16 - Un Sábado Más

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El sábado a la noche fui más temprano a la pizzería. Otra vez cantaba Jorge. Y ya se sabía que iba a ir muchísima gente. Lucas también fue más temprano; antes de empezar con el delivery, estuvo ayudando un poco en la cocina. Gonzalo no se me despegó ni un momento; él también quería trabajar, así que lo dejamos hacer unas cositas, como poner las sillas derechas delante de las mesas y acomodar servilleteros. Eso se me ocurrió a mí, porque me di cuenta de que el enano es muy detallista y ordenado. Y como es chico, no se le pueden pedir cosas difíciles como las que hago yo.
A eso de las diez, cuando Lucas ya había arrancado el delivery y la gente empezaba a caer a lo loco, apareció Etelvina. Saludó a todos medio a los gritos, como siempre, y se sentó en un banco alto, delante del mostrador, para charlar con José.

_Esta noche no me lo pierdo a Jorgito -volvió a gritar-. Ayer trabajé hasta tarde, pero hoy, no me muevo de acá hasta que cierren.

Qué caradura: trabajó hasta tarde. Yo sabía muy bien en qué había trabajado, pero no podía decir nada porque no me iban a creer.

_La invité a Jimena -gritó-. Después va a venir.

La pizzería siguió llenándose de gente y al rato llegó Jorge. No bien apareció por la puerta, todos aplaudieron. Yo quería aprovechar el momento para subir a la terraza y espiar un poco, ahora que Etelvina está ocupada.

_Enzo -dije, entrando en la cocina-, como está viniendo mucha gente, voy a buscar la silla a la terraza.

_No, Manu. La silla quedó acá. Anoche no la subimos porque sabíamos que hoy la íbamos a necesitar. También traje unos banquitos de mi casa, por las dudas.

Me mató Enzo. Empecé a pensar, rápido, una manera de desaparecer por un rato sin que nadie se diera cuenta, cuando el maravilloso enano vino en mi ayuda.

_¿Hay una terraza, acá? No sabía. ¿Me llevás a conocerla, Manu?

_Andá, llevalo un ratito -dijo Enzo.

Lo agarré de la mano y me lo llevé. Bendito enano. El corazón me latía fuerte. Miré de reojo hacia el mostrador. Jorge, con un sombrero tanguero y pañuelo al cuello, contaba algún chiste, seguramente, porque Etelvina se reía a carcajadas.
Esta vez, la persiana estaba baja del todo. Fue lo primero que miré.

_¡Qué oscuro! ¿No hay luz? -gritó Gonzalo.

La encendí; total, si en el departamento había alguien, ya nos había escuchado. El enano se puso a curiosear por los rincones y yo me subí a la maceta. No se filtraba nada de luz por las rendijas de la persiana. Tampoco se oía ningún ruido. Se ve que el francés había salido.

_¿Qué hacés, ahí? ¿Esa es la ventana de Don Mauricio?

_Sí, es esta. Y no grites.

Me quedé parando la oreja , por las dudas. Se me ocurrió que a lo mejor Etelvina podía volver. Aunque era raro, porque había dicho que quería escuchar a Jorge. Pero que sé yo, ya no le creía nada a Etelvina.

_Manu, ¿me puedo guardar una cosa que encontré?

_Shh... Hablá bajito.

_Digo si me puedo guardar...

_Si, ya te oí. ¿Qué encontraste?

_Una cajita linda.

_Sí, guardatelá... ¿Qué? ¿Una cajita? -de un salto bajé de la maceta.

Arrodillado en el suelo, junto a la maceta, Gonzalo me extendía una mano, con la palma abierta hacia arriba. Sobre la palma, una cajita. Mejor dicho: la cajita. Sí, la cajita de tapa corrediza. El corazón me latía a mil. La agarré, la abrí...

_¿Y ese papelito...?

_La Dama De Elche...

_¿la dama de qué?

_De Elche. Es una estampilla muy valiosa y era de Don Mauricio. ¿Dónde la encontraste?

_Acá, dentro de la maceta.-dijo Gonzalo, señalando la arena sucia donde estaba enterrada la planta de plástico.

_Ea de Jimena. Se la tenemos que dar. Pero Etelvina no tiene que enterarse, ¿sabés? Me la guardo en el bolsillo hasta que venga Jimena. Ni una palabra a nadie. ¿De acuerdo?

_De acuerdo -repitió Gonzalo, muy serio.

Metí la cajita en el bolsillo del pantalón y nos fuimos. Mientras bajábamos por la escalera, me di cuenta que que me temblaban las piernas. La voz de Jorge llegó hasta nosotros:

Un sábado más, un sábado más,
sobre Buenos Aires un sábado más...

La Piccola Napolitana estaba repleta. Andrés y Ramón iban y venían entre las mesas sirviendo pizzas, empanadas, cerveza, postres. En la cocina, Enzo y su ayudante seguían amasando. José atendía los pedidos del delivery. Alcancé a ver a Lucas saliendo con una pila de cajas de pizza. Etelvina todavía estaba en el banco del mostrador, pero ahora le daba la espada a José y miraba a Jorge como embobada. Se oía uno que otro murmullo entre las mesas, pero lo que resonaba de verdad y con ganas era la voz de Jorge.

... y un aire pesado me anuncia humedad,
mientras a mi lado desfila la gente
que asalta Corrientes un sábado más...

Gonzalo miraba a Etelvina y no me soltaba la mano. Andrés me pidió que llevara un plato con empanadas a una mesa y el enano me siguió.

_¿Qué hacemos si Etelvina te quiere sacar la cajita?

_Shhh... No va a pasar nada. No sabe que la tengo yo. Vos no hables.

_¿Y Jimena...?

_Todavía no vino. Ya va a venir, no te preocupes.

De una de las mesas nos chistaron. La gente es exagerada, si hablábamos bajito...

Un sábado más, un sábado más,
sobre Buenos Aires un sábado más...

Mientras todos aplaudían y pedía “otra”, apareció el francés, que se quedó parado en la puerta, mirando hacia adentro, como si no se animara a entrar. A lo mejor pensó que no había lugar, y parece que Etelvina se dio cuenta porque le hizo señas para que entrara, mientras le señalaba un banco que estaba vacío, junto a ella. El francés entró sonriendo y se sentó a su lado.

_Me imagino que va a comer algo, ¿no? -oí que le preguntaba Etelvina, aunque más que pregunta parecía una orden.

No sé qué le contestó el francés. Lo único que sé es que cuando ella se dio vuelta buscando a un mozo, lo primero que vio fui mi cara con mi ojos clavados en la suya. Entonces, me llamó.

Las piernas me empezaron a temblar otra vez.













Sólo restan 6 capítulos
Y si perdón por no cumplir.
Sorry.
Bye. 1072 palabras jajaja.

Un Secreto En La Ventana (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora