0. Freya

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Aviso: El primer libro es Los 12 Colosos | El Despertar .

Actualizaciones: Viernes 19HS ARG. Avisos a través de mi cuenta de twitter: jaemvazquez

Era de los Naeniam. Año 121.156 D.T.

Freya tomó la piedra y la deslizó entre sus dedos con cuidado. Era tan celeste como el cielo más despejado, como sus propios ojos. Le había pertenecido a su padre antes que a ella y hablar con aquel objeto a veces se sentía como hablarle a él, se sentía como la única forma de recordar sus orígenes, de recordar por qué estaba haciendo lo que hacía.

Pero es inservible. Pensó la Emperatriz con amargura.

Había utilizado la última gota de energía de la piedra para otorgarle la inmortalidad a su hija y, luego de ello, ésta había dejado de responder. El único motivo por el cual el Cielo no había sucumbido en el caos era porque aún vivía en los trozos dispersos que había ido otorgando a sus tropas, en ella misma, en su hija y en los rezos de su pueblo.

—Estuve entrenando soldados por siglos, padre— le dijo al objeto en su mano— Perfeccioné sus técnicas, mejoré sus armas, les di lo mejor que pude ofrecerles hasta convertirlos en un ejército imbatible. No hay ser humano en todo Gadora que no les tema. No hay Reino, Nación, Clan o Tribu que esté dispuesto a desafiarnos.

La Emperatriz estaba descalza en su recámara, la cual se encontraba ubicada en la cima del monte Coelum, las nubes y el cielo celeste eran todo lo que se podía ver por los ventanales de la misma. No le afectaba el frío ni la falta de oxígeno que había en aquellas latitudes ya que el cielo la protegía de todo y desde allí podía ver todo lo que sucedía en Gadora sin límite alguno.

—Los eduqué en la Manipulación Pura de la Energía y en el Culto en honor a la Madre. Tenemos nuestros espías listos— continuó.— Incluso les otorgué parte de mi cielo para poder proyectarse temporalmente. Sabes lo importante que es cuidar los trozos y aún más ahora que...

—Alteza, Alahia está aquí—la llamó una voz a sus espaldas, interrumpiéndola. Era Jenara, una de sus sirvientas. Tenía que cambiarlas una vez por semana ya que ninguna soportaba vivir tan alto en el cielo por mucho tiempo. Un recordatorio diario de lo débiles que eran los humanos.

La emperatriz sonrió al oír el revoloteo de las alas al otro lado de la puerta y casi se sorprendió cuando un sentimiento parecido a la felicidad le produjo una suave sensación de calidez en el pecho. Cuando una vivía por tanto tiempo a veces incluso los sentimientos se evaporaban con mayor rapidez y perdían el sentido, así que aquellos momentos la hacían recordar que hubo un tiempo en el que ella también fue una humana común y corriente que sentía y amaba y sufría.

Pero hay algunas cosas que aún me hacen sentir viva y humana. Pensó Freya Arellana y observó a su hija adentrarse en su recámara.

Alahia tenía el cabello blanco recogido en una elegante pero práctica trenza y sus ojos grises lucían emocionados cuando voló el corto tramo de la habitación que la separaba de su madre y la envolvió en un cálido abrazo.

—He conseguido dos, madre— festejó la mujer, quien ya tendría casi cien años si la emperatriz no le hubiera pedido a la Piedra del Cielo que la hiciera eterna, al igual que a ella— me ha costado localizarlas pero gracias a esto no fue tan complicado.

Entonces, sacó un collar de aspecto delicado del cual colgaba un dije pequeño que contenía un líquido rojo en su interior.

—¿Qué es eso, mi pequeña paloma?— le preguntó la Emperatriz con curiosidad.

Alahia se sentó junto a su madre en uno de sus tantos sofás y sostuvo el frágil objeto entre sus dedos.

—No sé cual es su nombre— admitió, a su pesar, y frunció el ceño como si todavía pudiera arrancar el nombre del collar si se lo proponía— pero esconde una historia de amor muy trágica.

—¿Trágica?

—Era simplemente una historia de amor— admitió Alahia con una sonrisa traviesa— pero yo la he vuelto trágica.

—¿Ah sí?— preguntó Freya, quien nunca rechazaba un buen chisme— ¿Conozco a la pareja desafortunada?

La hija de la Emperatriz asintió sin poder contener su entusiasmo y, sabiendo la fría crueldad que su hermosa hija había heredado de ella, Freya comprendió que lo que sea que su hija había tenido que hacer para traer ese collar y esas dos piedras había tenido consecuencias catastróficas.

—¿Tienes tiempo, madre?

Freya Arellana observó por la ventana. El sol había comenzado a modificar su cielo con su trayectoria y había comenzado a cambiar su color de un pacífico celeste a unas brutales tonalidades de naranja intenso. Pronto anochecería y la luna saldría a vigilar a la oscuridad. Los demás humanos irían a dormir, nadie la necesitaría por unas horas.

—Si hay algo que tenemos por ahora, querida mía, es tiempo— admitió luego de una pausa y apartó un mechón blanco del rostro de su hija. — Cuéntame esa historia, adoro los finales tristes.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora