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Scott

El agua fría corría por mí cuerpo dejándome helado al contacto, temblé un poco al principio pero después logré acostumbrarme.

No podía cerrar los ojos sin recordar como Brenda yacía en el suelo, abierta de extremo a extremo, como si de carne fácil se tratara. Nadie podía creerlo, ni siquiera yo que era el más escéptico de todos. Nada cuadraba dentro de mí cabeza.

¿Realmente había pasado, o solo era un juego más?

Cada vez que recordaba a Brenda en el suelo con sangre a su alrededor, veía a mí hermano siendo devorado por mis padres. Esa imagen solo me hacía llorar y sentirme más miserable de lo que ya era, tan solo de recordar la forma tan desesperante en la que me gritaba para que lo ayudase, me hacía sentir el mayor imbécil del planeta.

El agua fría logró esconder mis lágrimas, pero no logró callar mi sufrimiento. Un dolor profundo en el pecho, no era comparado con lo que ví cuando finalmente mí hermano murió, dolía, dolía como si apenas fuese ayer. Tan solo recordar aquello, hacía que me odiase por todo.

Me quite el anillo de Borbod color esmeralda del dedo anular y lo deje reposar sobre la tapa del retrete. Una vez me lo quité, era inmune a todo, podía morir. Mi anillo me brindaba la fuerza y la inmunidad suficiente para sobrevivir, ya que dicho anillo, contenía el alma de mí hermano. Quería sentir un poco de mi miseria sin ser nada más que un humano, quería sentirme lo suficientemente inútil para poder morir.

Comencé a dar golpes a la pared de la ducha sin notar que poco a poco mis puños se lastimaban, desangrándose. Pero nada me importaba, solo me importaba mi hermano, y no pude hacer nada por él.

Un gran golpe impactó en la pared de la ducha fracturando parte de la baldosa, sin darme cuenta que había sido yo quien lo hizo, mis puños ensangrentados se fueron junto con el agua fría, limpiando todo rastro de impureza.

—Scott, ¿Te encuentras bien?— llamó René desde afuera de la habitación teniendo que gritar para que la escuchará.

Pensé en decirle que no, que nada estaba bien, que solo quería estar con mi hermano una vez más, pero no pude.

— Todo bien —aclaré tratando de escucharme lo más normal. Minutos después escuché pisadas que se alejaban.

No me sentía bien con toda esa carga de culpa. Al final, había sido yo quien accedió a entrar en está estúpida casa para poder aprender a desarrollar mis habilidades, a cambio, claro, debía matar a mis padres, de esa forma nadie sospecharía nada. ¡Ja!, Maldito entrenador. Solo servía para engañarnos. Él fue quien nos obligó a matar a nuestros padres, a cambio de poder, de un reinado, de todo, solo debíamos hacer la simple tarea de deshacernos de nuestra familia.

Vaya ojete de mierda.

Salí de la ducha con ganas de solo querer acostarme y no salir de mi habitación en todo el día, pero no. Debíamos enterrar a Brenda, debíamos ir a su velorio después de todo. No quería ni imaginarme como estaba Ethan después de lo ocurrido, primero su padre y luego su novia, solo faltaba su mejor amiga.

Me vestí deprisa con el mismo traje que había usado en el velorio del entrenador y me arreglé justamente como ese mismo día. No tenía ganas ni ánimos de nada, ni siquiera de burlarme de Harén o hacerle maldades a Bianca, solo quería dormir.

En cuanto salí de mí habitación, hubo mucho silencio, no era tan común ya que todo el tiempo andaban gritando como locos, pero estos últimos días lo que más reinaba era el silencio. Se sentía extraño. Recuerdos invadieron mi mente cuando todas las mañanas, a la misma hora, Brenda pasaba por todas las habitaciones con un sartén golpeándolo a todo dar, despertandonos en el acto y soltandole muchas groserías.

La maldición Burchette©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora