XVI. Verdad

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Sonrío mirando a Rin cantar algo que ni idea de si existe, pero ella parece muy emocionada de por fin verme en casa. Dos semanas en el hospital y por fin puedo estar en mi casa.

Me concentro en mi cuñada que parece no querer dejar de hablar, ella me hace reír durante un buen rato en donde hace unos chistes tan malos que lloras de la risa. Lo mejor es que ella cree que sus chistes son súper buenos y por eso me río, sin saber que la razón es que son muy malos.

Mamá entra a mi habitación con aperitivos que mi cuñada devora. La miro de reojo y noto algo raro que hasta ahora pude notar. Mamá se sienta en la cama y acaricia mi cabello de una manera que provoca que quiera dormirme en sus piernas mientras ella me acaricia. Acerco mis labios a su mejilla y le doy un beso ruidoso que la hace reír y darme una mirada de amor que adoro ver en ella. También me regala el mejor regalo que una madre puede regalarle a su hijo; una sonrisa hermosa y genuina. Mi corazón se calienta. Mi madre solo debe sonreír y eso me hace sentir como si el mundo fuese un mejor lugar.

Miro a Rin nuevamente, me doy cuenta de las ojeras que el maquillaje trata de ocultar, pero que continúan bajo sus ojos. Frunzo el ceño y dejo que ella coma algo tranquila mientras yo apenas y pruebo un bocado. Cuando parece que por fin satisface su hambre vuelve a mirarme.

—¿Qué me ocultan?—pregunto sin rodeos. Mamá se queda como estatua y esa es la confirmación de que algo sucede, y es algo a lo grande.

—No pasa nada Inuyasha—responde Rin con una sonrisa en los labios—¿por qué pasaría algo?—pregunta antes de que pueda argumentar.

—A ver, al parecer no me entendieron, pero soy bueno y repetiré la pregunta—murmuro—¿qué me están ocultando? Y no se hagan la desentendida, sé perfectamente cuando algo pasa en mi casa, lo intuyo y, además, conozco a mi madre y sé que cuando algo le preocupa se pinta las uñas mal—señalo en lo primero que me detuve a ver en cuanto mi madre se adentró a la habitación—las ojeras que llevas ni el maquillaje pueden ocultarlas. ¿Qué está pasando?—Rin suspira y retira varias hebras de su cabello que caen en su rostro.

—Creo que Sesshomaru es el indicado para hablar contigo Inuyasha—me contesta.

—¿Le pasó algo a mi hermano?—sus ojos me observan con desconfianza.

—No, pero descubrió algo... Ya pronto sabrás—hace unas señas con las manos restándole importancia.

—Quiero saberlo ya, ustedes están actuando muy extraño, no me gusta que me tengan al margen de todo como si fuese un niño. Soy un hombre, dejen de verme como un mocoso de cinco años, soy un hombre—hablo alto molesto.

Odio que me traten como un niño. No me gusta que me mientan o me oculten las cosas como si fuese a romperme por saber la realidad de las cosas. Desde pequeño odio que me traten como un niño, se los hago saber hablando con ellos, pero escuchan lo que les digo un día y al otro ya no. Mamá me mira con algo de culpa mientras que Rin mantiene una dura mirada sobre mí. La reto con los ojos y su mirada se vuelve desafiante, es la primera vez que ella me regala una mirada tan intensa, pero no pienso ceder a mi palabra, quiero que me digan la verdad de las cosas aunque me duela.

—Entonces deja de comportarte como un jodido niño—me sobresalto y aparto la mirada de Rin para posarla en el hombre que entra luciendo agotado. Rin lo mira y aparta la mirada. ¿Hay problemas en el paraíso?

—Sesshomaru, que bueno que llegas. Quiero saber todo lo que está pasando en esta casa. No quiero que me ocultes nada—mamá se levanta.

—Los dejaré. Luego yo tendré una conversación contigo—palmea la mejilla de mi hermano—no seas muy rudo—Sesshomaru besa su mano y ella sale cerrando la puerta tras ella. Rin piensa salir, pero Sesshomaru la sujeta y le hace señas de que se quede.

Guerra de pandillasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora