XIII. Illeana

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Llevábamos horas cabalgando por el bosque, pero las palabras de Nebris seguían en mis pensamientos. El Filis Caput Anima me mataría si no podía servirle de nada y ni siquiera Valens sería capaz de impedirlo.

¿Qué podía ofrecerle? No tenía un Clan, ni contactos, ni nada que él no tuviera. Pensé en aquello durante todo el camino, mi mente dando vueltas una y otra vez sobre el asunto sin encontrar ninguna solución que fuera lo suficientemente fuerte.

Aún estaba en ello cuando finalmente mi caballo se detuvo.

—Llegamos— informó Valens deteniéndose a mi lado.

Todavía no me acostumbraba a verlo usando las líneas de pintura roja de los Anima, como si se encontrara frente a mí un espejismo del Valens que se había vuelto cercano a mí en el Bosque de las Bestias.

—Cabalgaras junto a mi hermano hasta el palacio— agregó Nebris deteniéndose a mi derecha— mientras estes a su lado, nadie te atacará. Si desobedeces, no me haré cargo de lo que ellos puedan hacerte.

—No llevas las líneas celestes de los Caelesti— murmuró Valens— pero todos te reconocerán al instante. No serán amables.

Sin contestar, dirigí mi mirada hacia las altas puertas de madera que se extendían frente a nosotros. No sabía que los Anima realmente se habían establecido.

Cuando mi padre mencionó su ubicación, había imaginado algo similar al estilo de vida de los Sanguinem: un grupo de tiendas ubicadas en una zona protegida temporalmente. Los Anima habían sido una tribu nómade y esto no se parecía nada a la versión que había creado en mi cabeza.

Un enorme muro de piedra separaba al nuevo Clan de nosotros y estaba construido con la intención de ser duradero, no de mantenerse de pie durante el tiempo suficiente hasta que decidieran moverse hacia otra ubicación.

Lo que vi al abrirse las puertas fue incluso más inquietante: casas de piedra y paja se extendían a ambos lados del camino principal y formaban una línea de construcciones perfectas que culminaban en una enorme construcción al fondo.

Las miradas de los Anima sobre mí no eran precisamente disimulada. Podía verlos acercarse a través de las pequeñas calles entre las construcciones e incluso algunos espiaban desde el interior de sus casas, sus ojos asomado a entre las cortinas y tablas de madera.

Sus murmullos eran un zumbido molesto en mis oídos, algo que solo hacía que mi piel cosquilleara.

—¿A dónde vamos?— murmuré y mi voz salió áspera y débil.

—Antes de conocer a nuestro padre deberás pasar por el juicio Ekbah, nuestra Chamán— contestó Valens tensamente.

Continuamos avanzando entre las casas hasta que alcanzamos otro muro con un enorme portón que lo separaba del resto del pueblo. El palacio. Supuse.

—No podrá leerte si no quieres— dijo Nebris y me sorprendió que pudiera oír nuestra conversación dado que las pisadas de los caballos eran lo suficientemente ruidosas como para tapar el sonido de nuestros susurros— pero por tu bien, recomiendo que la dejes hacerlo.

No me gustaba esa idea. No me gustaba la idea de alguien metiéndose en mi cabeza.

Nosotros también teníamos un Chamán en nuestra tribu pero no tenía el mismo rango que Ekbah. Éste vivía en las afueras del Clan y no interactuaba con mi padre ni la gente del palacio a menos que nosotros lo solicitáramos.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora