13 | Peor que la bestia

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Ya habían pasado dos años, pero el recuerdo seguía siendo igual de abrumador.

Aquel día maldito estaba tumbado en el sofá leyendo una revista porno que ni siquiera le interesaba. Muchas de las cosas que había hecho desde los diez u once años eran sólo para romper el ambiente familiar, para obligar a sus padres a mostrarse como realmente eran. No había conseguido nada más que estropear la buena relación con Melina, pero al carajo. Él nunca se echaba atrás.

Era tarde. El reloj había dado las doce y sus padres estaban recogiendo los restos de la cena en una sincronización perfecta, como si no les fuera necesario hablar para entenderse. Que aparentaran ser la pareja perfecta incluso cuando nadie miraba hacía hervir su sangre. Ver cómo se sonreían y se ayudaban a llevar las cosas, cómo sus ojos brillaban con esa mentira que se habían obligado a creer, le daba ganas de vomitar. No lo aguantaba.

¿Por qué coño me ha tocado esta familia de enfermos?

Un rato antes le habían pedido que recogiera la mesa él también y les había gritado que se encargaran de sus asuntos. Recordaba sorprenderse por la ausencia de Melina; su hermana siempre era la primera en ofrecerse para ayudar. Era extraño que estuviese fuera a estas horas. ¿Tendría algún recado que hacer? ¿Una amiga la había llamado?

Sacudió la cabeza para olvidarse de su jodida hermana. Le importaba una mierda a dónde estuviera y lo que le pasara, ya no pensaba preocuparse por ella nunca más. La había protegido más que a nadie y no había obtenido ni un mísero gracias a cambio. En eso terminaban sus intentos de ser amable. Siempre era igual.

El golpe seco de la puerta al cerrarse le hizo levantar la cabeza. No es que le importara Melina, pero conocía a su hermana y ella nunca, nunca habría cerrado la puerta de entrada con violencia. Se incorporó hasta quedar sentado y esperó a que Melina llegara. Su condenada hermana no era de guardarse las cosas para sí misma; si había pasado algo, se lo contaría enseguida que apareciera por la puerta del comedor.

Sus padres seguían recogiendo sin darse cuenta de que algo estaba mal en la actitud de Melina. Esto lo irritó sobremanera. Esas personas a quienes su hermana quería y respetaba, a las que tenía de ejemplo, no sabían nada de ella.

Clavó los dedos en la superficie mullida del sofá y resopló, deseando tener el valor de hundir un jodido cuchillo en el pecho de su padre y de escañar a su madre la siguiente vez que sonriera. No tenía ni idea de por qué no lo había hecho todavía.

Mentira, lo sabía perfectamente. Si seguía aguantando el ambiente tóxico de su familia era para no herir a Melina. Su hermana siempre había sido el único motivo que tenía para controlarse.

Desvió la mirada cuando la chica llegó al salón. No pensaba mostrarle nada de su preocupación, ni una puta mierda. Aun así, pudo ver por el rabillo del ojo cómo ella curvaba la espalda, respirando entrecortadamente. Había vuelto a casa corriendo. Se puso una mano en el corazón y la otra sobre la boca, tratando de recuperar el ritmo usual.

—¿Cariño? —En ese momento su madre vio lo agitada que estaba y se le acercó con una sonrisa. Ah, ojalá poder arrancarle la jodida sonrisa. Ojalá poder abofetearla hasta hacerla llorar y arrepentirse de su hipocresía. La odiaba, odiaba sus gestos y su forma de actuar, y odiaba más que nada que tratase tan bien a Melina—. ¿Ha ocurrido algo?

Su padre también salió de la cocina y se quedó de brazos cruzados con la espalda apoyada en la pared. Katsuki se limitaba a escuchar, como si no le interesara, desde el sofá. Aún tenía la revista porno entre las manos.

—¿Podemos...? —Su hermana se despeinó el pelo rubio y salvaje y suspiró. No había despegado los ojos del suelo, y en el vistazo que le echó Katsuki la notó tensa. Nada de eso era propio de ella—. Si os cuento algo, ¿podemos hablarlo y buscar una solución entre todos? Sin enfadarnos, ni...

Libertad entre rejas [BNHA: Todoroki × Bakugou]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora