10 | Pagar una deuda

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Escuchó pisadas que bajaban las escaleras a toda velocidad, pero no se quitó las manos de los ojos para ver quién venía. Estaba temblando. Podía jurar por su puta vida que alguien le había metido un pitido en la cabeza, y no lograba detenerlo, era imposible hacer que parara. El sonido lo estaba enfermando. Respiraba con dificultad. Saber que estaba encerrado lo oprimía.

Sólo quería salir de allí.

Sabía que no estaba bien. Había perdido la cordura en aquel incidente de hacía dos años, y desde entonces siempre pasaba lo mismo. Familia. Melina. Navidad. Eran palabras que lo transformaban, le arrebataban la razón y lo convertían en una bestia enjaulada. Cuando estaba con el inútil de Deku, lo había ayudado poder esconder la cabeza entre el hombro y el cuello de su pareja y sentir sus manos acariciándole el pelo.

Pero Deku había sido otro error.

Se estaba ahogando. Boqueó en busca de aire, sin encontrarlo. En este recinto lo único que quedaba era vacío. ¿Así se sentían los condenados astronautas cuando se les agotaba el oxígeno? Le pareció que moriría, y tal vez no habría estado tan mal. Lo merecía. Era culpable de muchas cosas, estaba enfermo, no le quedaba nadie. Si muriera... Si muriera, sería fácil.

No más recuerdos.

No más traiciones.

Se mordió el labio hasta hacerlo sangrar. No; no podía morir todavía. Le faltaba vengarse del cabrón de Deku, en quien había confiado más que en sí mismo, la única persona a quien había permitido verle llorar.

Y, por encima de todo, quería destruir a Todoroki. Alguien como él no merecía vivir. Antes de salir de esta prisión iba a matarlo y le daría reposo al padre asesinado: era lo único que podía hacer para compensar sus pecados.

Las pisadas se detuvieron frente a su puerta segundos antes de que una linterna iluminara el interior. Katsuki se cubrió el rostro con ambas manos y se encogió sobre sí mismo con la esperanza de no tener que enfrentar el mundo exterior ahora que estaba debilitado, pero una voz borró sus esperanzas:

—¿Estás bien?

Levantó la vista. Al otro lado de la reja que lo mantenía prisionero estaba el guardia amable, Eijirou Kirishima. Le sorprendió recordar su nombre. Casi siempre tenía problemas por acertar los nombres debido a la poca importancia que daba a quienes lo rodeaban, o esa era la teoría más probable que habían hecho los estúpidos de sus viejos. Pero quizás sólo era otro efecto de su desequilibrio mental actual.

No, no estaba bien. Se sentía como si lo estuvieran devorando desde dentro. Estaba seguro de que, si abría la boca para hablar, en vez de palabras proferiría un sollozo roto. Ya había agotado todas sus fuerzas. Estaba jodidamente cansado. El brazo roto le pesaba, y había empeorado las heridas de los golpes al sacudir y patear los barrotes de su celda. Sabía que esto le pasaba por no pensar antes de moverse, pero no tenía ningún poder contra su falta de autocontrol.

Y lo peor no era físico. En algunos momentos de felicidad había creído superado el asunto de su hermana, se había permitido confiar en una paz duradera, pero desde que lo encerraron no dejaba de volver. Estaba recuperando las emociones alteradas de aquella época donde se perdió a sí mismo y trató de destruirlo todo. No quería transformarse en eso de nuevo.

Hundió la cabeza con un temblor irrefrenable estremeciendo su cuerpo. Había pasado otras veces. La gente se olvidaba de cómo había ido el asunto y lo mencionaban de pasada, como si fuera algo sin importancia, una jodida anécdota más. Decían algo de su hermana y era él quien se veía obligado a lidiar con el ataque de ansiedad. En realidad había pasado tantas veces que debería haberse acostumbrado.

Libertad entre rejas [BNHA: Todoroki × Bakugou]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora