Capítulo XI

79 11 1
                                    

Muy pronto la popularidad de Farid se hizo conocida alrededor de todo el barrio por diversos actos vandálicos que él y sus secuaces hacían. Aquellos chicos partían los vidrios de autos para robarse lo que hubiese dentro, rompían las luminarias de las casas para no ser vistos ni detectados por la noche, robaban a cualquiera que estuviese chateando o llamando con su teléfono desprevenido y todo era con mucho sigilo.

—¡Es la tercera vez en la semana que nos parten un foco, ya estoy cansado! —gritaba mi padre agobiado por la situación.

—No podemos hacer nada, querido. También estoy cansada de esto, pero no quiero que termines como le pasó a George. —le comentaba mi madre mientras me miraba y yo asentía con la cabeza.

—Lo que le hizo a George fue horrible. ¿De verdad había la necesidad de dejarlo casi muerto sólo por quitarle un celular y tan poco dinero?

—Los ladrones son así, Ned. —respondió papá frunciendo el ceño y torciendo su boca— Tengas o no tengas, de igual manera acabas mal.

Lo que papá decía era cierto, más aún con la inseguridad que vivíamos en nuestro sector. Cuando salía de casa para ir hacia algún sitio siempre miraba hacia todos lados para evitar de toparme con Farid y más desde lo que pasó en la escuela.

—¿Así que intentas evitarme, eh Nerd? —preguntó Farid agarrando fuerte mi mano derecha a espaldas de mí, sintiendo como mis pupilas se dilataban como si el diablo se me hubiese acercado.

—Sí, sí te evito. Y más sabiendo que ya no eres el de antes, sabes. Has cambiado mucho y dejaste de ser aquel chico prodigio del que todo el mundo hablaba bien en la escuela. —le respondí dándome vuelta y librándome de su agarre.

—A ver, Nerd. Yo ya te dije que los bravucones son los que dominan. Se siente tan bien oler el temor en la gente y el miedo que les provocas cada vez que te sienten cerca...ese miedo que te hace sentir superior hasta a los mismos adultos...—decía él relamiendo sus labios sádicamente como si sintiera placer por lo que hacía.

—Yo no comparto eso...—dije dando unos pasos hacia atrás para luego toparme con uno de sus secuaces quién me tomó de los brazos.

—Vamos a ver qué traes de valor en tu bolso, Nerd. Todo lo que llevas será mío ahora y nada harás para evitarlo. —decía colocando sus manos en mi chaqueta.

Por suerte, había recordado que llevaba mi gas pimienta en uno de mis bolsillos y a ambos se los rocié en la cara escuchando sus alaridos de dolor. 

—¡Aghhh...! ¡Malnacido hijo de puta...! ¡Hoy te vas a morir, maldito! ¡Atrápenlo, que no escape! —gritaba el lobo mientras yo corría a toda velocidad lejos de ellos.

Corría sin rumbo fijo y con el miedo de saber lo que me harían si me atrapaban. Con todas mis fuerzas corrí lo más rápido que pude y me metí en un pequeño callejón formado por dos casas. De la misma desesperación no me dejé llevar por el miedo y al salir del callejón, observé la estación de policía que estaba frente a mi casa, por lo que me metí allí hasta esconderme. Los dos secuaces de Farid que me seguían se detuvieron y siguieron su camino.

—¿Qué haces aquí, chico? —preguntó el oficial Guerrero, el mismo que le había hecho las preguntas hace semanas a la señora Lilibeth.

—Dos de los secuaces de Farid me perseguían para hacerme daño y no tuve opción más que entrar acá. —le respondí con el aire entrecortado producto de correr por mi vida, durante un largo trayecto y con las piernas cansadas.

—Debes tener mucho cuidado. Ese chico se ha vuelto todo un problema y es muy peligroso. —dijo el oficial bebiendo una taza de café sorbo a sorbo.

—Lo sé, a pesar de ello me sé cuidar de él. Lo que no me explico es como ustedes saben de ellos y no hacen nada por detenerlos. —le dije sentándome en una de las sillas de su despacho.

—¿Crees que nosotros no hacemos nada, eh chico? —dijo el oficial con tono serio— Por si no lo sabes, sí lo hacemos. Sin embargo, no podemos hacer nada si no los atrapamos con las manos en la masa. Hay que saber hacer las cosas o si no nosotros somos los que podemos estar en graves problemas, al atrapar menores de edad y sin encontrarlos con nada que los pueda culpar.

Aunque fuera bastante obvio lo que decía el oficial Guerrero era cierto. Ese pastor alemán me hizo caer en cuenta que para poder atrapar a Farid debía usar el sentido común, ya que era muy listo y sabía hacer todo de una manera casi perfecta. Sin embargo, el próximo encuentro que tuviese con él sería mi boleto de partida al hospital o al cementerio por la manera como lo había escabullido. Aún así, no me dio miedo despedirme del oficial e irme para mi casa y verificando por los alrededores donde me movía que ese lobo no estuviese cerca. Afortunadamente no lo estaba y pude llegar a casa sin ningún problema.

—¡Ya llegué mamá y papá! —grité anunciando mi llegada a lo que mis padres respondieron desde la cocina.

—Es bueno tenerte en casa, estábamos preocupados. —decía mi madre mientras servía la cena.

—Créanme que me siento aliviado por estar acá. —les dije tomando mis cubiertos y disponiéndome a cenar.

—¿Sí? ¿Algo interesante te pasó allá afuera? —preguntaba mi padre intrigado.

No les podía decir que tuve un encuentro con Farid y con sus secuaces porque posiblemente los preocuparía mucho. Por ende, decidí responderles de una manera inteligente.

—Ya sabes, papá. Siempre hay nuevas aventuras allá afuera aunque no tengo mucho que contar. Sólo estuve visitando algunos alrededores a ver si encontraba algo interesante pero como no encontré nada no tengo algo para contar.

Mis padres sonrieron y por un momento pude zafarme de las preguntas de papá. Quizás alguien podía decir que no confiaba en ellos, de hecho sí confío en mis padres pero no quería generar algún tipo de preocupación en ellos para que luego no me dejaran salir de casa.

FaridDonde viven las historias. Descúbrelo ahora