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En compañía de la soledad, en su apartamento, Sesshomaru se agachó un poco para recoger el pequeño sobre que su esposa tiró a sus pies. Dudando de cualquier cosa que hubiera en su interior, lo abrió sin preludios.

Leyó rápidamente las pocas líneas que contenía y sus ojos dorados se clavaron en la imagen adjunta. Eso era imposible, Kagura no podía estar embarazada ¿O sí? Había una prueba irrefutable: un bebé formándose en su interior pero ¿Cómo?

Se sentó en el sofá e hizo una bola el papel junto con el sobre y lo tiró lejos de él. La confusión lo embargó de golpe, siempre se cuidaba, y se suponía que ella también lo hacía , entonces ¿Qué había fallado?

Se sentía como un pez fuera de el agua, no estaba lo suficientemente preparado ni emocionalmente ni psicológicamente para ser padre y menos si la madre es Kagura, una mujer que no ama ni amará...nunca.

Ahora, a su inquietud se le había sumado la existencia de ese embrión sin embargo en ese momento solo le importaba saber cómo estaba Kagome. Ella se había ido, huyó de él y la comprendía, no tenía porqué soportar las ofensas de la desquiciada mujer con la cual se unió en un arranque de frustración y desasosiego, aunque siendo honesto consigo mismo también lo hizo por ser el heredero mayoritario. Y lo logró, toda aquella inmensa fortuna pasaría a sus manos en cuanto entregara el comprobante matrimonial.

No obstante, muy en el fondo de su interior, sabía que aquello no le satisfacía...era una jodida ironía, había luchado tanto para obtenerlo y ahora que lo tiene, desea lo contrario.

Exasperado recostó la cabeza al suave respaldo de el sofá y miró el techo fijamente mientras su mente se trasladó a la noche anterior; recordó aquellos ojos azules viéndole fijamente, como si fuese lo más importante que tuviese en la vida ¿Lo era? Esa intensa y a la vez inocente mirada se le quedó grabada en lo más profundo de su alma. Sería hipócrita con sus propios deseos si aceptara algo que aún en su interior no nace, o es que simplemente prefiere ignorar.

Con tantas preguntas rodando en su cabeza, se levantó de el sofá y entró a la habitación para darse un merecido baño, después iría al hospital para ponerse al corriente con los pendientes que tenía.

Una hora después, caminaba hacia el parqueo privado de el edificio y subió al Aston Martin. Mientras conducía con precaución, sintió el impulso de buscarla, ojeo rápidamente la hora en su reloj que adornaba su muñeca y supo entonces que tenía el tiempo justo aunque la duda le carcomía ¿Querrá verle? Tal vez si la hubiera buscado en el preciso instante en que se marchó, la situación hubiese sido otra.

Ya el reloj marcaba las doce de el medio día cuando aparcó frente a la prestigiosa cafetería. Antes de bajar, dobló las mangas de su camisa blanca hasta sus codos. Cuando entró buscó aquella misma mesa en la cual siempre solía sentarse y para su suerte estaba vacía.

Se sentó en la silla metálica y apoyó uno de sus brazos sobre la superficie fría de el metal cuadrado y su otra mano quedó sobre su pierna derecha a veces se sentía asqueado de tanta formalidad, de el estúpido protocolo, simplemente quería sentirse libre hasta para sentarse en la postura que él quiera.

Un par de chicas, quienes sentadas a su lado, le observaron descaradamente, iniciaron una ruidosa conversación en donde obviamente él era el tema principal. Sesshomaru arrugó la nariz y se rascó el tabique nasal mientras esperaba a que alguien llegase a tomar su orden. Unos cinco minutos después, Sango llegó con libreta y bolígrafo en mano.

La sonrisa que mostraba la castaña se esfumó en cuanto reconoció quién era su cliente. Su cuerpo se calentó tan rápido que no le dió tiempo de reflexionar, no señor. Sango siempre se autoproclamó la hermana mayor de la morena y mientras ella estuviera o tuviera parte en su vida, nadie pero nadie le iba a tomar de el pelo o se burlaría de sus sentimientos, no de nuevo.

BAJO LA LUNA (Terminado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora