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Jackson

Las náuseas comenzaban a incrementar cada vez más, no podía estar de pie mientras que Ana intentaba comprender frente a mí qué rayos me sucedía.

—¿Qué sucede? —cuestionó ella muy preocupada.

— Vamos a otro lugar...—hablé como pude entre mareos. Ana me sujetó esperando que no cayera al suelo.

Las náuseas no cesaron, mí cabeza giraba como un trompo y mi respiración acelerada se había descontrolado de manera increíble. Ana no pudo soportar mi peso y ambos caímos al suelo.

En cuanto caí al suelo, mi cuerpo reaccionó colocando ambos brazos para evitar ir de bruces. Mi quijada comenzó a temblar bruscamente, mis pantalones de pronto comenzaron a quedarme demasiado pequeños y sentía como mi pecho era oprimido, mi espalda se irguió y sentí como mis huesos crujían al moverse, el sudor en mi frente y las lágrimas por sentir este dolor tan infernal no pudieron faltar. Un calor insoportable invadió todo mi cuerpo, sentía como poco a poco dejaba de ser un simple humano y pasaba a ser un lobo, pero el dolor no me permitía tener control sobre mi mismo.

Jamás me había ocurrido algo igual, JAMÁS.

Ana detrás de mí gritaba mi nombre tratando de entender y comprender lo que me sucedía, pero su voz sonaba demasiado lejos para ser real. Escuché como mí espalda crujía armando el lobo interior que siempre guardaba, de pronto no podía hablar o gritar, solo emitía gruñidos de dolor, mi vista comenzó a nublarse, tornándose todo a simplemente blanco y negro, podía sentir como de mis brazos y piernas salía el pelo grueso y pesado, emití un ronco gruñido desde el interior de mis pulmones que hicieron mi espalda diera un vuelco demasiado brusco, el cual me dejó boca arriba, haciéndome soltar un fuerte suspiro de alivio.

Como si de alguna extraña magia se tratara, el dolor se fue, la vista nublada y en blanco y negro ya no estaba, solo quedaba un terrible dolor de espalda, junto con un inexplicable aroma a azufre. Sin poder moverme del suelo, miré el techo, mi cuerpo adolorido y cansado solo necesitaba dormir unos segundos.

— ¡Jackson! ¡Jackson! —llamó Ana acercándose a mí angustiada — ¡Por Dios! ¡No te duermas! ¿Oíste? ¡Jackson, quédate conmigo!— imploró Ana. No comprendía el por qué me pedía eso, pero entonces mis párpados comenzaron a pesar.

—¿Jackson? ¡Hey! ¡Hey! —llamó Ethan muy confundido. Me miró un par de segundos para luego tomarme del rostro —¡No cierres los ojos, amigo! ¡Todo estará bien!— Ethan me tomó de los brazos y me arrastró como pudo, mientras que Harén se encontraba con Ana contándole lo sucedido.

Mis párpados pesaban y mis oídos habían dejado de escuchar sonido alguno. Solo escuchaba un zumbido que me molestaba, al igual que el aroma a azufre. Una sombra deforme y negra pasó por detrás de Ana y Harén mirándome con una sonrisa maquiavélica y unos ojos saltones color amarillo que solo me erizaron la piel. Solo la miré por unos segundos para entender que no era ninguno de los chicos, y que era alguien a quien no conocía. Dicha sombra solo me miró, como si estuviera feliz de verme retorcer en mi propio dolor. Mis latidos se aceleraron al igual que mi respiracion, ni siquiera podía gritar o abrir mucho los ojos dado que mí cansancio me obligaba a no moverme, como si estuviera paralizado, pero ver aquella sombra me asustó. Un escalofrío recorrió mi espalda, y pude sentir mi propio miedo en el aire, al igual que una carga muy pesada de energía negativa que me oprimía el pecho. En cuestión de segundos la sombra desapareció, atravesando las paredes como si nada hubiera pasado.

Mi miedo no cesó, el haber visto a aquella tenebrosa sombra solo me alteró más de lo que debería. Intenté mover mis brazos para hacer alguna seña, pero ninguna de mis extremidades reaccionaba.

La maldición Burchette©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora