XVI. Felix

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—La camisa— le indiqué a Azrael mientras terminaba de vestirme.

—Mis fantasmas dicen que se encuentra encerrada en el subsuelo— me indicó el Mortem mientras tomaba mi camisa del suelo y me la lanzaba—no debería ser difícil forzar la cerradura.

—¿Y Victor?

—Tendrá que esperar, se encuentra en el extremo más apartado del Circo y la vigilancia es aún mayor que la de Ecko. Creo que cuenta con seguridad extra en caso de que a ella se le ocurra ir a liberarlo. No podemos ir primero—descartó y estiró su mano para ayudarme a incorporarme.— ¿Te dejo la cadena? Le da algo de color a...

—Termina esa oración y verás las consecuencias— lo amenacé por lo que, silbando alegremente, Azrael tomó la llave de su bolsillo y abrió el grillete en mi cuello para liberarme.

—Te otorgo la libertad— dijo haciendo una solemne reverencia.

Lo observé por un momento. Libre. Mi madre apareció en mis pensamientos casi al instante. Nunca sería libre.

Aparté la mirada y me dirigí hacia Tanya.

—Volveremos por ti— le aseguré y atravesé la puerta seguido de Azrael, quien no tardó en tomar el frente para guiarnos en dirección a Ecko.

Espera un poco más, amiga mía.

Normalmente, encontrar a una cautiva en aquel sitio hubiera llevado su buen rato ya que lo que Azrael llamaba subsuelo era, en realidad, una serie de callejones subterráneos que habían sido cavados para crear diversas celdas y zonas de cautiverio bajo el territorio de la ciudad.

Dentro de las mismas se escuchaban todo tipo de gritos, llantos y ruidos de los cuales ni siquiera quería imaginar cuál podría ser su motivador, pero estaba seguro de una cosa: no dejaríamos a ninguna de esas personas allí.

De pronto, Azrael se detuvo justo a la mitad del pasillo, su espalda contra la pared.

—Hay dos guardias frente a su puerta, se encuentra a la izquierda— indicó y desenvainó a Alma lentamente.— Yo el de la izquierda y tú el de la derecha.

Asentí y tomé mi daga.

Ambos atacamos al mismo tiempo: eficientes, rápidos, letales. Los guardias ni siquiera tuvieron tiempo de gritar, supongo que lo último que esperaban era a dos personas bordeando la habitación y atacándolos de pronto a esas horas de la noche.

Esquivé un charco de sangre y miré a Azrael.

—Encárgate de la gente en el pasillo, yo liberaré a Ecko.

Mi amigo asintió y me dejó a solas con la cerradura. Era barata y mucho más fácil de forzar que otros de los obstáculos a los cuales me había enfrentado en el pasado. En un instante la cerradura cedió y la puerta se abrió y, en un instante, tuve una mata de cabello naranja brillante cubriendo toda mi visión.

—¡Alitas!— gritó Ecko y se abalanzó sobre mí haciéndome tropezar con los cadaveres a mis pies y caer al suelo del pasillo.

Ella envolvió mi cuello con sus brazos y me llenó el rostro de besos. Su piel parecía una estufa contra mi cuerpo, y no tardé en sentirme sofocado por el mismo.

—Yo también te extrañé, Chispitas— contesté y, cuando ella alejó su rostro de mi cuello, noté que estaba llorando.

Aquello me impactó. Nunca la había visto llorar.

Durante todo el tiempo que había conocido a los hermanos Firah, Ecko me había parecido una persona imposible de frustrar, imposible de hacer enojar o desalentar.

Los Olvidados | Los 12 Colosos 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora