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Ana

Nunca en mí larga estancia dentro de esta mansión me había sentido tan relajada, tan libre, tan positiva como ahora lo estaba. Mi cabeza no escuchaba las miles de voces atormentadas que siempre llamaban cuando el entrenador Burchette me obligaba a escucharlas.

Cada entrenamiento con él implicaba dolor y sufrimiento. Me educó y disciplinó para escuchar pensamientos a más de cinco kilómetros a la redonda, por lo que podía escuchar a la perfección cualquier novedad del pueblo sin problema alguno, además de que practicaba conmigo y con Harén para poder conectar mis pensamientos con los de alguien difunto. Algo muy loco, su propósito era que yo pudiera escuchar a los muertos para poder descubrir algo que él jamás me dijo, solo me trataba como su experimento. Claro que todo esto incluía baños de agua helada para acelerar mi ritmo cardíaco, sesiones de shock, enfrentamientos con Harén y su mundo de los muertos, entre otras cosas, todo esto causaba que por las noches las pesadillas fueran horribles, todas las noches me levantaba gritando, y todo el tiempo escuchaba murmuros de personas que no conocía, personas desesperadas por encontrar la paz, una paz que yo no podía ver.

Así que sí, justo ahora estaba lo suficientemente feliz y tranquila por no tener que mantener mi don al margen de la situación. Escuchar los pensamientos de alguien es como tener una radio justo en tu oído, escuchas voces que murmuran y murmuran, una radio que nunca podía apagar por qué él siempre me ordenaba mantenerla activa, todo el tiempo debía escuchar algunos lamentos de personas, susurros y casi siempre los pensamientos de mis amigos. Justo ahora, esa radio estaba apagada. Mi cabeza estaba en paz y ahora, solo escuchaba la animada charla con mis amigos en el comedor.

— ¿Por qué está así? Digo, sufrió más que nosotros, debería estar feliz por su muerte — exclamó un confundido Scott mientras tomaba aderezo para sus papas.

— Por qué su padre murió, idiota. Creó que es más que obvio — bramó Harén defendiendo a su amigo.

— Si, pero cuando ese imbécil mató a mis padres y a mí hermano no anduve llorando como niñita — resopló Scott.

— Es por qué muchos de nosotros tenemos algo de lo que tú careces, y son sentimientos, imbécil— exclamó hastiado Harén con una pierna arriba de la banca.

— A veces pienso que tú idiotez tiene límites, pero con esto me acabas de confirmar que no es así —exclamó Jackson haciendo un mueca de disgusto, mientras tocaba su barbilla.

—Pregunta seria, ¿Siempre eres así de imbécil o es que justamente hoy comiste bolas de payaso?— inquirió Bianca con tono sarcástico al ver la actitud de Scott.

—Es un disfraz...— susurró Scott, como si fuera un secreto que nadie debía saber.

—Si, comió bolas —interrumpió Harén contradiciendolo. Todos comenzamos a reír, pero las risas fueron cortadas bruscamente.

Brenda entró al comedor de forma triste caminando con lentitud.

—Excelente, ya llegó la quema todo — repuso sarcástico Scott. Brenda se acercó a él.

— Mejor cállate, si no quieres que te haga cenizas justo ahora — bramó Brenda rodeando su cuello con su brazo en forma de advertencia.

— De acuerdo señora flama, ahora puede soltarme — dijo de mala gana. Brenda lo soltó bruscamente para luego sentarse a lado de Harén.

— ¿Dónde está? — pregunté hacía Brenda refiriéndome a Ethan. Brenda negó.

— No quiso bajar... — susurró triste. Tomé su mano que ahora estaba extendida arriba de la mesa y la apretuje dándole a entender que yo estaba de su lado. Ella sonrió en respuesta como agradecimiento, Jackson y Bianca a mi lado hicieron lo mismo y sonreímos a nuestra amiga.

La maldición Burchette©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora