C a p i t u l o 8

164 26 11
                                    

Alexander cocinaba el desayuno junto a Catarina. Ambos sonreían con la luz de la mañana en sus rostros, movimientos coordinados y ella estando atenta a cada consejo que él le ofrecía, encantado con compartir su conocimiento culinario adquirido recientemente en la escuela de cocina.

Magnus y Malcolm miraban bobamente a ambos, el amor de amistad y pareja de mezclaba y hacia que Magnus se sintiera agradecido por la familia que tenía. No importaba donde estuviera luego, no necesitaba nada más, no volvería a sentirse solo porque donde el destino lo lleve ellos estarán a su lado.

-¿Qué harás cuando te gradués?- Malcolm preguntó a Alec.

-Lo mismo que todos, intentar trabajar de ello. Más despacio con los huevos, Cat.

-Entendido, jefe.

-No todos trabajaremos luego de graduarnos- Ragnor apareció por el pasillo de las habitaciones-. Malcolm será un vagabundo por estudiar filosofía.

-¡Hey!- Catarina le arrojó una aceituna.- No le hables así a mi prometido.

-No desperdicies las aceitunas- retó Alexander.

-Solo digo la verdad- Ragnor se metió la aceituna a la boca-. Siempre puedo darte un empleo como mi secretario.- Malcolm le sacó la lengua, acostumbrado a los juegos sobre su carrera. Catarina sonrió.

-Bueno, un secretario sexy. Me agrada.

-Dios, ¿tienes que pensar en sexo siempre?- Ragnor parecía a punto de vomitar. Ella rió fuertemente.

-Sí si eso hace que te moleste.

Los tres siguieron discutiendo pero Magnus había decidido dejar de mirarlos para ver algo mejor. Aun en la cocina, Alec tenía una sonrisa tan brillante que podría asustar al mismo sol y obligarlo a ocultarse tras las nubes para que solo él iluminara el mundo. Miraba de vez en cuando a sus tres amigos pelear pero siempre estaba atento a cada olla en la estufa. Era meticuloso, calculador, y había pasión en cada uno de sus movimientos precisos. Alec no cocinaba, era un artista.

La mirada azul se posó en él e hizo que Magnus perdiera el aliento. Siempre que lo observaba tan repentino hacia que sus nervios se volvieran locos en todo su cuerpo, que flotara durante un segundo y dentro de su pecho hubiera explosiones de algo mucho más grande que solo amor. Alexander le sonrió de una forma diferente, como solo lo hacia para él. Era dulce y una sonrisa atenta cargada de complicidad que solo podía hacer pensar a Magnus en la vida que quería a su lado. Jamás había creído en el compromiso, pero por Alec, por pasar el resto de sus vidas juntos... No necesitaba nada que lo prometiera por él, pero quería poder darle a Alexander todas y cada una de las condenadas ceremonias que el mundo se negaba a darles solo porque ambos eran hombres.

Tenía que hacerlo. Tenía que hacerlo ahora. No podía esperar más tiempo ¿De qué serviría de todos modos? Le daría a pasos pequeños el mundo hasta poder llegar a la luna, todo lo que hiciera falta para conservar esa sonrisa, esa sonrisa que Magnus lograba sacar y que no estaba seguro de cómo lo había conseguido.

Alexander estaba a punto de acercarse a él con un gran platón de hotcakes que hizo que sus amigos dejaran de discutir enseguida para sentarse en la mesa hambrientos y deseosos de comer las delicias que su novio preparaba. Pero Magnus necesitaba hacer algo antes.

Se puso en pie antes de que Alec llegase a la mesa y casi corrió hacia la habitación. No se detuvo a pensar en la mirada de confusión que Alec había puesto en su rostro cuando casi huyó del comedor, tampoco en como Cat había llamado su nombre con una pregunta en su tono. Necesitaba encontrar la cajita.

Llevaba guardándola hacia un mes, cuando su padre le había enviado una buena oferta y Magnus, consiente de que pronto trabajaría oficialmente para la compañía de sus sueños, había aceptado rápidamente sin casi tibutear. Todos los días desde ese entonces, pensó la forma de dárselo a Alec. A solas, con sus amigos presentes, en un gran espacio abierto donde el mundo entero  (o al menos gran parte de la ciudad) pudiera ver lo felices que eran a pesar del odio de algunos. Había pensado en cenas enormes, en citas privadas. Estrellas y velas, luces y mantas. Tenia mil y un discursos en su cabeza con tantas cosas preparadas para poder decirle pero ahora, en ese momento, con la luz cálida besandole la piel blanca y la música de las risas de quienes amaban, sintió que era el momento.

Aun si no tenía nada preparado para decir, juntó valor y volvió al comedor. Sus amigos guardaron silencio cuando lo vieron, algo preocupados, y Alec dejó su taza a medio camino de su boca, mirándolo con profundos ojos azules.

-¿Magnus?- Malcolm dijo.

Él solo tenia ojos para Alec pero le dio una sonrisa tranquila a su amigo mientras caminaba hasta su novio. Tomó asiento a su lado, dejando algo de espacio para poder inclinarse y mirarse frente a frente, la cajita le estaba dejando una marca en la palma de la mano de tanto apretarla pero iba a hacerlo. Alec aun lo observaba con duda y era conciente de que sus amigos estaban viendo atentamente.

-Alexander, yo- no pudo terminar cuando la puerta del apartamento se abrió de golpe.

-La ciudad está escandaloza esta mañana y hace demasiado calor.

-¿Es tu forma de decir "Buen día"?- Ragnor preguntó.

-Mierda, Raphael, estaba en medio de algo importante.

-No seas grosero- se sentó a un lado de Ragnor-. Es viernes. Siempre vengo a desayunar los viernes.

-Hoy es sábado- Catarina sonrió cómplice-. Y últimamente no vienes solo los viernes.

-Magnus, dijiste que estabas en medio de algo- Raphael desvió la atención.

Todos los ojos volvieron a ponerse sobre él y tuvo que tragar con fuerza para aclarar el nudo de su garganta ¿De qué estaba tan asustado? Tal vez se estaba precipitando, tal vez Alec no estaba listo, tal vez debería haberlo pensado mejor. Pero ya era tarde y su novio mantenía la misma profundidad en sus ojos y su ansiedad se hacia presente en el movimiento mecánico de su rodilla subiendo y bajando.

-De acuerdo...- Suspiró, tratando de aclarar su mente y juntar valentía.- Llevo tiempo pensando en cómo se supone que debo hacer esto. Dudé durante muchas semanas por querer hacerlo perfecto para ti, para nosotros. Entonces supe que no había mejor lugar que bajo este techo que tú supiste volverlo tu hogar, que fue el mío durante tantos años, y donde nuestra familia vive. No planeaba que estuvieran presentes, pero a veces solo lo sabes, sabes cuando es el momento ideal y que ellos estén aquí es para que sean testigos de cuanto te amo, porque sé que nos aman. Incluso tú,  Raphael- el nombrado rodó los ojos-. Pero esto es sobre ti y sobre mí. Sobre lo que conseguimos superar, sobre lo que nos queda pavimentar, lo que debemos construir. Alexander, quiero un hogar que sea tuyo y mío, donde construyamos nuestro lugar seguro, donde plantemos nuestras raíces. Eres mi hogar, Alec. Y quiero darte el tuyo.- Abrió la palma de su mano bajo la exhalación de todos y la mirada penetrante de Alec.- ¿Te mudarias conmigo?- Abrió la tapita y dentro se reveló dos juegos de llaves pequeñas pertenecientes al departamento que alquilaria a su padre.

El comedor se mantuvo en completo silencio. Alec no despegaba sus ojos de las llaves, no había movimiento en su cuerpo. Magnus no quería dejar de verlo, atento a cada posible reacción. No podía leer su expresión en blanco y lo estaba matando la incertidumbre. Sus amigos estaban callados, tiesos, y Magnus podía ver por el rabillo del ojo que se miraban entre ellos.

Por fin Alec levantó la mirada y había lágrimas en sus ojos. Magnus se asustó. Tal vez se había precipitado, tal vez fue una gran equivocación. Dejó la cajita a un lado y pasó sus pulgares por sus mejillas para limpiarlas.

-Oh, Alec, lo siento. Está bien, no tienes que decir nada. Mi amor, lo siento.- Pero Alec ya estaba negando reiteradas veces.

-¿Por qué te disculpas?- Magnus lo miró sin entender. La sonrisa de Alec creció.- Sí.

-¿Sí?

-Claro que me mudaré contigo. Claro que construiremos nuestro lugar juntos. Eres mi hogar, Magnus. Y donde estemos, será el nuestro.

Magnus sintió los brazos de Alec rodearlo fuertemente y los festejos de sus amigos en la mesa. Le devolvió el abrazo y sonrió aliviado contra su hombro.

Su vida juntos a penas comenzaba, pero sabían que no irían a ningún lado.  Tenían todo el tiempo del mundo.

1 9 9 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora