Amor encontrado.

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Odiaba ser pequeño, como cualquier niño con un hermano mayor genial. Dean era algo así como un superhéroe de comics, aunque solo tenía 4 años más que él, los cuales eran injustos para Sammy. Él quería ser así de mayor inmediatamente y veía que sus cumpleaños pasaban muy lento. Tener seis años no era divertido.

Al principio, se enfadó mucho por la repentina lejanía que tuvo su hermano al hacerse solo un poco más grande. Ya no jugaba todo el tiempo con él y mamá lo dejaba salir a jugar con sus amigos. Por supuesto que Sam también podía juntarse con sus amigos, pero no los tenía.

Se habían mudado hace solo un par de meses y no era suficiente tiempo para que Sam congeniará con alguien de su clase. Le gustaban los libros y sus miles de personajes ficticios, pero el mundo real era más complicado a la hora de hacer amigos. Dean tenía facilidad para hacer amigos, desde el primer día que regreso de clases estuvo hablando de sus compañeros y lo que había descubierto de cada uno de ellos.

Bufó, apoyado en su ventana, aburrido. Y allí estaba su rubio hermano, en medio de su grupo de amigos, liderando algún juego súper interesante, en el parque de enfrente de la casa. Estar enfermo lo empeoraba todo para Sam, porque ni siquiera podía ir a husmear que hacían allí abajo.

- Sammy, tus cereales. – Llamó su madre, parada a los pies de las escaleras.

No se le antojaban cereales con leche a estas horas de la tarde, quería dulces; pero su doctor había sugerido una dieta no muy apetecible. Para Sam solo era un resfriado tonto, pero según su madre y el doctor, podía agravarse en algo mucho peor. Sin embargo, eso no importa a un niño.

De todas formas, tuvo que tomarse su medicina y comer los cereales.

Estaba sentado en la mesa de la cocina, con su madre secando los platos, cuando esta notó algo a través de la ventana. La vio salir corriendo, sus ojos la siguieron hasta que desaparecio más alla de la puerta principal. Podía escuchar a su hermano tratando de explicar algo y como su madre lo reprendió. Espero, con la mirada pegada al portal y la cuchara colgando de su boca. Mary regresó.

Y no venía sola.

Cabellos castaños, ojos azules y semblante apenado. Uno de los amigos de Dean, al parecer. El chico había lastimado su rodilla, que sangraba hasta casi manchar sus calcetines, era bastante grave desde el punto de vista de Sammy. Dean estaba apoyado contra el marco de la puerta principal, mientras su madre alentaba al chico a sentarse en una silla.

Mary fue a por el botiquín, dejando todo en un extraño silencio.

Dean y el chico de ojos azules se estaba mirando, en algo así como una conversación telepática, y solo se escuchaba el crujir de los cereales de Sammy al ser masticados. Mamá regresó muy apresurada, limpió la herida, la desinfecto y cubrió apropiadamente, como madre, tenía un título de medicina implícito en el cuidado de niños.

Había otros pequeños raspones en el cuerpo del morocho, pero convenció a Mary de que estaría bien. Agradeció y se fue, siguiendo a Dean. Sam se bajó de su silla, fue a la ventana y les vio marcharse.

Debía ser un ángel o algo así, porque ese niño no era normal en lo absoluto. Con sus ojos avellana abiertos en fascinación, Sam declaró a aquel chico como el amor de su vida.

- Sé que quieres ir a jugar, Sammy, – Dijo su madre. – pero ya sabes lo que el doctor recomendó.

- ¿Cómo se llama? – Señalo al chico en la ventana, ignorando a su madre.

- ¿El amigo de Dean? Es Castiel. –

Le miró a través del cristal otro rato, bajo la atenta mirada de Mary que buscaba comprender porque tanto brillo en sus ojos.

- ¿Hay algo mal con él? – Preguntó la mujer, volviéndose también espectadora de los juegos de su hijo mayor con aquel chico.

- Me gusta. – Confesó como si se tratará de un dulce.

Los niños decían cosas que tal vez no eran exactas a lo que se referían, por lo que Mary supuso que significaba que Castiel le caía bien y quería ser su amigo.

- Podrás ir a jugar con él y Dean cuando te recuperes. – Prometió, ganándose la sonrisa de Sam.

Un auto se atravesó en su imagen del parque y Sam salió corriendo en dirección a la puerta, sin embargo, se detuvo en el marco. No podía salir fuera.

- ¡Papá!

En cuanto pudo dejar su abrigó aparte, su padre le alzó. Apartó los rulos que caían sobre la frente de Sammy y le preguntó cómo es que iba su padecer. El día de ayer había sido mucho peor, con Sam volando en fiebre hundido en una cama. Hoy ya no estaba congestionado, ni dolía y mucho menos sentía ganas de quedarse a dormir por más horas de las que el doctor recomendaba. John le felicito y se sintió tan grande como Dean.

Más tarde, su hermano regresó, con el chico de ojos azules. Su padre se puso de pie para saludar a Dean, pero Sammy se quedó en el sofá, medio escondido para observar a Castiel.

- ¿Se puede quedar a cenar, Cas? – Suplicó el rubio, uniendo sus palmas a la altura del pecho y sonriendo a su padre.

- Si sus padres lo permiten, no hay problema. – Condicionó John.

De repente, y sin que el resto de presentes se diera cuenta, Sammy corrió escaleras arriba. Se metió a su cuarto y abrió su armario. Necesitaba ponerse presentable si Castiel iba a quedarse a cenar, ¿Qué pensaría de él si lo veía de pijama siempre?

No enamoras a un ángel vistiendo pijama. Hasta un niño de seis años sabía eso. 

Anillos dulces.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora