Cap.23 Acercándose al límite.

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*N O R M A L   P O V*

— ¿Meliodas? —preguntó, su cara resplandecía en un sonrojo carmesí. El entrecejo del vampiro estaba fruncido, dejando a la vista su eminente desesperación. Apretó su agarre, acercando unos milímetros más su rostro al de ella.

Sus alientos chocaban, subiendo la temperatura del ambiente de una manera tortuosa. El vampiro fue el primero en dar un paso, acercó su mano a la mejilla de la chica. Quitando los mechones de cabello que se habían deslizado por su rostro, poniéndolos detrás de su oreja. Elizabeth cerró los ojos, disfrutando de la caricia, algo que hizo que Meliodas aprovechara el momento y sin hacer muchos movimientos bruscos, recostara su cabeza en su cuello, abrazándola, pegando sus cuerpos.

Elizabeth abrió los ojos tanto como pudo. Quiso apartarse un poco, pero Meliodas se lo impidió, haciendo que la chica se quedara helada en su lugar, procesándolo, mientras un escandaloso sonrojo se colaba por sus mejillas.

Lo sentía.

Elizabeth lo sentía en su vientre bajo.

Podía sentir su erección.

Antes de que ella entrara en cuentas de donde se había metido, el chico sin mediar mucho, comenzó a repartir besos por su cuello, ocasionando unos escalofríos que en conjunto con la impresión crearon una sensación que hizo que Elizabeth soltara un sonoro gemido. Los besos pararon unos segundos, el chico por esos momentos tan sólo se limitó a acariciar su espalda baja, cerca de sus glúteos, la chica aún no se recuperaba de esa sensación, temblaba de arriba a abajo. Meliodas reflexionaba, sus acciones iban a acabar en algo demasiado bueno o algo demasiado malo, lo sabía.

Pero después...

Después decidiría entre alguna de las dos opciones.

Los besos brotaron de nuevo, haciendo que Elizabeth brincara varias veces en su lugar, los escalofríos que sus besos le causaban estaban enloqueciéndola, haciendo que el volumen de sus suspiros subiese de nivel. Los besos comenzaron a repartirse entre cuello y mejilla, llegando por fin a sus labios, en donde ambos se sumieron en un apasionante beso, lleno de suspiros, gemidos y caricias subidas de nivel.

Poco a poco ellos comenzaron a cambiar de posición, Meliodas comenzaba lentamente a subirse encima de Elizabeth. Ya para cuando ambos se separaron para buscar aliento, Meliodas estaba sobre sus rodillas, encima de ella. Se miraron por unos segundos, antes de que el vampiro quisiera dar el siguiente paso.

Estaba claro, él único que realmente deseaba llegar hasta el final era Meliodas, la chica estaba indecisa, pero eso no justificaba el hecho de que no mostraba ninguna resistencia. Ella a fin de cuentas se sentía segura, sabía que Meliodas era el tipo de vampiro que no se atrevería a obligarla a algo como eso.

Volvió a besarla, llevando sus manos a los costados de su cintura, acariciando un poco, Elizabeth aprovechaba para soltar gemidos que había estado reprimiendo cuando el vampiro por instantes se separaba para que ambos pudieran tomar aire. Las caricias se trasladaron a su abdomen bajo, tentando a que sus manos fuesen un poco más abajo. La chica se separó por unos segundos, mirando su mano, la cual había detenido sus caricias por unos segundos, expectante de lo que el chico iba a hacer en los próximos momentos.

Pero las caricias no bajaron, subieron.

Subieron a su pecho, sus dedos llegaron hasta el botón superior de su camisa, en donde paró. El la miró, esperando alguna objeción, mientras sus dedos, temblorosos, jugaban con aquel botón. Al ver que la chica indecisa, intercalaba su mirada entre la suya y su camisa, él, otra vez, decidió dar otro paso.

Sin mediar mucho comenzó a desabrochar los botones, quitándolos con desespero, pronto se cansó, debido a sus nervios sus manos temblaban, entorpeciendo todas sus acciones.

Por eso decidió forzar los botones a desabrocharse, haciendo que algunos incluso se rompieran, saliendo expedidos a algún lugar de la habitación en donde nunca serán encontrados. Ambos volvieron a besarse, Meliodas, ahora maravillado por la vista que tenía de ella ahora. Una más íntima. Algo que sólo él había podido ver. Imaginó que todo eso podría haber sido algo a lo que Gilthunder tendría acceso, haciendo que por unos momentos su sangre no hirviera de deseo, sino de ira. Pero pronto ese efecto se revirtió cuando sintió que su dedo índice encontró un obstáculo.

Su sostén.

Sus ojos brillaron, deseosos, estaba a punto de dar el paso definitivo. Ambos estaban cerca de llegar a un punto de no retorno, Elizabeth lo sabía. Y por eso quiso parar. Ellos ni siquiera habían definido su relación con exactitud, no era el momento para hacerlo, si su relación iba a continuar ella no quería que se sellara con sexo, sabía que esa no era la manera de comenzar, eso tan sólo pasaba cuando ambos individuos estaban de acuerdo en que era una relación pasajera.

Y Elizabeth no quería que fuese así.

Puso con suavidad sus manos sobre el pecho de Meliodas, empujándolo un poco, haciendo que el chico despegara sus labios de su clavícula. Meliodas se sorprendió un poco ante tal gesto, ocasionando que este la mirara, intrigado.

— Basta, Meliodas —esas palabras hicieron que el pobre chico soltara un suspiro de desesperación, eso lo estaba torturando, le dolía quererlo tanto, estaba tan cerca de tener lo que había estado esperando, tanto que, esas palabras lo hicieron suspirar de nuevo, soltando el aire de sus pulmones entrecortadamente, buscando cordura.

Pero no había cordura que buscar, toda había desaparecido cuando sus labios tocaron los de ella. Cuando sus manos tocaron su cuerpo, cuando siquiera la miró. Su cordura se había perdido en ella y claro que, sin chistar, Meliodas estaba dispuesto a escudriñar hasta el último lugar de ella para encontrarla. Le miró, con ojos suplicantes, mientras apretaba la unión de sus copas con su dedo índice.

Por favor, no me detengas...

Sus ojos decían eso, pero Elizabeth no cambiaría de opinión, aunque le excitaba bastante ver lo desesperado que estaba el vampiro por tenerla en la intimidad, sabía que no era lo correcto.

Y una vez que Elizabeth elegía una decisión, nunca se arrepentía o quería cambiar de opinión. Ella es así, impersuasible. Meliodas lo sabía desde hace mucho, por eso tan sólo pudo soltar un gemido, quejándose, mientras se dejaba caer en su pecho, jadeante. Estaba claro que esa noche su sed no sería saciada, que ese placer no le sería concedido. Soltó otro gemido, pero esta vez era de placer, los muslos de la chica rozaban ligeramente su entrepierna, volviéndolo loco. Decidió por dejarse caer un lado, moviéndose un poco más hacia el costado para luego dejarse caer fuera de la cama, sentándose en el suelo, apoyando la cabeza sobre el colchón.

— Lo siento... —dijo, mientras soltaba todo el aire que podía por su nariz, intentando calmar su respiración errática. Elizabeth tan sólo pudo sonreír, mientras de a poco comenzaba a vestirse, aunque a su camisa le faltaban varios botones. Ambos se habían acercado demasiado a ese punto. A ese límite que parecía ser tan bueno, como peligroso.

Por eso, para el pobre vampiro, esa sería una larga noche.

Esclavo peligroso MELIZABETHDonde viven las historias. Descúbrelo ahora