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En la actualidad...

Kagome camina de prisa por la concurrida avenida. Es Miércoles y tiene que llegar exactamente a las siete de la mañana a su trabajo, no siendo así, su jefe le llamará la atención. Ve insistente su reloj de pulcera, deseando que la aguja se detenga y los minutos no pasen, pero sabe que eso no pasará. Lo único que puede hacer es acelerar sus pasos o podría correr ¿Porqué no? Coge suficiente aire para sus pulmones y empiesa a trotar hasta ir aumentando poco a poco la velocidad.
Se detiene justo en frente de la cafetería y se recuesta al vidrio. Le cuesta respirar, está agotada y agitada. Su cuerpo caliente se cubrió de sudor y su revuelto cabello se ha adherido a su fino rostro empapado. Definitivamente no ha sido su día. Se ve rápidamente y descubre que es un asco. Abre y entra al local con rapidez, ya hay algunos clientes así que evita ser vista por ellos. Estando en la cocina, lanza su bolso encima de una pequeña mesa  y coge una servilleta para luego limpiarse el rostro.
— ¿Qué te pasó? — le pregunta Sango, quien luce un perfecto peinado y un deslumbrante maquillaje. Kagome inhala profundamente y luego deja escapar el aire lentamente.
— Mi celular no sonó — contesta viendo con recelo el pequeño aparato que sostiene en su mano izquierda. Sango roló los ojos mientras negaba con su cabeza.
— Kagome — Ella le mira — ese móvil tiene cinco años. Es momento de que lo cambies, debes estar actualizada.
Kagome frunció los labios. Sango tenía toda la razón. El pobre aparato ya había dado su tiempo de vida útil, debía si o si reemplazarlo sin embargo, para la chica no era tan sencillo hacerlo como era decirlo. El móvil había sido un regalo de cumpleaños de parte de su padre. El único recuerdo que tenía de él así como la fotografía que siempre llevaba de fondo de pantalla. Su amiga conocía la trágica historia y también sabía lo difícil que era para ella despojarse de un objeto tan importante, con un valor sentimental inigualable.
— Tienes razón — contestó con los ojos cristalizados. Se giró hacia el área de casilleros y luego de unos minutos regresó a la cocina ya vistiendo el uniforme.
Todo el personal fue reunido en un pequeño salón y se les notificó los nuevos cambios en el reglamento así como también el evento que se llevaría a cabo en uno de los salones que siempre estaban a la disposición de todos aquellos importantes personajes que querían realizar alguna actividad.
Eran las doce de el medio día, cuando comenzaron a llegar los galenos de el hospital regional de Tokio. El salón número tres había sido decorado tal cual lo habían pedido. Sería un almuerzo importante y el personal debía dar siempre el cien por ciento en su trabajo.
Kagome se retocó el maquillaje para luego coger la bandeja que contenía los platillos especiales. Aunque un tanto nerviosa, caminó con rectitud hasta llegar al ostentoso salón. La puerta fue abierta y de inmediato algunos pares de ojos se clavaron en la figura femenina. La morena lució una brillante sonrisa fugas y colocó la bandeja sobre la superficie de una mesa. Se quedó en pie a un lado de esta y cruzó los brazos detrás de su espalda, adoptó la postura que se les había indicado.
Un chico alto, moreno, de ojos azules y larga cabellera negra se acercó a la mesa y levantó la tapa que cubría el contenido de la bandeja. Kagome veía atentamente cada movimiento de él. Observó por algunos minutos el platillo... pollo asado, ensalada y una porción de arroz blanco. Colocó la tapa nuevamente y se acarició suavemente la barbilla prominente. De momento, sus ojos curiosos buscaron los contrarios. Kagome tragó saliva e intentó permanecer lo más seria posible. Debía de cumplir con el nuevo reglamento.
— No es necesario que lo deguste para saber que está delicioso — dijo el joven médico. Kagome asintió moviendo su cabeza lentamente. El moreno roló los ojos y se acercó un poco más a ella y achicó sus orbes, le estaba analizando. La morena parpadeó rápidamente y se sintió nerviosa. La mirada azulina tan penetrante la descolocaba y deseaba salir corriendo.
— ¿Eres muda? — volvió a hablar el médico, esbozando una sonrisa burlesca. Obviamente él conocía el reglamento de dicho lugar pero por alguna razón le hacía divertido el hecho de molestar a la chica. Kagome se mordió el labio inferior y ese sutil gesto le agradó al chico. Sin consentimiento alguno, se acercó lo suficientemente a ella como para rozar sus labios pequeños y carnosos con los suyos. Sonrió ladinamente ante el cálido contacto. Se apartó aún sonriendo, la chica tenía sus ojos abiertos como platos.
— Me llamo Bankotsu...Ka-go-me — dijo él para luego girar sobre sus talones e irse.
Kagome se tocó los labios, los cuales conservaron el sabor fresco de aquel médico atrevido pero apuesto. Sonrió tontamente pero aquella sonrisa desapareció al instante en que sus ojos descubrieron la alta silueta de el hombre que recostado al marco de la puerta principal, le veía atentamente. En sus ojos dorados había un no sé qué, que en ese justo momento no pudo descifrar. Era él... El médico que siempre veía en sus sueños, el hombre que no pudo borrar de sus pensamientos. Él ladeó la cabeza y alzó una de sus cejas. "Kagome, debes huir"  esa frase se repitió una y otra ves en su mente, pero simplemente no podía. Era su trabajo y se le había hecho difícil el poder encontrarlo. Así que Kagome debía de ser fuerte y tolerar su presencia todo el tiempo que el almuerzo durara.

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¡Uf!

BAJO LA LUNA (Terminado)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora