07 | Una linterna amable

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Estuvo cerca de desmayarse por el dolor que inundaba su cuerpo desde el brazo roto. Lo único que lo mantuvo consciente fue la frustración. Se sentía impotente, por primera vez en años. Había estado seguro de poder ganar cualquier pelea, contra quien fuera, y así demostrar que él era más fuerte. Sólo tras hundirlos, y pisarlos, y hacerles tragar su propia sangre, sólo entonces él sería libre.

De pequeño su madre lo regañaba por esta forma de actuar, sin entender que cuando golpeaba a los demás niños era por miedo, y no por sadismo o lo que fuera que pensaban los adultos que tenía él. Le aterraba lo que podía pasar si no estaba en la cima. Sabía, porque el mundo funcionaba así, que el más fuerte hacía lo que quisiera con los seres inferiores. Que un león se comía a la cebra y que el humano podía matar al león.

Katsuki entendía eso. Él era el fuerte, y en consecuencia podía tratar a los demás como le diera la gana. Tal vez fueran a regañarlo, pero sabía que en el fondo su madre estaba orgullosa de él, porque también ella era fuerte. Así que siguió metiéndose con los niños más débiles y entrenando su cuerpo, y en el primer año de secundaria ya le había roto la mandíbula a otro chico. Fumó y probó las drogas, como se esperaba del más fuerte, pero no dejó que ninguna adicción lo dominara. Ansiaba el control absoluto sobre sí mismo. La más mínima dependencia le habría dado a otro bastardo fuerte la oportunidad de ponerse por encima de él y hacerle lo que quisiera.

Todo iba bien. Su vida había ido bien, jodidamente bien, hasta que la jodió. Fue una noche de invierno de hacía dos años. Habían celebrado la Navidad en familia, pero él estuvo ausente durante toda la comida. Peleando contra unos capullos que habían ido a vengarse por cualquier mierda de estupidez que había hecho bien, creía recordar. Pero eso no importaba.

Volvió a casa esa noche cuando ya casi toda la familia se había ido y su hermana lo reprendió. Egoísta. Egocéntrico. A la abuela le queda poco tiempo, ¿cómo crees que se siente cuando no vas a verla y ni siquiera apareces en la cena de Navidad? Le había dicho muchas cosas. En ese momento apenas las escuchaba, pero tiempo después habían ido tomando forma y acabaron convirtiéndose en su pesadilla de todas las noches. Porque Melina lo hizo enrabiar, más que aquellos chicos con los que acababa de pelearse y más que las ratas inmundas que había puesto en su lugar desde que era un niño.

Y descargó su rabia en ella por primera vez en la vida. Perdió la razón por completo. No debería haberlo hecho, lo sabía, lo sabía en cada rincón de su alma, pero estaba lleno de una ira negra que esperaba el fuego como gasolina y en ese momento estalló. Provocó que su vida se desmoronara. Él había sido el culpable. Lo perdió todo por un error de una vez que lo perseguía hasta ahora.

Gruñó, furioso y asustado, al percibir el cuerpo caliente de alguien arrodillarse a su lado. Le costó unos segundos enfocar la mirada: era el guardia de pelo rojo. El amable. No acostumbraba a sentirse así, pero por una vez agradeció no tener que luchar contra quien tenía cerca.

—No te enfrentes a Shoto —murmuró el carcelero, sacándose unas vendas del bolsillo de la chaqueta uniformada y empezando a fijar el brazo de Katsuki para que no se moviera—. Perderás, hagas lo que hagas. ¿Duele mucho? —Frunció el ceño y sus manos se deslizaron ágilmente por toda la extensión de la venda blanca, casi rozando la piel de Bakugou—. El doctor de prisión tiene el día libre hoy. Mañana podrá enyesarte, pero las vendas deberían evitar que tu herida empeore. Has elegido un mal día para pelear.

Terminó el vendaje con un nudo firme y se incorporó. Junto con el intenso dolor, Katsuki sintió la tela rugosa rascando su piel. Ralentizó el ritmo a que respiraba, desesperado por centrarse en algo más que su brazo roto, que le impediría luchar bien hasta después de unas semanas. ¿Qué demonios había hecho para esto?

Libertad entre rejas [BNHA: Todoroki × Bakugou]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora