice Judha tras enfundar su arma y sus emociones—, hora de seguir.

—Por aquí —señalo Barbara.

Un paso, dos, tres y otros tantos más. Dejamos atrás la calle ventosa, el balcón, la infectada y Romo.

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MAS TARDE

Después de la excursión a la zona 0

—Un regalo de una nueva amiga —dijo desempolvando la gorra.

—¿La conozco?

—No pero ya te la presentaré —las facciones de Guillen se iluminaban con su recuerdo—. Se llama Briana y es la mujer más alta que haya visto jamás.

—Todas las mujeres son altas para ti, Guillén —dije con sorna.

—Ja, ja, muy gracioso.

Rei con la boca llena y en seguida mi  rostro se ensombreció con un recuerdo

Zombie; ChroniclesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora