01 | El error del deseo

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Por la jodida mierda, no tenía ni puta idea de cómo había llegado aquí. Lo único que sabía es que le rompería cada maldito hueso al cabrón mentiroso de Deku tan pronto como lo liberaran.

¿Que lo había violado? ¿En serio no se le ocurrió nada mejor que eso? Después de aguantar sus berrinches asquerosos durante siete meses lo había dejado. Era consciente de los errores que había cometido él, de lo difícil de su personalidad, pero por lo menos nunca se lo había ocultado. En cambio, Deku... El condenado Deku del que una vez se enamoró había terminado siendo la persona más falsa, la más repugnantemente retorcida...

Katsuki escupió al suelo de la celda. Quería olvidar toda aquella mierda. Quería volver a casa de una maldita vez. ¿Cuándo terminaría? Ya había declarado en el juicio. Le había dicho a la panda de jueces inútiles que Izuku Midoriya trataba de joderle por algo tan patético como la relación que tuvieron. Estaba claro quién tenía la razón. No había putas pruebas, ¿qué les tomaba tanto tiempo?

Escuchó pasos en el pasillo y se levantó enseguida. Agarró los barrotes con fuerza. Estaban débiles por los golpes y las sacudidas que les había dado antes, cuando lo encerraron, pero no lo suficiente para que pudiera salir. Maldita sea.

Un guardia soñoliento apareció en su campo de visión. Su expresión indicaba que habría deseado estar en cualquier sito lejos de aquí. Probablemente en casa, dándose el lote con su esposa o con la puta de turno. Qué mierda importaba. Sólo quería que abriera la puerta y le dejara irse.

—¿Piensas tardar mucho, ah? —gruñó. El hombre parecía decidido a alargar su sufrimiento. Sin responder ni cambiar de expresión ante las rudas palabras del rubio, metió la llave en la cerradura y la hizo girar lentamente. Aún se detuvo unos segundos más antes de abrir la pesada puerta de metal.

Bakugou bufó enfurecido y salió. Sentía un deseo insano de poner una bomba en la celda, de llevarse a medio mundo con la explosión. Qué cojones, ¿medio mundo? Lo que quería era reventarlos a todos, Deku incluido. Y después a sí mismo.

Un frío y un click inesperados lo hicieron volverse hacia el guardia. Acababa de ponerle manillas. Cuando al final lo liberaban, al puto guardia se le ocurría ponerle manillas. Manillas. Se juró que iría luego a devolvérselo. Se arrepentiría de haberse metido con él, por la jodida mierda que sí.

Lo guio por el pasillo. Katsuki no sabía a dónde iban, pero esperaba que fuese la salida más rápida de aquel lugar. Le incomodaba tener los brazos a la espalda. Las manillas pesaban. ¿Por qué coño le habían puesto manillas? No creía que se las pusieran a cualquiera. ¿Sería que el juicio aún no terminaba? Quizás le harían declarar una vez más. Había oído que mentir ante un juez te podía suponer una multa de las grandes, y Deku sin duda lo había hecho.

Cómo lo odiaba.

—Te crees que eres mucho, ¿eh? —El murmullo contenido del guardia lo devolvió a la realidad—. He visto esa expresión en tantos capullos violadores... Crees que deberían agradecerte que te dignes a mirarlos, ¿ha? —Su voz irritaba profundamente al rubio, que crispó los dedos para no estallar—. ¿Sabes cómo terminé aquí?

—Ni lo sé ni me importa —espetó.

El guardia retorció un poco la cadena de las esposas, provocando que gruñera de dolor. Ningún cabrón debería tener el poder. Siempre abusaban, y Katsuki detestaba que alguien se pusiera por encima suyo. Se detuvo y se encaró al hombre que no soltaba la cadena.

—¿Qué mierda te crees que haces? Vuelve a tocarme. Atrévete y te rompo la puta cara. ¿Ya?

El guardia era un hombre de mediana edad, mayor de lo que le había parecido al principio. Pero se limitó a esbozar una sonrisa torcida. Debía recibir tantas amenazas al día que ya no le afectaban. El rubio maldijo por lo bajo.

—Uno como tú se fijó en mi hija. —Lo empujó sin miramientos para que siguiera andando—. Se fijó en ella y la tomó, el maldito, en un callejón. Ni siquiera era de noche. Hubo gente que lo vio y lo grabaron. Subieron el video a internet. Tuvimos que dejarlo todo, la casa, el trabajo, y mudarnos aquí.

Es cierto que tenía un acento extraño. Katsuki lo escuchaba a medias; no era una historia particularmente interesante. Millones de chicas eran violadas todos los años. Había oído tantos casos parecidos que el del guardia le sonó como ruido de fondo, más o menos útil para distraerle mientras iban hacia quién sabe dónde.

—He visto llorar al joven de pelo verde, ese al que violaste. Le has roto la vida, ha dicho. Y tú, tú... —La rabia inundaba su voz—. Vas tan seguro, como si no pudieran hacerte pagar... Como si fueras el rey y no una simple alimaña. Pero espérate, chico.

Bakugou no se molestó a responder. Le hastiaban las personas seguras de tener la razón cuando desconocían lo que realmente había pasado. Izuku haciendo el número, no debería haberle extrañado. Siempre se había aprovechado de su habilidad para llorar a voluntad para conseguir lo que quería. Pero estaban hablando de putos jueces. No podía engañar a putos jueces. Katsuki chasqueó la lengua.

El guardia le indicó que habían llegado. Estaban ante la puerta de la sala donde se había celebrado el juicio. ¿Otra vez? Sentía la necesidad de gritar.

En vez de eso, irguió la espalda y empujó la puerta con un pie para pasar.

Cientos de personas volvieron la cabeza en su dirección. ¿Qué mierda? Juraría que había más que antes, y le molestaba no tener ni idea de qué podía ser más interesante que la jodida declaración en un juicio.

De repente se le ocurrió. La sentencia.

Le quitaron las esposas y lo condujeron a través de los dieciocho bancos de la sala, ahora repletos de gente. Su abogado le indicó que se sentara en el banquillo de acusados junto a él. Era un hombre pálido y nervioso que apenas se había molestado en averiguar los hechos. Pero no era tan extraño; el trabajo de Katsuki como profesor particular le permitía pagar lo mínimo necesario, y un buen abogado costaba bastante más que eso.

Buscó entre los presentes a sus padres, pero se rindió enseguida. Llevaban dos años sin comunicarse con él. Todo se había jodido cuando pasó lo de su hermana, y aquí estaba, con problemas de rabia y acusado por la más tóxica de sus exparejas. Habían tenido puta razón en todo. Qué pena que estuvieran demasiado lejos para saberlo.

Se echó para atrás en su asiento y gruñó. Deku estaba en el banquillo opuesto. Se encogía y le evitaba la mirada como si realmente le tuviera miedo. La rabia llenó los pulmones de Bakugou. Lo habría golpeado, habría destrozado esa víbora mentirosa.

El juez se levantó de su asiento. Todos callaron. Empezó a hablar, pero el odio le impedía entender sus palabras. Sólo pensaba en el gusto que le daría romperle el cuello a Deku, al inútil de Deku, al Deku que, de una forma enferma, aún deseaba.

Se repugnaba a sí mismo. Estar pensando en lo fácil que habría sido rasgar su piel, tan lisa y delicada, mientras Izuku le gemía en el oído... Odiarlo y quererlo ahora que había orquestado esa mierda...

No recuperó la consciencia de la realidad hasta que la gente empezó a murmurar. Trató de comprender lo que decían, pero el juez los hizo callar con un golpe del martillo. Y entonces declaró, claro y fuerte:

—Condenado. Seis años de prisión.

La sorpresa fue tanta que, por un momento, no sintió nada.

Después arremetió el miedo. Un miedo oscuro y asfixiante que le llenó los ojos de lágrimas. Odiaba a Deku. Y se odiaba a sí mismo por haber caído en sus encantos desde el momento en que lo vio.

Libertad entre rejas [BNHA: Todoroki × Bakugou]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora